jueves, 20 de febrero de 2014

El hombre que se fumó la Biblia



La siguiente es una historia que me ha dado la inquietud de compartirle, la forma en que las palabras de Dios penetran hasta nuestra alma, aunque sea sólo un minuto antes de cometer el vicio, que es fumar.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Este versículo resume en pocas líneas una importante verdad bíblica, que alguien ha llamado «el corazón de la Biblia». Innumerables personas que leyeron u oyeron estas impresionantes palabras fueron llevadas a reflexionar. Y no sólo esto: dicho versículo dio a muchos el impulso necesario para obtener una fe viva en el Señor Jesucristo. Esto ocurrió, por ejemplo, con un africano que no tenía nada de interés en la Palabra de Dios. Llegó un predicador a su comunidad y sus amigos lo llevaron para que escuchara la Palabra de Dios. El predicador al final les ofreció libros del Nuevo Testamento. Cuando se dirigió al hombre reacio, éste no quiso saber nada y lo rechazó. 

El predicador insistió sin obtener resultados y, en tono de burla, el africano le dijo: “Si usted me da ese libro, utilizaré sus delgadas páginas para enrollarlas y hacerme unos cigarrillos para fumar”. Algunos sonrieron discretamente, pero el predicador no se dio por vencido y para sorpresa del incrédulo le propuso: “Estoy de acuerdo. Pero prométame que por lo menos leerás cada día una página antes de fumártela”. El hombre africano estuvo de acuerdo, la leería antes de arrancarla. Tomó la Biblia y desapareció.

El hombre se fumo San Mateo, San Marcos y San Lucas
pero al llegar a San Juan se convirtió totalmente.

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