Un senador de Norteamérica llamado John Stennis, mientras regresaba a su casa, fue asaltado a mano armada. A pesar de que Stennis entregó lo poco de valor que tenía, los asaltantes le dispararon dos veces, pegándole en el estómago y en la pierna.
Los cirujanos del Centro Médico trabajaron más de seis horas para salvarle la vida. Esa tarde también iba de camino a su casa otro senador, Mark Hatfield, quien tenía a menudo fuertes enfrentamientos con Stennis. Los dos estaban por completo en desacuerdo en cuanto a la política, eran “enemigos políticos”. Sin embargo, cuando Hatfield oyó en radio lo que había sucedido, de inmediato se dirigió al hospital en su coche. Ya ahí, se dio cuenta de que el personal del commutador estaba sobrecargado con las llamadas de los otros senadores, los reporteros y los amigos de Stennis. Entonces le dijo a un operador: “Yo sé utilizar estos equipos, déjeme ayudarlo”. Estuvo todo el día atendiendo los teléfonos hasta que al anochecer las llamadas disminuyeron. Luego, sin fanfarronear y discretamente, se despidió: “Mi nombre es Hatfield… estoy encantado de haber podido ayudarle en algo que concierne a un hombre al cual respeto profundamente.”
Grandeza quiere decir estar libre de pequeñez, de rencor, venganzas y prejuicios. Y ello sólo es posible cuando impera la caridad.
Tanto en la familia, con las amistades o cualquier tipo de relación, hemos de saber escuchar y comprender que otros piensen distinto a uno. ¿Quién tiene razón? El que más se ajuste a la verdad. Pero para encontrarla es importante no anteponer el orgullo o la soberbia que ciegan, sino con humildad buscar juntos la mejor solución.
En este contexto se entienden mejor las palabras de San Josemaría en Camino “Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios” (n. 9).
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