lunes, 30 de junio de 2014
Boceto de miradas
Querido desconocido:
Por vez primera me he sentido avergonzada. El poderío de tu mirada me ha dejado cierto aire de turbación; apenas si he podido sacudírmelo de encima. En un principio parecía como si quisieras comerme con la vista. Pero me equivocaba por completo: estabas sorprendido. Te he descubierto en un renuncio, esquivando el primer cruce severo con el vistazo que yo te estaba echando encima.
¿Para qué negarlo? Me fijé en ti cuando entraste. Luego volqué una ojeada hacia la ventana, forzada por el soplo de timidez que me invadió. Afuera debía hacer mucho frio, yo tan acalorada entre estas cuatro paredes. Pero me hubiera gustado estar allí, en la oscuridad de la tarde que acababa de morir, debajo de la nevada que estaba cayendo a cámara lenta; los copos, que parecían estar creados para acariciarme tras los cristales, habrían aliviado los trazos de rubor que se habían apoderado de mi piel, invadida palmo a palmo por tus ojos azules.Nunca antes me había sentido así: turbada en mi desnudez.
Has estado un buen rato contemplándome de manera punzante, sin mover un solo dedo, y yo ya sonaba con que me acariciaras de manera tierna y sin mediar palabra. No he reconocido en ti ni un solo vestigio de descaro. Me has sonreído de manera tímida, tus dientes casi temerosos de mostrarme su blancura; incluso te has ruborizado un poco. En ese instante ya éramos cómplices. Me has hecho sentir bien. De repente, ya no me ha importado mostrarte mi cuerpo desnudo, y he comenzado a desnudarte en mi imaginación. Tu parecías ir a lo tuyo, pero sin dejar de mirar de hito en hito toda la extensión de mi cuerpo.
Te he observado fijamente durante un rato. Las voces a mi alrededor parecían acoplarse a una larga distancia, hermanadas con un eco huidizo. He grabado tu rostro en mis retinas, escurriéndose sus trazos como un colirio que ha aliviado el escozor de mis ojos, irritados de tener que soportar esta atmosfera tan cargada. Tu mirada ha sido un bálsamo. Tu presencia ha hecho las veces de tratamiento paliativo para la soledad que padezco. Y aún no hemos cruzado una sola palabra, entre nosotros un espacio de aire con esencias de musgo.
Al acabar, has recogido tus cosas. Yo seguía inmóvil, pero tiritando por dentro: te estabas marchando, me mostrabas la espalda y mi corazón galopaba detrás de ti. Mis labios hubieran querido acariciarte de manera serena. Hubiera querido decirte tantas cosas…
El profesor me ha acercado la bata. He calzado las zapatillas. He corrido hacia la ventana. Seguía nevando. Yo ya sentia el frio de tu ausencia. Te he visto salir, caminar por la acera, que incluso has resbalado, y a punto has estado de dar con tus huesos en el suelo, mi ánimo ya arrastrado por la angustia de no saber si volveré a verte. Te has vaporizado bajo el manto ambarino que tienden sobre la calle desangelada las pobres farolas. Y he escrito esta carta. La dejaré sobre la banca que has ocupado hoy. Espero que puedas leerla.
Mañana, cuando estemos frente a frente, cuando de nuevo dibujes mi cuerpo desnudo, nos miraremos, trazaremos un boceto de miradas y en tus ojos descubriré si anhelas dibujar mis sentimientos, si suenas con bosquejar mi alma. Yo ya te tengo en el marco de mi corazón.
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La carta que no llegó
Me encontraste a plena luz del día cuando tan solo podías verte en mis grandes gafas blancas por que arrastrabas todavía la oscuridad de la noche. Ese día me nombraste tu novia, me esperaste en la puerta del teatro hasta que salí. No querías estar solo y nos fuimos de zapatos... un par de tiendas pero no encontré los míos. No querías estar solo y nos fuimos a mi casa. veinticuatro horas juntos en una habitación inmensa que dijiste te encantó.
Con un vestido de novia nos casamos, ante la mirada escrutante de las guapas pin ups que decoraban mi habitación. Una música exquisita nos acompañó toda la noche... junto con juegos de manos, mis pósters de cine, historias de superhéroes y poderes mágicos... tú querías volar y hacerte invisible, yo teletransportarme a cualquier época de la historia en cualquier momento. Tu pasión por Cuba y su revolución, las palabras de Nietzsche "La vida sin música es un error", tu tendencia social demócrata, tu filosofía de vida, "Un matrimonio empieza por una buena conversación...", dijiste, tu alergia al plástico, y tu último encuentro con ella hace un mes escaso...
Cuando habló el estómago llegó el servicio de habitaciones, una cena exquisita para dos locos en su encuentro con el destino, salmón y champagne para un momento irrepetible, un precioso brindis para un momento inolvidable en un día perfecto. La canción que sonaba lo decía "It´s a perfect day" de Iggy Pop. Tú la elegiste. Un día perfecto al que le quedaban contadas horas.
Cerramos los ojos y el deber nos despertó. Una hora exacta, un lugar concreto y una obligación que cumplir.
Abandonamos la suite y un café con flores frente a un precioso museo con un ascensor transparente nos acercaba al final...
Como la casa de Amelie, en lo más alto del acantilado con una piscina al borde del precipicio, un palé de madera de subida y un tobogán de bajada, "en la costa azul sería perfecta", te dije, "me faltan los enanos..", alegué, "ya llegarán...", respondiste.
Jaque Mate. Te invité a un café y terminó la partida. La educación se antepuso a lo que de verdad sentías, y en el último momento me pediste el número porque sabes estar, aunque hubiera preferido que no lo hicieras, la ilusión creció en mí y nunca llamaste...
Pasaron los días y aquí estoy ahora, recordando ese día con sus veinticuatro horas en el que me hiciste la persona más feliz del mundo, gracias.
Dos mundos opuestos se atrajeron. Tu realidad no era la mía. Por eso ahora la escribo de ésta manera, tú lo viviste como un sueño más del que te acuerdas a trozos, mientras que yo lo recuerdo absolutamente todo, vivido en su más plena intensidad. Esa es la diferencia entre los dos. Vivirlo como un sueño es pasar de puntillas, y vivirlo sin antifaz, dándote de bruces con la realidad es pisar con pies de plomo. De ésta manera el olvido es mucho más difícil, pero... ¿Sabes qué pienso?, que el mundo es de los valientes, los que viven la realidad sin miedo y pisan con fuerza.
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Tratado de egolatría escatológica
Y un día, por fin, sólo te quedaba yo para que me contaras cómo te sentías, aunque sé que nunca llegué a conocerte. Eras tú sola para mí. A cada paso que dábamos se desaceleraba el mundo, y dejaba que lo viéramos mejor. Cada paseo salía ese Javier que hasta yo desconocía, divertido, irónico, atrevido, medio loco y pleno de felicidad. Y lo quieras ocultar o no, veía en tus labios una sonrisa, esa sonrisa que me daba la vida y el sentido de la existencia, esas carcajadas medio ahogadas entre tabaco y helado. Para cada trago de cerveza o amargo, estaba yo allí para ti, y tú allí para mí. Cargar con tu mochila, correr contigo para alcanzar un tren. Conseguiste que oyera mis risas y mis carcajadas sinceras, no esas con las que normalmente soy amable con el resto de los vivientes; conseguiste hacerme reír de la cabeza al alma.
¿Cómo es posible que cuando íbamos al mercado, además de traer queso, vino, verduras, velas; yo volviera cargado con kilos de felicidad, satisfecho por un trabajo que ni había hecho? Justo cuando cogías el autobús, ya quería volver a verte, y tras comer necesitaba llamarte para ir a hacer lo ejercicios al parque de Wiesbaden, previo capuchino con mucho azúcar y tres tipos de sirope en la estación de tren. Y a la vuelta una cena en el Kebab, que era la mejor comida del día, pues durante esos meses tuve que comer patatas de todas las formas posibles para poder salir siempre contigo. Cuando llegó la primavera y las barbacoas, cada nota que salía de mi guitarra aullaba 'te quiero'.
Creo que el día más feliz de mi vida fue cuando estuvimos en el lado enfrentado aBingen, justo donde está el monumento Germania, y a mí el monumento me daba exactamente igual, fue cuando a Juan se le ocurrió bajar la empinada ladera de viñedos hasta un castillo a la orilla del río. En ese momento, en que los dos perdíamos el equilibrio nos cogimos de la mano, no por cariño, sino para no rodar ladera abajo. Si lo hubiera premeditado me habría salido mal. La sonrisa de idiota me duró más de una semana.
Y justo el día antes del examen del segundo semestre de alemán, nos fuimos a la universidad a estudiar. A mí se me escapaba el alma por el pecho. Enamorado como un becerro no podía estarme quieto y nos fuimos al cementerio que estaba al lado. Aún no he llegado a entender cómo es que teníamos esa tanatofilia, que nos hacía estar más a gusto entre los muertos que entre los vivos; he llegado a pensar que era porque sabíamos que nuestra relación irradiaba vida.
Allí, sentados en un banco, te lo dije: 'Te amo'. Me suplicaste que no pronunciara esas palabras que cambiarían nuestras vidas y nuestra relación, pero tuve que hacerlo, resoplaban impacientes las palabras tanto tiempo guardadas. Lo solté, y con toda la misericordia y el amor que pudiste me dijiste que no sentías lo mismo. A pesar de lo que me dijiste esa tarde descansó mi ansiedad de amarte. Había tenido la valentía de decirte lo que sentía, y a pesar de tu 'no', y a pesar de que sabía que pasaría después, no me sentí infeliz. ¿Sabes, lo único que le faltan a estas fotos?: tú y yo siendo felices.
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Querido ....?
Cualquier día te escribo una carta.
Te escribo una carta y te saco los colores. Cualquier día te pongo en unas hojas algunas de las cosas que me haces sentir. Cualquier día.
Te escribo una carta y te digo que me haces feliz. No que me haces muy feliz o muchísimo. No. Porque si pongo un adverbio, seguro que me quedo corta. Simplemente: me haces feliz.
Cualquier día te escribo una carta y te cuento que de verte todos los días me rebosan las sonrisas. Que quizá mañana o dentro de poco deje de verte tan a menudo, pero que no me preocupa, ni me asusta. Sé que estas ahí y sabes que yo estoy. Lo sé, lo sabes. Estamos y nos tenemos.
Cualquier día te escribo una carta y te digo que te quiero. Ya te lo he susurrado algunas veces, pero tengo la firme intención de repetírtelo muchas veces y la convicción de que te gusta escucharlo.
Cualquier día de estos me siento a escribirte una carta, una carta de amor, por supuesto. Y te cuento que no tengo muy claro por qué te quiero. No sé si por cómo eres o por cómo me haces ser. No sé si por lo que siento o por lo me haces sentir. No sé si por lo feliz que me haces o por lo que haces para que yo sea feliz. No lo sé, pero la causa no es importante, si la consecuencia.
Cualquier día te pongo por carta que me he propuesto hacerte sonreír a cada momento. Me he propuesto pintar de colores las paredes de tu vida, plantar flores al margen del camino que recorres, sembrar de luces los túneles oscuros donde te pierdas y hacer que nazca música en los silencios que te agobien.
Cualquier día te escribo una carta. E intento convencerte de que si escribo esto es porque tengo la suerte de conocerte, que si puedo juntar cuatro palabras es porque me haces sentir viva , feliz y completa, que si soy capaz de escribirte una carta como esta, es porque tú, cuando sonríes, me haces mejor persona. Y te demuestro que nadie puede darme mas de lo que tú me das. Porque tú me quieres. Y no hay nada mejor que eso.
Cualquier día te escribo una carta y te cuento que de verte todos los días me rebosan las sonrisas. Que quizá mañana o dentro de poco deje de verte tan a menudo, pero que no me preocupa, ni me asusta. Sé que estas ahí y sabes que yo estoy. Lo sé, lo sabes. Estamos y nos tenemos.
Cualquier día te escribo una carta y te digo que te quiero. Ya te lo he susurrado algunas veces, pero tengo la firme intención de repetírtelo muchas veces y la convicción de que te gusta escucharlo.
Cualquier día de estos me siento a escribirte una carta, una carta de amor, por supuesto. Y te cuento que no tengo muy claro por qué te quiero. No sé si por cómo eres o por cómo me haces ser. No sé si por lo que siento o por lo me haces sentir. No sé si por lo feliz que me haces o por lo que haces para que yo sea feliz. No lo sé, pero la causa no es importante, si la consecuencia.
Cualquier día te pongo por carta que me he propuesto hacerte sonreír a cada momento. Me he propuesto pintar de colores las paredes de tu vida, plantar flores al margen del camino que recorres, sembrar de luces los túneles oscuros donde te pierdas y hacer que nazca música en los silencios que te agobien.
Cualquier día te escribo una carta. E intento convencerte de que si escribo esto es porque tengo la suerte de conocerte, que si puedo juntar cuatro palabras es porque me haces sentir viva , feliz y completa, que si soy capaz de escribirte una carta como esta, es porque tú, cuando sonríes, me haces mejor persona. Y te demuestro que nadie puede darme mas de lo que tú me das. Porque tú me quieres. Y no hay nada mejor que eso.
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después de tres años
Por fin vamos a volver a vernos después de tres años, pensaba mientras iba en el avión. Tenía más de 20 horas para recordar que la primera vez que te vi mis ojos no dejaban de perseguirte, que la primera vez que te oí no podía escuchar otra cosa y que la primera vez que te besé ni yo mismo sabía que podía besar tan bien. Me enamoré hasta de tu nombre: Anastasia.
Londres fue cómplice de nuestra aventura. Podíamos pasar todo un día caminando por la ciudad machucando el inglés para entendernos. Nuestras citas eran en la misma estación de tren, Wall Street, que quedaba cerca de la escuela. Yo aprovechaba para pedirte disculpas por llegar siempre una hora tarde. Nunca entendiste que la impuntualidad es algo muy venezolano.
Allí iba yo, emocionado, pensando en la vez que fuimos a Escocia y no conocimos nada porque decidimos quedarnos encerrados conociéndonos a nosotros mismos. Ese invierno fue muy caliente, lo único que no te quité fue la bufanda, por si te daba gripe, tú sabes… Se nos pasaron los meses más que perfeccionando el inglés. Tú aprendías español y yo trataba de aprender ruso. Te expliqué lo que significaba: “No es pelúo ese idioma, es peluísimo”. Lo único que aprendí en ruso es que “te amo” se dice “ya tebia liubliu”. No me importaba nada más.
El día que tuve que regresar a mi país te prometí que volveríamos a vernos. Fue una tortura pasar tanto tiempo escribiéndote mails, hablándote por Messenger, viéndote por Skype y escondiéndole las facturas de CANTV a mi papá. El día que me llamaste y me dijiste “¡Vente a Rusia ya!”, no lo dudé, no me dio tiempo. Compré mi pasaje inmediatamente y arreglé mis maletas, ni siquiera me acordé del cupo CADIVI (eso tampoco lo has entendido, lo sé).
La cosa es que estaba en el aire esperando llegar a Moscú para luego subirme a otro avión que me llevaría a Krasnodar, que es como decir Tucupita aquí en Venezuela. Durante el vuelo imaginaba nuestro reencuentro, hasta estaba preparando un discurso, eran muchas mis interrogantes: ¿Qué tan fuerte iba a abrazarte? ¿Qué tan largo iba a besarte? ¿Qué era lo primero que debía decirte? Por cierto, tampoco sabía en qué momento darte el boleto adicional que llevaba para que regresaras conmigo a Venezuela.
S7 se llamaba la aerolínea que me llevaría a Krasnodar, yo era el único pasajero de pelo negro, y el más oscuro; nadie hablaba español y una sola azafata medio hablaba inglés. Fue en ese momento que decidí llamarte, antes de despegar: “Anastasia, en dos horas estoy allá contigo”. Tu respuesta fue: “No te puedo buscar, me caso el sábado”. Era miércoles, y colgaste. Me quedé tan frío como cualquier otro ruso. Pensé: “Esto tiene que ser una broma” y volví a llamarte. Me dijiste que ibas a buscarme, respiré. Salí del aeropuerto y ahí estabas, hermosa, toda una princesa, causabas el mismo efecto en mí que la primera vez. Me acerqué y no hubo abrazo, no hubo “hola” o “privet”, como se dice en ruso. Lo que salió de tu boca fue: “Te voy a dejar en un hotel y mañana te regresas a Venezuela, que aquí no tienes nada que hacer”. Me acompañaste hasta la habitación y antes de que abriera la puerta te fuiste. Esa fue la última vez que te vi.
Ahí me quedé yo, viendo el techo y pensando que mi mamá tenía razón cuando me dijo: “Kenny, ¿qué vas a ir a buscar tú tan lejos por allá?”
Aún te recuerdo, no con odio; no me alegré cuando me escribiste, un año después, que te habías divorciado; disculpa por no responderte ese mail. Confieso que hasta ahora no te he llorado, es más, si quieres puedes venir a Venezuela para que veas que no hay rencores. Yo te estaré esperando. Dile al taxista que te deje en el centro de Caracas. Procura llegar de noche, que es más interesante.
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De tus besos
Háblame en un murmullo de tus besos, pero no digas de ellos demasiado, sólamente contame lo necesario, aquello que haga despertar en mí las ganas de conocerlos.
Decime, por ejemplo, si tus besos tienen un color especial, si tus besos de lunes son iguales a los del jueves y del viernes.
Contame si tus besos son de hielo o capaces de derretir al mismo sol.
Aprovecha el tiempo y decime si cuando besas, dejas tu alma en cada beso, y si en tus besos nocturnos te esmeras tanto como un artesano en sus obras.
¿Es cierto que podes besar piedras y transformarlas en pájaros? ¿Es verdad que el sabor de tus besos dura para todas las vidas?
Dicen que pintaste con tus besos los cielos de París, dicen que hasta lograste oscurecer las estrellas con uno solo de todos tus besos. No sé cuán grandes sean los cielos de París, ni si las estrellas brillan tanto, pero a mí me alcanza con que tus besos despejen algunas nubes de mi otoño y prendan las luces donde otros las han apagado.
Lo único que te pido es que no me digas que tus labios se mueren por tocar los míos, de esas historias ya no me fío.
Créeme que creeré en cualquier magia que digas que tus besos hagan; que puedo creer que tus besos alcanzarían para alimentarme el resto de mis días.
Si has llegado hasta aquí, sin conocer mi boca, podrías llegar más lejos aún, sin siquiera extrañarla.
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Querido cuerpo mío
Dijimos que era mejor terminar y era cierto, que nos hacíamos daño, que no conseguíamos estar bien...Todo eso quedó claro y admitido por los dos. Pero me pasa algo con mi cuerpo, siento que no me pertenece.
Cada que rozo mi piel vienes a mí, cada caricia es tuya, si me peino veo tus manos enredándose en mi pelo, recuerdo como lo hacías mientras yo me abrazaba a ti. Mientras me enjabono son tus manos las que me recorren despacio. Si me toco la espalda, la cintura, las piernas tú apareces. Si me miro al espejo te veo a ti. Todo mi cuerpo eres tú, ¿cómo puede el amor apoderarse así, físicamente, del ser amado? Parece que pusiste un sello invisible en cada centímetro de mi ser.
Y si he de olvidarte, ¿qué hacer con mi cuerpo? Si pudiera quitármelo y guardarlo en el armario como quien se quita un abrigo sería un alivio. Olvidarse de él y cerrar la puerta, luego guardaría mi corazón en una cajita al fondo del cajón. Y después, aún quedaría mi alma, ahí también estás, ahí reinas. La verdad no sé si meterla en esta carta y enviarla al correo.
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Lola, querida
Te voy a escribir una carta...
Sí, ya sé que no estás aquí, pero sigues estando mientras yo te sienta a mi lado. Esta es una carta como aquellas que cruzaban el Estrecho desde África a Sevilla... ¿Recuerdas? En aquel entonces, era la carta el único vehículo para llegar a ti. No había móviles, esos que ahora rompen continentes, fronteras y océanos...
Una carta que tiene el remite de mi soledad y una dirección de destino que no es de esta tierra. La tierra que un día, siempre cercano en mi recuerdo, abandonaste, -quizá con gozo- para vivir en otra Sevilla, la Sevilla de tus sueños.
No creo que estas líneas se pierdan. Habrá, como aquí abajo, un servicio de Correos que te hará llegar mi misiva, mi mensaje de amor. Tu muerte no ha conseguido separarnos, como sin fortuna nos dijo el cura. Te sigo queriendo. Te quiero más, mejor dicho: no puedo quererte más, porque te quiero sin medida, como la infinita eternidad en la que tú vives ahora.
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mi amistad
He lapidado mi amistad con la noche,
y el rubor del sol no calienta de igual modo.
Desconfío de la memoria, bendita inestable,
que tan pronto consuelas como enjuagas mis ojos.
El sendero de la gloria
de golpe se transforma
en un paraje accidentado,
feo,
donde callan los relojes
y secan los arroyos.
Cuando ya no pueda más
saldré a buscarte,
y lo haré entre germinares de lirios
y gotas de lluvia,
por lo profundo, allá donde respiran
las rocas.
El gentío, como agua de cristal,
y bocas que fingen hablar con las nubes,
si tartamudeo es porque duele,
si duele es porque lo he sentido.
Hago ahora binomio con cuerpos celestes,
flotantes, como todas las palabras que te he dedicado,
eternas, como el cariño que hacia ti emerge.
Cuantas veces nos miramos sin decirnos nada,
nos atacamos, nos alabamos, nos sinceramos,
y lamíamos nuestras heridas con solo un leve gesto,
tantas veces lo extraño, tantas y tantas veces.
Si algo me enseñaste es a no tener miedo,
es ahora, en mi mayor pánico, cuando me pones a prueba.
Perdiste de antemano, y ya lo sabías.
Descansa tranquilo, que nada te perturbe ahora.
Hasta siempre papá. Te quiero.
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mi recuerdo
Los primeros recuerdos de mi infancia tienen que ver con escapar de la guardería dos veces, llorar al lado de una reja, no querer que te fueras en el bus que paraba justo en frente de la esquina que habías conseguido con el sudor de tu frente y tu sagacidad como hombre de negocios, me quedaba llorando mirando por la ventana como te ibas en el bus. Eras sin lugar a dudas motivo de mi alegría y vida.
Recuerdo que lo que sentía por ti era una mezcla de amor y miedo, que fue convirtiéndose al paso de los años sólo en amor.
Me encantaba recostarme sobre ti cuando era niño y jugar a contarte los lunares de la espalda, siempre admiré tus abdominales, me parecían fuertes, en modo barriga eran extraños pero muy fuertes.
Y cada vez que tenia un logro en los estudios me dabas un beso que siempre me pareció extraño, pero el último que me diste hace 20 días me pareció lo más hermoso que haya recibido de ti.
Solía pedirte los mejores zapatos, los mejores guayos, la mejor ropa, y me diste la ropa más económica y la más cómoda, me enseñabas sencillez y el aprecio por las cosas, a valorar lo poco. Me parecía bonito como te vestías, usabas palabras que otros no usaban, a pesar de que también dijeras una palabrota cada 5 minutos, fui encontrando en tí tanta sabiduría, que aún me queda por estudiar de ti.
En mi sangre ha estado inmersa la violencia que te aconteció cuando eras niño, una rebeldía agresiva, un pensamiento firme, una inteligencia llena de sentido común y unos sentimientos muy hermosos.
Cada una de estas cosas las supiste, a pesar de tus pocos estudios, guiar y estimular, para la violencia aprendiste a controlar la tuya, para mi rebeldía me diste libertad, para mi pensamiento firme aprendiste a valorar mi opinión (faltaron detalles, pero nadie es perfecto viejo), el sentido común fue tu ejemplo y los sentimientos hermosos fueron tus ricas recetas, los jugos de infinitos sabores, tus madrugadas por mi...
Cuando la vieja falto, te quedaste al frente como un guerrero, vinieron las tías al apoyo y quedaron faltando algunas cosas que uno obtiene de la mamá y que me ha tocado obtener por los libros, y los rechazos, las lecciones que faltaron las he tomado en los cursos intensivos que nos da la vida.
Así también fuiste mi mamá, ¿Cómo se te ocurrió ser también mi mamá? ¡Qué fuerte fuiste siempre! Si soy fuerte fue porque no tuve quien me enseñara debilidad y no pretendo aprender otro arte diferente al de ser fuerte.
Si había que hacer algo lo hacías, si había que comprar algo lo comprabas, en actuar encontraba tu esencia, en actuar estás tú cada vez, ese legado lo estoy poniendo en practica, me levanto cada día desde que no estás y miro que le falta al día y voy y lo pongo, trato de adelantarme a los hechos como tú lo hacías y siento tu compañía cuando lo hago.
A tí te gustaban mucho las mujeres, no hay nada más bonito sobre la faz de la tierra, no voy a hablar de las cosas que no pudieron ser, el pasado hasta donde sé no se puede cambiar, pero quiero que sepas que voy a tener tantas experiencias como pueda y que ser un buen amante también es algo que me gusta ser.
Hacer el ridículo siempre fue algo sencillo para tí, bailabas sin saber hacerlo, nadabas sin saber y disfrutabas de la vida a tu modo único, yo el refinado me quedaba quieto, cuando la vida consiste en hacer algo así sea hacer de tonto. Así que salgo a bailar más frecuentemente aunque no sea un buen bailarín y celebro los momentos, por el simple hecho de estar vivo, esa parte de tí sigue en mí.
Pusiste tanta música romántica en tu negocio que creaste a un romántico, bohemio y algo poeta, y ya esta carta que he decidido escribirte para que sea leída en el cielo para ti, me ha robado un par de lagrimas, no te preocupes, que estoy bien solo que a veces me hago el sentimental.
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martes, 24 de junio de 2014
50 años no es nada
Resumir en un trozo de papel cincuenta años de felicidad a tu lado es tarea difícil para un corazón enamorado como el mío.
Nos conocimos desde siempre, crecimos juntos sin pensar en ningún momento que de mayores seríamos pareja; más bien fuimos dos amigos que compartieron vivencias en la posguerra, malos tiempos, pero muy entrañables para nosotros, porque por esa época comenzábamos a despertar a la vida adulta.
Fue aquel domingo de verano, después de algunos años, cuando te vi por primera vez como mujer. Tus ojos tenían un brillo especial, eras como una cenicienta que de pronto se había convertido en la princesa de mis sueños.
Muchas veces me pregunto cómo pude estar tan ciego, te tuve siempre a mi lado y no me di cuenta hasta aquel día. ¡Qué bonito fue enamorarme de ti, «la neña de los papinos coloraos»! ¡Cómo te ruborizabas cuando te hablaba de mis sentimientos, estabas simplemente... deliciosa!
Fue difícil conquistarte, porque una gran mujer como tú necesita a un hombre de su talla. En todo eras superior a mí: inteligencia, constancia, valentía... pero no te importó, me amaste sin condiciones, soportaste mis faltas y seguiste siempre a mi lado...
Sin darnos cuenta nos fuimos haciendo mayores, nuestro amor maduró y se hizo más intenso; después de tantos años no podría concebir una vida sin ti. Desde que me levanto hasta que me acuesto tengo presente que eres un regalo de Dios, y a Él le pido cada día que me deje estar a tu lado un poquito más. Aún me queda mucho que aprender de ti, eres una mujer excepcional, que siempre supo sacar adelante todos aquellos proyectos en los que participó, sabes hacer... de todo, pero lo más importante para este viejo enamorado es que he tenido y tengo el privilegio de compartir mi vida contigo.
No sé el tiempo que nos queda juntos, por eso quiero aprovechar cada momento como si fuera el último, para que, cuando nos tengamos que separar, me vaya feliz y satisfecho por haber tenido a mi lado a la mejor esposa, madre y abuela... para mí, la mejor.
Mi dulce amor. Aunque hayan pasado cincuenta años, siempre serás aquella jovencita risueña que se ponía colorada cuando le hablaba de amor...
Entonces te quise, hoy te quiero y siempre te querré.
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Finalmente, una carta más que leída, escuchada
Esta es mi última carta. No sé si te acuerdas de la primera que te di, aquella que hoy, por el tiempo que tenemos juntos, puedo decirte que descargué de esos sitios de Internet en los que cualquiera escribe y estaba llena de errores ortográficos y ni siquiera te diste cuenta, esa carta que decía hecha por: María Melo y en realidad era una transcripción de un poema de Neruda; tú, como no sabes de eso, no le paraste y seguiste leyendo hasta que llegaste al “te quiero mucho” típico de cualquier muchachita de 11 años pero que te enamoró; teníamos seis meses me acuerdo y todavía no te encontraba ningún defecto, te veía igualito como el primer día de hacernos novios.
Al segundo mes lo volví a hacer, después de agotar mis ideas con cosas sin sentido, aunque lo más irónico era que solo tenía que decirte lo que sentía y un “te quiero demasiado” esta vez, no implicaba mayor cosa para mí. Costaba decirlo pero lo hice; te di la carta y enseguida agachaste la mirada y empezaste a leer mientras yo cruzaba los dedos tras mi espalda para correr con un poco de suerte y así fue. No te diste cuenta. Los versos de Benedetti no fueron más que otro par de palabras transcritas por mí y un largo beso fue mi recompensa. Cómo me besabas Sebas y cómo te quería.
Mi tercera carta no fue hecha con poemas ni de Benedetti ni de Neruda ni de Víctor Ojeda como en nuestro quinto mes, ¿te acuerdas? ¿que te dije que el chamo había ganado un concurso con la carta?, te la entregué el 14 de febrero para reconciliarnos; es que tú eras jodido Sebastian, 14 de febrero y peleando, y encima por mensajitos de texto; espero que con ésto cambies. Pero como te decía, esa vez compré una tarjeta que traía un paisaje hermoso y otra más chiquita que tenía una vaca con unos corazones y unas letras fosforescentes con escarcha a los lados. Te gustó el gesto y no tuve que esforzarme tanto tratando de escribir otra carta que nunca te daría, lo único malo fue que la vaca terminó pareciéndose a mí en nuestro primer aniversario, por haber dejado la famosa dieta del doctor con apellido raro que ni tú ni yo sabemos pronunciar, ja ja ja; estás a pasos de mí y desde aquí oigo tu risa, qué malo que tú no puedas escuchar la mía, pero pronto lo harás.
La última vez que te escribí, fue porque entré al “closet de los recuerdos” como le dice mi abuela Feliza al lugar donde guardaba todas las cartas que le dio mi abuelo hasta sus bodas de oro, imagínate mi Sebas todo lo que tardé en encontrar la carta adecuada y todo lo que tardé en quitarme la alergia; fue mucho más que transcribir las palabras de mi abuelo Daniel y dártela. Como siempre, finalicé con un “Te Adoro” pero la verdad Sebastian, es que ya en ese momento estaba cansada, cansada de no saber qué escribir, cansada de los papeles, cansada de los mensajes de texto, cansada de no poder gritar lo que sentía porque no me escucharías, cansada de tu necedad por no poder confiar en los especialistas y en nosotros, cansada de que no me puedas oír.
Como ves, hoy tampoco supe qué decir, lo que hice fue recordar mis cartas pasadas porque no encontré ninguna otra hoja que tuviera escrito lo que tengo que decirte:
Todo va a salir bien Sebastian, tu familia, la prima Kaki, tus amigos y yo estaremos aquí afuera esperando que salgas, apoyándote y felices de que por fin tomaste la decisión de que te operaran. Sé que no fue fácil porque también sé lo mucho que le temes a las agujas y a los “señores de bata blanca”, pero verás que todo va a ser recompensado Sebas, cuando al salir de la operación puedas escuchar a tu mamá llorando y finalmente cuando puedas escuchar mi TE AMO.
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Carta al Amor de mi Vida
Hace casi cuatro meses que no te veo, pero te imagino con tu vientre abultado llevando a nuestra hija dentro: Sé por Marina que es una niña. Tú y yo siempre quisimos tener una niña, ¿te acuerdas cuando de madrugada yo te abrazaba y soñábamos con huir y empezar una nueva vida?
Cuando me dijiste que estabas embarazada, que íbamos a tener un hijo y que dejarías a tu marido para que pudiéramos irnos los tres; tal y como siempre habíamos soñado, me hiciste el hombre más feliz del mundo. Acordamos que la llamaríamos Carolina si al final resultaba niña, y David si por el contrario era un niño. Lo teníamos todo planeado, yo había encontrado trabajo en Madrid como fotógrafo, y tú querías dejar el trabajo de oficina que tus padres te impusieron y que tanto odiabas y dedicarte a la pintura y el diseño el cual había sido tú sueño desde muy joven, juntos criaríamos a nuestro bebé y seríamos felices para siempre.
Qué estúpido fui al creerte, la noche que habíamos quedado te esperé en mi estudio hasta el amanecer, te llamé y te busqué pero tú no me contestaste. Cuando fui a buscarte a tu casa, tu hermana me abrió la puerta y me dio una carta en tu nombre alegando que no querías verme, las únicas palabras escritas fueron: Lo siento, no puedo hacerlo. Yo no estaba dispuesto a aceptar aquello y te busqué en el trabajo, te abordé en un pasillo y te obligué a escucharme, me dijiste que no era el momento, que hablaríamos luego, en el sitio de siempre. Aguardé allí por ti, hasta que por fin apareciste, inmediatamente te pedí una explicación sobre la carta y tu plantón, tú simplemente me dijiste: Perdóname, pero no puedo hacerlo. ¿Por qué? Quería saber, no entendía nada hasta que al fin me explicaste que si te divorciabas, ¿qué pensaría de ti la gente? Que sería un escándalo en una ciudad tan pequeña y en unos tiempos como aquellos, ¿qué pensarían tus padres y nuestros amigos? Yo te expliqué que aquello no tenía por qué importante, que yo también tenía mucho que perder, también estaba casado y tenía un hijo pequeño, Marco el cual te adoraba y deseaba más que nada en el mundo tener un hermano, pero tú no quisiste escucharme. Habías decidido quedarte con tu marido y criar a nuestro bebé como vuestro,haciéndole creer que aquella criatura era suya, él no lo dudaría pues no sospechaba de nosotros y nunca estaba en casa. Tus palabras me conmocionaron, estallé y te grité que no lo consentiría, que tú podías hacer lo que quisieras pero que a mi hijo no lo alejarías de mí, que yo era su padre y tenía todo el derecho a criarlo y él a conocerme, a mí, a su hermano y sus abuelos. Me echaste en cara mi egoísmo, y me reprochaste que si actuabas así era porque no querías que naciera como un señalado, que sólo pensabas en él, pero, vida mía, seamos sinceros: En ese momento sólo pensabas en ti mismas y en lo que tu madre pensaría de ti si huías con el hombre al que verdaderamente amabas y no al que ella aprobó para que te casaras con él.
Yo nunca les gusté a tu familia, ya sé lo que pensaban de mí, pero a mi no me importaban ellos, me importabas tú y nuestro hijo. Tú te echaste a llorar y saliste corriendo. Esa noche llovió a cántaros y bajo la lluvia grité tu nombre desde la puerta de tu casa, di portazos, te grité una y otra vez pero tú no saliste ni por el miedo a que los vecinos me oyeran y murmuraran. Marina tuvo que venir a buscarme para llevarme a casa, me echó en cara que ella siempre supo que lo nuestro nunca funcionaría y me instó para que me largara para siempre de tu vida, yo en ese momento no quise escucharla.
Te esperé durante dos meses a que vinieras conmigo, te llamé y escribí, incluso te aceché pero nada logró hacerte cambiar de opinión.
Al final, roto de dolor decidí marcharme a Madrid, solo y allí intentar olvidarte; pero aquí me tienes, sufriendo como un perro y escribiéndote una carta que tú nunca leerás y que puede que ni te interese hacerlo. En este momento me odio a mí mismo, ¿sabes? Y te odio a ti también, por alejarme de tu vida y quitarme a mi hija.
Tu marido es un buen hombre, te quiere más que a nada, pero tu a él no lo quieres, y no se merece eso, ni tampoco nuestra hija, al fin y al cabo ellos son los únicos inocentes de esta historia.
No te imaginas, el dolor que me causa alejarme de vosotras. Yo solo espero no equivocarme, que vosotras seáis felices es lo único que me importa.
Luis será un buen padre, lo sé porque he llegado a conocerle y apreciado como a un amigo, pero siento celos de él y del amor que va a recibir de parte de nuestra pequeña, daría mi vida por poder verla una sola vez, pero conociéndote tú jamás le dirás la verdad, eres demasiado cobarde como para enfrentarla y decirle lo que hiciste.
Te quiero más que a nada en el mundo, ahora y para siempre.
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El cofre de la memoria
Me decidí a escribirte porque me parece que en los últimos años he olvidado darte las gracias y decirte que te amo. Al redactar esta carta estoy haciendo caso omiso a las recomendaciones de mis amigas, quienes consideran que presentarse en un concurso público con una carta de amor para el ex-marido, produce en el mejor de los casos, caspa. Pero yo siento que con toda esta historia del divorcio y el trajín que significó hacerlo realidad, se han ido pasando los meses y no quisiera perder esta oportunidad. Quería decirte que somos mucho más que un hombre y una mujer que ya no lograban vivir juntos.
Ya van a ser dos años desde que empecé a embalar nuestras vidas para poder cumplirle a la pareja que decidió montar su paraíso de amor sobre las cenizas del nuestro. De todo aquello, como de un naufragio voluntario, todavía siguen apareciendo objetos que daba por perdidos.
De poco valieron los rollos de tirro, papel y plástico; las interminables horas dedicada a envolver meticulosamente cada libro, cada juguete, cada recuerdo y meterlos en cajas identificadas; o las cifras tan exorbitantes como injustificadas que se le cancelaron a la compañía guardamuebles. Con la misma persistencia con la que el óxido y el moho se apoderaron de nuestras cosas, así mismo la tristeza inmensa y una sensación plomiza de fracaso, se filtraron como un líquido espeso a través del papel de burbujas, que pretendía ingenuamente, amortiguar la caída y hacernos protagonistas de una separación posmoderna: sin traumas y sin dolor.
De esos meses perdidos en los que, en efecto, dejamos para siempre de ser “nosotros cuatro” y nos convertimos en otra gente, sólo me atrevo a recordar la última tarde antes de la mudanza en el apartamento de La Castellana, cuando todos bailamos dentro de nuestro cuarto, reducido a un rectángulo semi-vacío con piso de madera: un colchón inflable tamaño King, una laptop y dos cornetas en las que un dúo formado por Juan Luis Guerra y Maná nos recordaba que fue una bendición encontrarnos en el camino. Lo demás me resulta todavía demasiado filoso y permanece confinado bajo llave, en una gaveta bien escondida en lo más profundo del alma, esperando que el tiempo y el psicoanálisis de Margarita hagan su magia. Un día quizás, esos archivos puedan ser decodificados sin causar estragos.
Así como aparecieron la colección de juguetes de madera y los adornos de navidad; así han venido re-flotando muchos de los recuerdos maravillosos de esos casi 16 años que compartimos bajo un mismo techo (aunque tú bien sabes que fueron en realidad muchos techos sucesivos, y cuatro los años finales en los que, como suspendidos en el tiempo, compartimos petrificados techo, pero no alcoba).
Y si bien es cierto que no todos los años fueron buenos y que las razones para no estar juntos siguen estando clarísimas, también es verdad que fuiste mi amor. El de los besos dulces y suavecitos, mi compañero, mi cómplice y el co-autor, impulsor y defensor desde siempre de Camila y Daniela, que son hoy todo lo que me importa. La buena noticia ha sido descubrir que esas memorias cálidas siguen intactas y son la cantera de nuestra relación de ahora, que aunque al añadirle el “ex” por delante machaca siempre lo que ya no somos, tiene, paradójicamente, un presente mucho más plácido que el pasado.
Te confieso que en las malas noches, cuando la culpa y los miedos que me habitan salen de sus cavernas y me atrapan, el saber que cuento contigo me ayuda a liberarme. Porque tú sigues siendo mi aliado, mi único socio en la empresa de la paternidad y tu presencia le añade otra red de seguridad a la peripecia de vivir en esta Caracas contemporánea. Acto que resulta a veces inconscientemente suicida, a ratos tedioso o caótico; pero siempre protegido por una magia imperceptible: como nuestro destino. Qué suerte, Marmotón, la de encontrarte justo ahí, en frente de la cartelera de aquel curso de inglés. Y de verdad, bendita la coincidencia.
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