La oscuridad de la noche cubría mi rostro y mi cuerpo. Mis labios temblaban, mis pestañas se encontraban caídas y sin fuerza. Mis ojos ya no brillaban. Todo se sumía en un inmenso silencio del que me quería ir. Tan solo se oían las voces de algunos perros que ladraban mucho más lejos. Estaba viviendo detrás de una reja, no había nadie más que yo. Aquella sensación llevaba el nombre de soledad. Sentía punzadas en mi pecho y mi corazón palpitaba rápidamente, sin descanso. Tampoco había luz, me sentía ciega, no veía nada. Delante mío había unas rejas que se movían lentamente y produciendo chirridos que me producían escalofríos, estaba completamente encerrada. No había salida, ya nada era multicolor, la vida se había convertido en un pozo sin fondo. La vida ya no era tan bonita como antes, ya no existían las verdades. Había vivido en una mentira.Todo el tiempo. Ahora me despierto con la nueva vida y tan solo veo el mundo con soledad, oscuridad y desamores. Ya nada vale la pena, no se puede confiar en alguien para siempre. Hay que andar lentamente y con cuidado dejando que las personas te demuestren su valor con hechos, no con palabras. Muchas veces nos dijeron te quiero cuando nunca fue verdadero. Siempre nos prometieron ilusiones que nunca se cumplieron, nos dedicaron miles de piropos que nunca nos convencieron. Tras aquel mundo paralelo en el que había vivido pensé en dejarme caer, pero sabía que la vida es larga. Que los peores momentos no viven para siempre. Me agarré bien fuerte a sus brazos y quemé los recuerdos amargos y pesados del pasado. Me acerqué lentamente y posé mis manos junto al fuego, las llamas no me quemaban, me producían calor y se convertían en brillos de diferentes colores, pero en aquella hoguera, el calor se extendía por cada recuerdo, lo aplastaba y lo quemaba por dentro hasta que solo se encontraron las cenizas esparcidas por el suelo, aquel olor característico de lo que nunca se podría volver a recuperar inundaba la habitación que también ardía en llamas. Había esparcido el fuego por todo, ahora él era quien tenía el poder. Recorría a grandes zancadas la habitación entera y yo colocada en el centro de ella, aun podía respirar. Quería que todos los recuerdos se esfumaran y aquella habitación estaba llena de esos recuerdos. Ante mis ojos, contemplaba la manera en la que se deshacían con lentitud. Antes de que el fuego llegara hasta mí, pude encontrar la puerta de salida y cuando el fuego derrumbó lo que quedaba sin quemar, abrí la puerta y dije un adiós a todos aquellos momentos que jamás podrían recuperarse pero no querían recordarse.
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