Una nueva historia de esas que circulan por la web (dicen que basada en un hecho real) acerca de la providencia de Dios y con mucha riqueza espiritual. Es propia de estos días navideños que estamos celebrando, así es que me ha parecido oportuna compartirla con vosotros. Habla de lo compleja que es la vida, de las vueltas que da y -como ya hemos comentado tantas veces- que los tiempos de Dios no son los mismos que los de las personas. Lo que para muchos es azar, suerte, casualidad, destino... desde una perspectiva de fe debe ser entendido como los planes de Dios que se revelan cuando él quiere y como él quiere. Espero que os guste y os haga reflexionar un rato...
A un joven sacerdote le habían asignado reabrir una iglesia en los suburbios de Brooklyn, New York. Estaba entusiasmado con la preciosa tarea pero cuando llegó se encontró que estaba en pésimas condiciones y había mucho trabajo para repararla.
Pero su ilusión le hizo fijarse la meta de tener todo listo para Nochebuena. Trabajó arduamente, reparando los bancos, paredes, pintando, etc., y para el 18 de diciembre ya había casi terminado.
Pero al día siguiente cayó una terrible tempestad en la zona que duró dos días. Cuando el día 21 el sacerdote fue a ver la iglesia, su corazón se contrajo. El agua se había filtrado a través del techo y había destruido la pared frontal del santuario, justo detrás del púlpito, dejando un hueco considerable. El sacerdote limpió el desastre y, no sabiendo qué más hacer sino posponer la celebración de la Nochebuena, salió triste para su casa.
En el camino vio un mercadillo con fines caritativos y se entretuvo ojeando los artículos en venta. Uno de ellos era un hermoso mantel hecho a mano, color hueso, con un trabajo exquisito de aplicaciones, bellos colores y una cruz bordada en el centro. Era justamente el tamaño adecuado para cubrir el hueco en la pared. Lo compró y volvió atrás camino a la iglesia. Justo había empezado a nevar. Una mujer mayor iba corriendo tratando de alcanzar el autobús pero lo perdió.
El sacerdote la invitó a refugiarse en la iglesia, ya que el próximo tardaría unos 45 minutos. La señora, agradecida, se sentó en uno de los bancos sin prestar atención al reverendo que intentaba colocar, subido en una escalera, el mantel como tapiz para tapar el hueco. De pronto, la mujer pálida como una hoja de papel, le dijo: Padre, ¿dónde consiguió usted ese mantel? El padre le explicó. La mujer miró en la esquina si encontraba unas iniciales bordadas. Y allí estaban. Ella había bordado ese mantel 35 años atrás en Austria. La mujer le explicó que cuando los Nazis llegaron, tuvieron que huir pero fue capturada, enviada a prisión y nunca volvió a ver a su esposo.
El sacerdote la acompañó a su casa y, aunque quiso regalarle el mantel, ella no quiso.
¡Qué maravillosa fue la celebración de la Nochebuena! Al terminar, todos se marcharon a sus casas menos un viejecito que se quedó atónito delante del púlpito. El hombre preguntó asombrado dónde había encontrado ese mantel. Después de habérselo contado, le explicó al sacerdote que un mantel igual a ese lo había bordado su esposa, a la que nunca volvió a ver porque fue detenida durante la guerra en Austria hacía ya 35 años. El sacerdote quiso, mientras le contaba la historia, llevarlo con él a dar una vuelta. Se dirigieron hasta la misma casa donde el padre había llevado a la mujer tres días antes.
Tocó en la puerta y presenció la más bella reunión de Navidad que pudo haber imaginado.
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