jueves, 6 de marzo de 2014

El Don de la Fe


Siento cada mañana, al levantarme, que debo dar gracias a Dios por el nuevo día que amanece y por la fe que me ha regalado. Un día en una misa con niños se me ocurrió decirles que la fe la podemos comparar con unas gafas. Han pasado varios años y me reafirmo cada vez más en esta comparación. Los que tenemos miopía u otra enfermedad óptica sabemos que lo primero que tenemos que hacer al comenzar el día es (después de aporrear el despertador) tantear en la mesita de noche y ponernos las gafas. Si no lo hiciéramos (todos tenemos experiencia de haber roto un cristal...) veríamos mal durante todo el día. La realidad fuera de nosotros es la misma nos pongamos las gafas o no, pero nuestra percepción de ella es bien distinta según tengamos o no esos cristalitos que se apoyan en nuestra nariz. Pues “las gafas de la fe” son las que colorean la realidad (como unas gafas de sol verdes o amarillas) de esperanza y de optimismo vital. La realidad es la que nos traiga el día (a menudo con noticias mas bien desagradables) pero nuestra fe nos ayuda a saber que Cristo ha vencido ya por nosotros la gran batalla contra el mal. Todo lo malo de este mundo (como decíamos el otro día) tiene su merecida derrota en la cruz de Cristo.
¿Y qué mérito hemos hecho nosotros para tener fe? Ninguno. Me da mucha pena cuando se me acerca alguien y me dice: “Padre, he perdido la fe”. A menudo la fe (pongamos otro ejemplo) es como una planta, que si no se riega, se seca. El agua y los fertilizantes espirituales son la oración y la caridad. Si no los usamos, perdemos ese gran regalo de Dios. Por ello digo que hay que darle gracias a Dios todos los días por el inmenso don que Él nos hace. Dios, a través de la Iglesia, mediada por nuestros padres, hermanos, sacerdotes o catequistas nos ha regalado las grandes gafas de la fe. Ahora depende de nosotros limpiar los cristales y ponerle las patillas derechas de vez en cuando.
A propósito de la fe, me despido hoy con una cita que no necesita más comentario. Es deWalter Schubart (Filósofo y psicólogo alemán) y dice así: Creer en Dios no es ninguna obligación, es un regalo, una gracia. No creer en Dios no es ningún delito: quizá sea sólo una desgracia.

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