miércoles, 11 de junio de 2014

En defensa del sexo

El sexo es la sensación más deliciosa que puede existir dentro del complejo mundo de los placeres humanos. El qué diga que no, o no lo ha probado aún, o sencillamente es un ilustrado hipócrita.
Lógicamente tan antigua como su existencia es la lucha, fiera, radical, e insoportablemente terca que han tenido diferentes culturas y personajes en su afán de reprimirla, disminuirla, machacarla y esconderla.
La pregunta es porque desde un principio se ha querido mantener a buen recaudo y con miles de cadenas a ese bichito siempre incomodo del sexo.
Las respuestas pueden ser variadas, pero fundamentalmente se debe al tremendo poder revolucionario de toda esa energía que nace en lo más profundo de los órganos genitales. Por eso cuando Freud elaboró los postulados teóricos del psicoanálisis y afirmó que toda energía sexual reprimida y no satisfecha que permanece en el inconsciente lleva a la neurosis y a diferentes trastornos físicos, muchos se rasgaron las vestiduras y lo condenaron a sucumbir en la hoguera de la moralidad.
Sin embargo, el siguió adelante en sus estudios y reveló una gran verdad, el hombre es una animal eminentemente sexual y muchos de los males de la sociedad se deben a los móviles sexuales reprimidos, es decir a apetencias eróticas que no llegan a ser satisfechas por obstáculos, tanto interiores como (y sobre todo diría yo) exteriores.
Y no me cansaré de decirlo: occidente y sus dos milenios de cristianismo son los culpables de las patologías, miedos, traumas, sentimientos de culpa y mucha infelicidad esparcida en personas que han querido responder a los impulsos de la libido y se han visto de pronto frustradas por creencias y no por ideas.
Y que escuchen aquellos ilustres señores que quieren ponerle sotana al sexo, la genial respuesta de Freud ante esa fijación por reprimir el sexo: “La sociedad está convencida de que nada amenazaría tanto su cultura como la liberación de los instintos sexuales y su retorno a sus fines primitivos... no es la eternidad lo que el hombre quiere; no es la vida espiritual lo que el alma desea ante todo; lo que ella apetece es la satisfacción de sus instintos. El deseo universal es el primer hálito de toda vida psíquica”.
Y así hemos crecido con la idea de que el sexo es malo, denigrante, sucio, animalizante, etc, etc, y eso porque el cura, el pastor, el predicador, el Papa, y la Santa Mafia en pleno han pontificado acerca de la cuestión sexual poniendo “límites” y diciendo que es lo “bueno” y lo “malo”, aconsejando sobre el “buen comportamiento en la intimidad matrimonial” y los “remedios de la concupiscencia”.
Y yo me pregunto qué carajo tienen que ver en ese asunto estos señores que tienen una tremenda pared en la cabeza llamada dogma; por qué tienen que hablar de ella quienes supuestamente “no ejercen” (ahora sabemos que la castidad en el clero es cada vez más una ilusión) y aquellos que no han vivido a plenitud su sexualidad ni han estudiado objetivamente esta faceta del ser humano.
En todo caso que opinen los trabajadores sexuales que tienen 90000 horas de cama y que saben lo malo, lo bueno y lo feo de las jornadas. Y por supuesto aquellos investigadores sin prejuicios como Bruer, Adler, Jung, Master y Jhonson y en el Perú el Dr. Artidoro Cáceres, el Dr. Fernando Maestre, el Dr. Jorge Bruce o el siempre polémico Marco Aurelio Denegri, y sobre éste último tengo que comentar el tremendo remezón que ha creado en esta sociedad pacata e hipócrita, desde que empezó a escribir sus artículos en la revista DOMINGO del diario La República, donde empezó a tratar temas como el lenguaje obsceno, la lengua fálica, el orgasmo femenino, etc, a partir de allí le empezaron a llover críticas injustificadas tildándolo de “mañoso”, “pervertido” y de tantas otros calificativos de gente que se vio ofendida porque el Dr. Denegri siempre con ese estilo frontal y lacerante que tiene para decir las cosas tocó fibras internas y muchísimos prejuicios.
De esta forma vemos como todo aquel que se atreva a vencer esta frontera que ha instaurado el establishment y la religión siempre castradora, se verá pronto enlodado por esta maquinaria social que tratará de callarlo y de confinar su palabra al ostracismo donde nadie pueda oírlo. Pero como a mí me importa un carajo el qué dirán escribo este artículo y expreso mis argumentos aunque le joda y le ardan los oídos a Cipriani y compañía.
Lo más triste de todo es que el arsenal de prédicas en contra del sexo ha tenido múltiples consecuencias. Los mitos sexuales se han originado por la mezcla de los prejuicios, de la falta de información adecuada y sobre todo por la “evangelización de las mentes”. A partir de entonces se empieza a repetir una sarta de estupideces que sólo retroalimentan la estupidez de quienes la creen. Estas son las más frecuentes:
- La masturbación es mala
- Las mujeres pulcras llegan vírgenes al matrimonio
- El sexo no se puede separar del amor
- Las mujeres se masturban menos
- La mujer goza más cuando el hombre eyacula dentro (¿?)
- A todas las mujeres les gusta la penetración
- El niño no tiene sensaciones libidinosas
- El orgasmo de la mujer solo se da en el clítoris
- La primera vez tiene que ser con amor, etc.
Y aunque la estupidez en materia sexual no distingue género, tengo que decir, en honor a la verdad, que son las mujeres quienes han creído en mayor parte todas estas sandeces y de manera alegre le hacen al juego a los conceptos dogmatizados que ha instaurado una religión eminentemente machista como el cristianismo tal como expliqué en mi artículo titulado el HIMEN MORAL y en donde, entre otras cosas reclamaba el derecho de las mujeres ha gozar libre de ataduras mentales, de patrones y roles que la llevan solo a la infelicidad más oscura.
Uno de estos patrones la llevaron a creer que el amor, el sexo y la procreación eran inseparables. Los avances científicos lograron un gran aporte a la humanidad: los profilácticos y los anticonceptivos, este hecho, tan sencillo y que aparentemente sigue una elemental lógica, dinamitó sobremanera los preceptos cristianos que enseñaban desde cientos de encíclicas que el fin supremo de la unión sexual era la procreación y por lo tanto el goce estaba vetado a la mujer y que era pecado grave que se reclamara esta acción para obtener placer.
Por eso mismo la Iglesia Católica y todos los grupos fundamentalistas se unieron y a una sola voz iniciaron sus campañas para prohibir el uso de anticonceptivos y métodos de planificación familiar; el pleito más reciente tuvo como protagonista al POSTINOR 2 o llamada comúnmente “Píldora del día siguiente” donde recurriendo al siempre trilladísimo argumento de la defensa de la vida (Eso es como Atila hablando de Paz) trataron de incitar a sus fieles a no usarla tildándola de abortiva.
Por eso ahora se tiene muy claro que se puede disfrutar de una relación puramente placentera sin necesidad de procrear.
Sin embargo, el otro mito que se resiste a morir es el del sexo solo con amor. Falso. Es posible separarlos porque ambas son dos dimensiones diferentes y cada una puede desarrollarse por su lado porque ni uno es bueno, ni el otro es malo, ni tienen que juntarse para ser mejores. Esta es una falacia tan grande como la tierra.
Pregúntense ustedes mismos, porque la figura de la puta le resulta tan chocante, tan aberrante a la sociedad, la respuesta es sencilla: la puta es la figura más contracultural que existe. Sí, claro que sí.
Y es contracultural porque encarna a plenitud el concepto antes mencionado, de que el sexo (y buen sexo) es posible sin necesidad de incluir el amor. Cuando un parroquiano va buscando a una meretriz no va cargado de sentimientos amorosos, va cargado de otra cosa, va cargado de arrechura, de libido a flor de piel y eso esta bien, porque cuando uno busca placer es porque tiene una necesidad que debe ser satisfecha, no tiene porque justificarlo con otra cosa, porque esta acción no necesita ser “dignificada”, porque entiéndalo bien EL SEXO EN SI MISMO NO TIENE NADA DE MALO.
Sin embargo, aquí la cuestión de género si pesa toneladas. La mujer no ha podido liberarse de este estereotipo y siguen reprimiendo su sexualidad, esperando a juntarlo con el amor para poder justificar su deseo de placer.
Aquí le hacen el juego a la sociedad patriarcal una vez más.
La mujer no puede vivir una sexualidad plástica como ha denominado a esta acción Anthony Giddens, y es más, las mismas mujeres pregonan esto y tildan de “inmorales” a aquellas damiselas que hacen ejercicio de su derecho a gozar sin necesidad de “amar” a la persona con la que copulan.
Entonces se repite esta paradójica y esquizofrénica lógica: “Si el hombre se acuesta con 1,2,3,4,5 mujeres , por puro placer, es un gran pendejo, si la mujer se atreve a hacer lo mismo es, sencillamente, una puta.
Es así que las mujeres se ven forzadas a limitarse y a esconder y reservar su vagina para aquel caballero “que la ame” y “que la respete” porque de lo contrario resultara una réproba y proscrita moralmente. Cojudez más grande que prueba que cualquier reivindicación que intente la mujer debe empezar por ese sencillo detalle que es el sexo.
Ahora otro problema que se presenta en este mundo complejo es el de las disfunciones sexuales. La mujer le puede provocar al varón problemas como eyaculación precoz, perdida de erección, incapacidad repetitiva, etc; la mujer entonces se sume en una miseria sexual absoluta porque el varón no puede competir con las necesidades de la mujer y además el “machito imponente” es un gran campeón, pero de la ignorancia en materia sexual.
Porque desconoce en lo absoluto su propia sexualidad y mucho más la de la mujer que suele ser tan compleja en general y tan variable en particular. El problema es que las mujeres callan, no hablan, no dicen la verdad, para hacer sentir a su pareja como “un machazo”, “un tigre”, “un campeón” y así el varón se mantiene en la mentira y la mujer se queda como en la mayoría de casos: “desvestida y alborotada”. Pero “buena mujer” en fin.
El asunto es que el sexo se disfrute lo mejor posible y si el varón asume que en esta sinfonía de sexos, la mujer es quien tiene que tocar las notas más complejas, pensará menos en su propio placer, que a fin de cuentas se resuelve en una buena eyaculada, y se dará cuenta de que la mujer necesita más tiempo, más variedad, más trabajo y más conocimiento para llegar a su plenitud; el asunto no es fácil , pero todo parte de una adecuada comunicación, de un proceso de madurez, de salud física y mental, pero sobre todo de amplitud y liberación de dogmas y prejuicios. Solo así se disfrutará plenamente del sexo, que es riquísimo, qué duda cabe.

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