Cuenta la historia que un día un joven le preguntó a un hombre muy sabio si es cierto que Dios ha fijado un destino para cada ser humano y que no importa lo que hagamos o dejemos de hacer, unos irán al Cielo y otros al Infierno.
El sabio se quedó pensando por unos momentos y le dijo al joven:
“Hijo mío, el destino que Dios tiene para ti y para todos, es el Cielo, pero, aunque Jesucristo ya pagó por nuestra salvación, el Cielo depende de ti y depende de mi. Por eso, cuida siempre lo que piensas, porque tus pensamientos se volverán palabras. Cuida tus palabras porque estas se convertirán en tus actitudes. Cuida tus actitudes porque, más tarde o más temprano serán tus costumbre. Cuida tus costumbres, porque ellas forjarán tu carácter. Finalmente, cuida tu carácter porque esto será lo que forje tu destino”.
En relación a esto, San Pablo afirma:
“Al final cada uno cosechará lo que ha sembrado”. (Gálatas 6, 7)
Y añade:
“Así pues, yo corro, no como a la ventura, y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado”. (I Corintios 9, 26-27)
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