martes, 17 de diciembre de 2013

Los condenados

 Los condenados


Antiguamente, habían sujetos que realizaban un trabajo peculiar, viajar desde Ica hasta Andahuaylas transportando vino y caña. Solían descanzar en los tambos en su trayecto. Un grupo de amigos decidieron descanzar en uno de los tambos del camino. La noche llegó, las mulas de pronto se asustaron al escuchar algunos ruidos, se dirigieron en dirección a los cerros. Se trataban de los gritos del condenado: ¡por favor espérenme, por favor espérenme! Al parecer se trata de algún pecador que ha fallecido de pena. En los zanjones el condenado grita fuertemente. Es entonces que uno se puede dar cuenta de su presencia, es por ello que las personas prefieren descansar en el camino. Fue aquella noche en que el grupo de sujetos presenciarían algo que jamás olvidarían. Traian en un anda a un hombre y éste gritaba tanto debido a que dos personas detrás de él le golpeaban con látigos de fierro candente. Cada vez que lo golpeaban gritaba: ¡suyaycuyaguai, guauuuuuuuu! Fue entonces que todos los viajeros decidieron quedarse callados y contemplar simplemente. El susto, como era de esperarse, fue espantoso.

El condenado se reencarna en una persona, se introduce en el cuerpo de uno y de ese modo se salva. Es tan fuerte el impacto de presenciar a un condenado que hasta uno puede morir en el acto. Es ahí que el condenado aprovecha y se lleva el espíritu de uno. Sale solamente a partir de las 6 de la tarde hasta la medianoche.

El condenado puede hipnotizar a una persona, le puede mostrar una calle hermosa, te dice: ¡vamos, levántate, vamos!, y la persona, de pronto, se siente mareada y cumple todo lo que le dice el condenado. Es en dirección hacia los cerros en el que los condenados llevan a sus víctimas. El único que puede sentir la presencia de los condenados son los perros. Ellos al sentir a los condenados ladran y en el acto el encanto del condenado en el sujeto acaba, el camino de luz que presencia el sujeto desaparece al ladrido del perro. La oscuridad de la noche vuelve y el sujeto se siente como mareado. El perro le tiene mucho temor al condenado, es por ello de su ladrido de lamento; se debe a que ve las almas, incluso el espíritu de las personas que van a morir en el lapso de un mes. Nota su espíritu en camino hacia la muerte.

En una cierta ocasión un señor tuvo una interrogante y que lo tuvo consternado, inquieto. El tipo se preguntaba cómo ven los perros al espíritu. Para ello se echó la lagaña de su perro a los ojos. -El perro debe ver todo por medio de las lagañas- se dijo el sujeto. Pero lo lamentable llegaría al realizar el acto mencionado. El sujeto, cuentan, se volvió loco. Veia espíritus malos, algunos con rostros sin narices. No estaba tranquilo debido a que aparecian varios sujetos a su alrededor, a cada lado que mirase encontraba un alma. Fue tanta la desesperación que la locura se apoderó de él. Es por ello que nunca uno debe colocarse lagaña de perro en los ojos, estos caninos ven las almas.

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