Hay un texto de San Agustín que he releído estos días y que quería compartir hoy con vosotros, ya que me parece tremendamente hermoso. A propósito de la corrección fraterna, en su homilía VII, el párrafo 8 nos dice:
“Entonces, os doy un precepto breve: Ama y haz lo que quieras. Si te callas, hazlo por amor; si gritas, también hazlo por amor; si corriges, también por amor; si te abstienes, por amor. Que la raíz del amor esté dentro de ti y nada puede salir sino lo que es bueno.”
San Agustín expresa con bellas palabras un pensamiento semejante al de San Pablo en su Carta a los Romanos:
“No tengáis con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido toda la ley.” (13,8).
¡Que mensaje tan fácil nos transmitió Jesús y cuánto lo hemos complicado los hombres…! Precisamente Cristo pasó parte de su vida terrena desmontando todo el entramado legal de los preceptos judíos para resumir la vida perfecta en un doble mandamiento: Amor a Dios y Amor al prójimo. Este pensamiento se resume en el Evangelio de San Marcos 2, 27, cuando denunciando la hipocresía de los fariseos les presenta un giro revolucionario en la concepción fundamentalista de la Religión:
"El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado."
El amor a Dios y al prójimo son el núcleo de nuestra fe. Son como las dos caras de una misma moneda, inseparables por esencia. No se puede amar a Dios sin amar a las personas, y si amas a las personas, lo sepas o no, estarás amando a Dios. ¿Tan difícil es de entender y de cumplir…?
Me temo que sí, ya que pasan los años -y los siglos- y seguimos empeñados en complicar lo que en esencia es sencillo. El pecado que está en nuestro interior nos nubla la vista de lo que verdaderamente nos conduce a la perfecta felicidad, y el egoísmo y la codicia que campan a sus anchas a nuestro alrededor hacen que no nos demos suficientemente a los demás sino que nos repleguemos y pongamos barreras entre el otro y yo. Nuestro corazón se va endureciendo con costras de resentimiento y de incomprensiones haciéndolo cada vez más impermeable a la inocencia genuina que Dios desea para nuestras vidas.
Mucho me temo que los palos que vamos recibiendo en la vida, las personas que nos decepcionan, los fracasos personales, las traiciones o simplemente la rutina hacen que se enfríe y se entibiezca nuestro interior cristiano y cambiemos el amor a Dios y al otro por el amor a nosotros mismos. El narcisismo, el no ver más allá de nuestro propio ombligo y creernos el centro del Universo es la raíz de todos los males. Y, sin lugar a dudas, es lo opuesto al mensaje de Jesús de Nazaret.
Os invito a amar sin medidas, a amar sin esperar nada a cambio, aunque, paradójicamente, siendo el amor necesariamente desinteresado, es la clave de la felicidad personal. Yo lo he experimentado en mi vida: cuanto más das, más recibes; cuanto más te guardas, más se aísla uno. Sólo el que es capaz de vencerse y negarse a sí mismo es capaz de recibir con generosidad.
Suena a manual de autoayuda, suena a tópico -rancio, quizás-, pero es la pura verdad. Ama, y haz lo que quieras…
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