martes, 24 de junio de 2014

Los números se acaban

 

Ayer, cuando entré en nuestra habitación ya estaba Teresa dormida. Tenía la cabeza apoyada en la almohada mirando hacia mi sitio. El pelo se ajustaba a la cama como el agua al lecho. Casi a oscuras. Las luces de los relojes de las mesillas hacían de candilejas. Los brazos haciendo una especie de hache a ambos lados de sus sueños. El torso estaba fuera de las sábanas y se adivinaba la ropa de dormir acariciando su espalda hasta donde comenzaba a descender como sin peso. Los dos tirantes, finos, sensuales, femeninos, me hablaban de ella. No sujetaban nada. Sólo decían de su carácter.

Volví a caer. Me enamoré otra vez de ella. Y le declaré mi amor en silencio. Quise recordar el número que hacía esta caída del guindo, y me vino a la memoria que hace unos diecisiete años, dije el último número que existe. Ya llevo muchas caídas más allá del fin.

Se durmió antes que yo, como ocurre todos los miércoles. Y es que, los martes dormimos con mi madre. Ella, en la cama supletoria de la habitación de la enferma-niña herida por el rayo de una tormenta de arterias y venas. Yo, en otro dormitorio, cerca, pero en otra habitación. Es su devoción. La mima.

Para Teresa no existen las obligaciones. Todo es devoción. Ama a lo cafre. Consiente de mí lo intolerable. Ausencias del pensamiento, retrasos sin sentido, olvidos, coqueteos, tozudez, desapego de mi cuerpo. Ella lo adorna todo y me da un beso. Y hace que siga viviendo. Como si nada.

Amar es pensar una canción y que ella comience a entonarla. Amar es atravesar Soria en coche, bajo una lluvia torrencial, mirando la luz de los faros con los ojos empapados. Los dos y sin saber por qué. Amar es consentir la libertad del amado.

Teresa me ama. Como soy. Es decir, me ama.

Yo amo a mi esposa como es. Y porque se cruzó en mi vida. Ya no había otra solución.

Si te gustó... ¡compártelo! ↓

0 comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...