Fotografía de Alberto Mesa, uruguayo
Sucede que un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. Pasaron tres minutos hasta que alguien se detuvo. Era un hombre que se paró un instante, pero siguió su camino. Más tarde, recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.
Más tarde, alguien se detuvo a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino. Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño no caminaba. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.
Cuando terminó de tocar se hizo silencio. No hubo aplausos, ni reconocimientos. En total, sólo siete personas se habían detenido y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Se calcula que habían pasado por ahí unas mil personas.
Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes Bell había llenado un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.
Esta es una historia real. La actuación en el metro fue organizada como un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. Se preguntaban si sabemos percibir la belleza o apreciar un valor en cualquier lugar.
A nuestro alrededor pueden pasar cosas maravillosas y no darnos cuenta, y una de esas, la más grande, es nuestra redención.
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