- La ética de Aristóteles o la búsqueda de la felicidad
- Acerca de la felicidad como fin en sí misma
- Acerca de la naturaleza de la felicidad y la función específica del hombre
- Acerca de la virtud y las partes del alma
- Santo Tomás de Aquino
- Doctrina ética de Santo Tomás de Aquino
- La búsqueda de la felicidad en Dios
- La ética de Epicuro
- El bien como utilidad: utilitarismo
- Análisis de la investigación
- Conclusión
ÉTICA
Ética (del griego ethika, de ethos,
‘comportamiento’, ‘costumbre’),
principios o
pautas de la conducta humana,
a menudo y de forma impropia llamada moral (del
latín mores, ‘costumbre’) y por
extensión, el estudio de esos principios a veces llamado
filosofía moral.
La ética,
como una rama de la filosofía, está considerada
como una ciencia
normativa, porque se ocupa de las normas de la
conducta humana,
y para distinguirse de las ciencias
formales, como las matemáticas y la lógica,
y de las ciencias empíricas, como la química y la física.
Desde que los hombres viven en comunidad, la
regulación moral de la conducta ha sido necesaria para el
bienestar colectivo. Aunque los distintos sistemas morales
se establecían sobre pautas arbitrarias de conducta,
evolucionaron a veces de forma irracional, a partir de que se
violaran los tabúes religiosos o de conductas que primero
fueron hábito y luego costumbre, o asimismo de leyes impuestas
por líderes para prevenir desequilibrios en el seno de la
tribu.
Los filósofos han intentado determinar la
bondad en la conducta de acuerdo con dos principios fundamentales
y han considerado algunos tipos de conducta buenos en sí
mismos o buenos porque se adaptan a un modelo moral
concreto. El
primero implica un valor final o
summum bonum, deseable en sí mismo y no sólo como
un medio para alcanzar un fin. En la historia de la ética
hay tres modelos de
conducta principales, cada uno de los cuales ha sido propuesto
por varios grupos o
individuos como el bien más elevado: la felicidad o
placer; el deber, la virtud o la obligación y la
perfección, el más completo desarrollo de
las potencialidades humanas.
Por eso, la ética no nos resulta ajena a ninguna
de nosotros en tanto somos capaces de hacernos responsables de
nuestras acciones. Se
trata entonces de la formación de un carácter moral que nos permita obrar bien y
ser buenos. Ésta nos enseña a hacernos cargo del
sentido de nuestras acciones, sus motivaciones y consecuencias
para no obrar como un zombi para quien nunca hay problemas y
que va a donde lo lleva la corriente, ni como un fanático
que absolutiza su convicción y se niega a una actitud
reflexiva.
En la ética se configuran las primeras formas de
la libertad a
partir de las cuales nos vamos volviendo capaces de gobernarnos a
nosotros mismos. Éste era el antiguo significado de la
palabra autarquía. La ética nos enseña a ser
libres, es decir, a tener en nosotros mismos el gobierno de
nuestras acciones y a descubrir cómo nuestras acciones van
conformando nuestro ser. De este modo, aprender a habitar
significa también aprender a practicar los hábitos
que nos permiten realizar el bien y ser buenos.
Es la formación de un carácter moral que,
desde su opción por el bien, pueda hacer frente a los
cambios y conflictos que
se van presentando a lo largo de la vida.
ÉTICA Y FELICIDAD
El asunto fundamental de la Ética es la felicidad
humana, más no una felicidad ideal y utópica sino
aquella que es accesible, practicable para el
hombre.
Para comprender el significado de lo ético, lo
primero que hace falta es entender que la finalidad de la vida
humana no estiba solo en sobrevivir, es decir, en continuar
viviendo; si la vida fuese un fin en sí mismo, si
careciese de un "para que" no tendría sentido.
Cuando el hombre piensa
a fondo en sí mismo, se da cuenta de que con vivir no
tiene suficiente: necesita vivir bien, de una determinada manera,
no de cualquiera. Dicho de otro modo: vivir es necesario pero no
suficiente. De ahí que surja la pregunta: para qué
vivir ( la cuestión del sentido) y, en función de
ello, cómo vivir. Justamente ahí comienza la
ética.
La felicidad se nos presenta, como una plenitud a la que
todos aspiramos y, por tanto, de cuya medida completa carecemos.
Sin embargo, esa "medida" no es en rigor cuantificable. La
felicidad más bien parece una cualidad; como cierto
"logro".
Existe en nuestra naturaleza un
anhelo de felicidad. Nadie busca expresamente lo que sea opuesto
a la felicidad. En sus afanes las personas buscan bienes
diversos, satisfacciones, acumular lo que estiman conveniente
tener, librarse de aquello que pueda significar una pena o
desdicha.
La experiencia de la vida pronto nos va a enseñar
varias cosas. Como que un bien por el que mucho suspiramos, una
vez poseído, no resultó tan importante como lo
habíamos creído. También aprendemos que la
posesión de algunos bienes exige de nosotros muchos
cuidados: para que no se dañen, para que no se
extravíen, para que no nos los roben. Así mismo
ocurre que algunos bienes nos suelen enfrentar con nuestros
prójimos, lo que suele mermar con frecuencia su disfrute:
porque otros también quieren lo que nosotros obtuvimos y
ellos no pueden tener; porque la envidia de otros nos duele y
disminuye la satisfacción de lo que tenemos.
Por ello se afirma que estamos llamados, ciertamente, a
la felicidad, pero que saber en qué consiste
demanda
indagar sobre el particular.
Como la naturaleza no hace nada en vano y naturalmente
todo ser humano busca ser feliz, por fuerza debe
existir el objeto de la felicidad del ser humano.
Es un hecho, dada la unidad de la familia
humana, que todas las personas tenemos específicamente la
misma naturaleza, por lo que el anhelo de felicidad es algo
común en cada ser humano.
Considerar la cuestión de la felicidad humana
comporta plantearse cuestiones sobre el fin de la propia
vida y tratar de indagar el origen y el de la
persona y
penetrar en profundidad en lo que bien se llama el ser del
hombre, la naturaleza
humana.
Con frecuencia algunas personas suelen despachar tan
importante asunto de una manera, por así decir,
improvisada. Porque experimentan en verdad, el deseo de
felicidad, más recurren a cualquier bien que se les ponga
por delante como si ese fuese el objeto de su felicidad, para
comprender luego que no lo era y volver a intentar con otro, en
lo que se les va la vida sin detenerse a examinar con atención tan onda
incógnita.
Al tratar el tema de la felicidad, se nos han abierto
dos interrogantes: el primero, ¿quién es realmente
el ser humano?, que ha sido brevemente contestado haciendo
referencia al carácter trascendente de la persona, que
busca conocer, ser siempre, ser feliz. Esto hace que descubra y
cultive su ligamen con el ser necesario, absoluto, ya que el ser
humano descubre que el suyo es contingente, relativo y que no
tiene en si mismo la razón de su propia
existencia.
Nuestro siglo ha visto a los modernos totalitarios:
comunistas, fascistas, nazis y algunos socialistas... todos los
cuales, de un modo o de otro, ubican la felicidad humana en la
cooperación al triunfo de la clase o en el
esplendor de la nación,
o en la pureza de la raza o en la prosperidad económica, o
en la potencia militar
de la clase, del Estado o de la
raza. Todo ello, en el fondo, no es sino falta de
reflexión sobre la grandeza de la persona humana, la que
puede ciertamente, trabajar por su nación
y su esplendor o por la cooperación en la prosperidad
económica. Pero como que alguna de esas cosas dichas
constituya el objeto de la felicidad human, no es
posible.
En nuestro propio siglo, el que ha visto surgir y caer
todos esos equivocados planteamientos. Se buscó el objeto
de la felicidad donde no estaba y ello causó gran
decepción a los que tomaron ese equivocado
camino.
Una primera conclusión del recorrido sobre los
criterios que algunos han tenido sobre el objeto de la felicidad
humana es que, en esta vida transitoria, terrestre,
importantísima pero pasajera, no existe ningún
objeto que pueda dar la felicidad a los seres humanos.
Ciertamente hay muchos bienes, bienes del cuerpo, y
bienes del alma, como lo
hemos visto, pero tales bienes ni incluyen todos los males, ni
pueden ser poseídos por todas las personas ni admiten una
posesión perpetua.
Esto lleva a una conclusión que es profunda: el
hombre está llamado a la felicidad, su corazón la
busca, su alma la anhela, pero entre los bienes de este mundo,
algunos por cierto muy dignos de aprecio, no existe, sin embargo,
ninguno capaz de colmar en forma permanente el ansia humana de
felicidad.
PREGUNTA PROBLEMA
¿Es posible que el hombre sea
feliz?
TESIS
Considerando que el anhelo de felicidad en cada ser
humano es tan vigoroso, podemos reconocer que hay un deseo innato
de felicidad en cada persona.
HIPÓTESIS
A partir de ese dato examinaremos que sí debe
existir el objeto de la felicidad humana, porque la naturaleza no
hace nada en vano y por naturaleza todo ser humano busca ser
feliz. Entonces, atraídos por el bien que lo rodea, cada
ser humano tiende a esos bienes que halla a mano para poder
constituir el objeto de la felicidad humana.
OBJETIVOS
- Al ser éste un tema en el que podemos encontrar diversas opiniones, por ser muy personal, partiremos de diferentes conceptos de felicidad, ya sean desde el punto de vista filosófico (ético, metafísico), sociológicos, económicos y de diferentes momentos socio- históricos, veremos cómo se encara dicho problema y cuáles son los factores en los que se apoya la sociedad para alcanzarla.
- De acuerdo a los antiguos filósofos, analizaremos en qué se basaban para que el individuo llegara a alcanzar la felicidad.
- Indagar cuan importante es el objeto de la felicidad humana sin confundirlo con los medios para llegar a ella.
- Reflexionar cómo la felicidad humana va abriendo horizontes amplísimos que de nuevo reclaman preguntas y respuestas.
PREGUNTAS DE ENCUESTA
SEXO: EDAD:
OCUPACIÓN: ESTADO CIVIL:
- ¿Qué piensa usted que es la Felicidad?
- ¿Es posible que el hombre sea feliz?
- ¿Usted considera que ha alcanzado la Felicidad?
- ¿Cuáles de estos factores considera que influyen sobre la felicidad humana?
- Dinero
- Familia
- Trabajo
- Amor
- Religión
- Salud
- La Sociedad
- Otros
- ¿Cuáles de estos factores considera para darse cuenta si ha alcanzado o no la Felicidad?
DE LA FELICIDAD
REFERENCIA SOBRE DE ARISTÓTELES
Aristóteles es el pensador más
extraordinario que ha dado la humanidad. Nos asombra no solo la
vastedad de sus conocimientos, sino muy especialmente la
profundidad y penetración de su pensamiento.
Del dijo Augusto Compte que era "el
príncipe eterno de los verdaderos pensadores". Por su
parte, el filósofo español
Rafael Cambra dice que Aristóteles es "el fruto intelectual
más granado de aquella civilización refinada,
especialmente idónea para la filosofía, verdadera
edad dorada de la cultura
humana"(6).
Aristóteles ingresó a la Academia de
Platón
a los 17 años, y allí permaneció durante 20
años. En esta Institución se nutrió en las
fuentes
más puras del pensamiento de su época.
Tiempo después fundo su propia escuela que se
conoció con el nombre de "Liceo". En su liceo trabajo sin descanso en la creación de la más vasta obra científico-filosófica de la
antigüedad.
Dada la finalidad de este libro,
sólo nos ocuparemos de estudiar su pensamiento
ético , el cual, dicho sea de paso, descansa sobre los
supuestos fundamentos de su metafísica, y se orienta a la
consecución del sumo bien, el cual sólo puede
alcanzarse a través de la política.
Aristóteles asignó gran importancia a los
problemas éticos, a tal punto que hasta nosotros han
llegado tres libros de
ética de su autoría. Ellos son: La Ética
Eudemia, la ética Nicomaquea y la Gran Ética.
Además, un opúsculo sobre las Virtudes y los
Vicios.
Los calificativos de "eudemia" y "nicomaquea",
seguramente se derivan de sus editores, su amigo Eudemo de Rodas,
y su hijo Nicómaco.
Por su parte, la Gran Ética, parece tener su origen en una
edición
hecha en el siglo III a .C. con el fin de reconciliar sus ideas
con las de Platón.
LA ÉTICA DE BIENES
A la ética de Aristóteles se le conoce con
los calificativos de ética de bienes, de fines,
eudemonista, y ética material.
A continuación examinaremos un grupo de
textos tomados de la ética Nicomaquea, con el fin de
comprender mejor su doctrina.
1-"todo arte y toda
investigación científica, lo mismo
que toda acción
y elección, parecen tender a algún bien; y por ello
definieron con toda pulcritud el bien de los que dijeron ser
aquello a que todas las cosas aspiran".(6)
2-"Siendo como en gran numero las acciones y las artes y
ciencias, mucho serán por consiguiente los fines.
Así, el de la medicina es la
salud; el de la
construcción naval, el navío, de la
estrategia, la
victoria, y el de la ciencia
económica, la riqueza."(7)
3-"Si existe un fin de nuestros actos querido por
sí mismo, y los demás por él; y si es verdad
también que no siempre elegimos una cosa en viste de
otra-seria tanto como remontar al infinito, y si nuestro anhelo
fuese un ruin y miserable, es claro que ese fin será
entonces no-solo el bien sino el bien soberano. Con respecto a
nuestra vida, el
conocimiento de ese bien es casa de gran momento, y
teniéndolo presente, como los arqueros al blanco,
acertemos mejor donde conviene. Y así, hemos de intentar
comprender en general cual pueda ser, y la ciencia teórica
o practica de que depende."(8)
4- "En cuanto al hombre por lo menos, reina acuerdo casi
unánime, pues tanto la mayoría como los
espíritus más selectos llaman a ese bien la
Felicidad, y suponen que es lo mismo vivir bien y obrar bien que
ser feliz. Pero la esencia de la felicidad es cuestión
disputada, y no las explican del mismo modo el vulgo y los
doctos"(9)
De la lectura de
los anteriores textos podemos comprender que la ética de
Aristóteles es una ética de bienes porque él
supone cada vez que el hombre actúa lo hace en
búsqueda de todo bien. Como son muchos los bienes que el
hombre aspira alcanzar a lo largo de su existencia, puede darse
perfecta cuenta que estos no son todos de la misma
jerarquía, esto es, que unos son mas elevados que
otros.
A los bienes que ordenamos para alcanzar otros, los
llamó bienes medios. Al bien mas elevado, al que no
podemos convertir en medio para alcanzar otro bien, lo denomino
bien final o bien supremo.
Al bien supremo lo identifico con la felicidad, por esta
razón ubicamos su ética dentro de la corriente que
se ha denominado eudemonismo, de eudaimonía,
felicidad.
EL EUDEMONISMO
Una vez que Aristóteles dejó establecido
que todos los hombres se proponen alcanzar la felicidad, se
dedicó a indagar en qué consiste ésta, para
lo cual examinó todas las opiniones emitidas por los
pensadores que le precedieron.
Un examen minucioso de esas opiniones acerca de la
felicidad, le permitió descartar esas mismas opiniones, y
reforzar su propia tesis de que
la felicidad consistía en la posesión de la
sabiduría.
Partió de la tesis de que el bien y la felicidad
son concebidos por los hombres a imagen del
genero de vida
a que cada cual le es propio. La multitud y los más
vulgares ponen el bien supremo en el placer, y por esto aman la
vida voluptuosa.
El placer causa deleite corporal por medio de la
percepción sensorial, y no es bien perfecto
del hombre si se le compara con los bienes del alma.
Otros hombres apuntan al honor, la felicidad es para
ellos "el premio a la virtud". Y el honor parece ser sobre todo
el premio a la virtud. Pero el honor depende más de quien
lo da que de quien lo recibe, mientras que el fin de la vida debe
ser alguna cosa que nos sea propia. El honor se otorga a alguien
por alguna excelencia suya, y por ello es un signo y testimonio
de la excelencia que tiene el honrado, por lo tanto el honor es
una consecuencia de la felicidad, pero ésta no puede
consistir principalmente en el honor.
La felicidad podría consistir en la fama o la
gloria, porque por ella los hombres alcanzan en cierto modo la
eternidad. Pero la fama o la gloria puede ser falsa. La fama o la
gloria depende de los admiradores, por lo cual no tiene
consistencia propia, luego la felicidad no puede consistir en la
fama o la gloria.
La felicidad podría consistir en la
posesión de riquezas. Las riquezas ejercen un fuerte
dominio sobre
el afecto del hombre. Con el dinero se
compran casi todas las cosas. Además, mientras más
riquezas se poseen, más se desean. Pero si se examina
más detenidamente, podemos distinguir que existen dos
tipos de riquezas. Las naturales, que sirven para satisfacer las
necesidades vitales como el alimento, la vivienda, los vestidos,
los vehículos, etc. También existen las riquezas
artificiales, inventadas por el hombre para facilitar los
cambios, y hacer posible el comercio,
estas son el dinero.
Resulta evidente que la felicidad del hombre no puede
consistir en las riquezas naturales porque estas se buscan con
una finalidad ulterior, y que en el orden natural todas
están hechas para el hombre y se ordenan al hombre. Por su
parte, las riquezas artificiales no se buscarían si con
ellas no se compraran las cosas necesarias para la vida, esto es,
las riquezas naturales.
La felicidad podría, entonces, consistir en la
posesión del poder.
La cosa que más rehuyen los hombres es la
servidumbre, a la cual se contrapone el poder, luego el poder de
gobernar a los demás es un bien.
El poder no es un bien perfecto porque es "incapaz de
ahuyentar la angustia de las preocupaciones ni evitar los
aguijones del miedo".
Además, el poder sirve para el bien y para el
mal, por consiguiente la felicidad podría consistir en el
buen uso del poder mediante la virtud, más que en el poder
mismo. Otra de las desventaja que tiene el poder para ser la
felicidad consiste en que al igual que las riquezas, puede ser
arrebatado por otros hombres.
Para algunos, en efecto, la felicidad parece consistir
en la virtud; para otros en la prudencia; para otros aún
en una forma de sabiduría, no faltando aquellos para
quienes la felicidad es todo eso o parte de eso, con placer o sin
placer, a todo lo cual hay aún quienes añaden la
prosperidad exterior como factor concomitante"(10).
ARISTÓTELES
TEXTO 4A. ÉTICA A
NICÓMACO, LIBRO X
Abarca los cuatro últimos capítulos de
esta obra, en los que el filósofo presenta un resumen de
su concepción de la felicidad como fin último del
ser humano. La vida consiste en realizar alguna actividad
virtuosa (capítulo 6), pero no conforme a cualquier
virtud, sino a la virtud más excelsa y perfecta, que se
refiere a la actividad contemplativa del entendimiento
(capítulo 7). Para ello, es necesario que el hombre posea
también bienes materiales y
otras virtudes, como la justicia
(capítulo 8), o cual seria imposible sin la existencia de
una organización política que haga
cumplir las leyes y facilite a los ciudadanos el ejercicio de la
virtud (capítulo 9).
Capítulo 6. La Felicidad y su
Contenido
Después de haber tratado acerca de las virtudes,
la amistad, los
placeres, nos resta una discusión sumaria en torno a la
felicidad, puesto que la colocamos como fin de todo lo
humano.
Dijimos, pues, que la felicidad no es un modo de ser,
pues de otra manera podría pertenecer también al
hombre que pasara la vida durmiendo o viviera como una planta, al
hombre que sufriera las mayores desgracias. Ya que esto no es
satisfactorio, sino que la felicidad ha de ser considerada,
más bien, una actividad, como hemos dicho antes, y si, de
las actividades, unas son necesarias y se escogen por causa de
otras, mientras que otras se escogen por sí mismas, es
evidente que la felicidad se ha de colocar entre las cosas por
sí mismas deseables y no por causa de otra cosa, porque la
felicidad no necesita de nada, sino que se basta a sí
misma, y las actividades que se escogen por sí mismas son
aquellas de las cuales no se busca nada fuera de la misma
actividad. Tales parecen ser las acciones de acuerdo con la
virtud. Pues el hacer lo que es noble y bueno es algo deseado por
sí mismo. Asimismo, las diversiones que son agradables, ya
que no se buscan por causa de otra cosa; pues los hombres son
perjudicados más que beneficiados por ellas, al descuidar
sus cuerpos y sus bienes. Sin embargo, la mayor parte de los que
son considerados felices recurren a tales pasatiempos y
ésta es la razón por la que los hombres ingeniosos
son muy favorecidos por los tiranos, porque ofrecen los placeres
los placeres que los tiranos desean y, por eso, tienen necesidad
de ellos. Así estos pasatiempos parecen contribuir a la
felicidad, porque es en ellos donde los hombres de poder pasan
sus ocios. Pero, quizá, la aparente felicidad de tales
hombres no es señal de que sean realmente felices. En
efecto, ni la virtud ni el entendimiento, de los que proceden las
buenas actividades, radican en el poder; y el hecho de que tales,
por no haber buscado un placer puro y libre, recurran a las
placeres del cuerpo no es razón para considerarlos
preferibles, pues también los niños
creen que lo que ellos estiman es lo mejor. Es lógico,
pues, que, así como para los niños y los hombres
son diferentes las cosas valiosas, así también para
los malos y para los buenos. Por consiguiente, como hemos dicho
muchas veces, las cosas valiosas y agradables son aquellas que le
aparecen como tales al hombre bueno. La actividad más
preferible para cada hombre será, entonces, la que
está de acuerdo con su propio modo de ser, y para el
hombre bueno será la actividad de acuerdo con la virtud.
Por tanto, la felicidad no está en la diversión,
pues sería absurdo que el fin del hombre fuera la
diversión y que el hombre se afanara y padeciera toda la
vida por causa de la diversión. Pus todas las cosas, por
así decir, las elegimos por causa de otra, excepto la
felicidad, ya que ella misma es el fin. Ocuparse y trabajar por
causa de la diversión parece necio y muy pueril; en
cambio,
divertirse para afanarse después parece, como dice
Anacarsis, estar bien; porque la diversión es como un
descanso, y como los hombres no pueden estar trabajando
continuamente, necesitan descanso. El descanso, por tanto, no es
un fin, porque tiene lugar por causa de la actividad. La vida
feliz, por otra parte, se considera que es la vida conforme a la
virtud, y esta vida tiene lugar en el esfuerzo, no en la
diversión. Y decimos que son mejores las cosas serias que
las que provocan risa y son divertidas, y más seria la
actividad de la parte mejor del hombre y del mejor hombre, y la
actividad del mejor es siempre superior y hace a uno más
feliz. Y cualquier hombre, el esclavo no menos que el mejor
hombre, puede disfrutar de los placeres del cuerpo; pero nadie
concedería felicidad al esclavo, a no ser que le atribuya
también a él vida humana. Porque la felicidad no
está en tales pasatiempos, sino en las actividades
conforme a la virtud, como se ha dicho antes.
Si aceptamos que el placer debe estar mezclado con la
felicidad, el más deleitoso de los actos conforme a la
virtud es el ejercicio de la sabiduría. El sólo
afán de saber, la filosofía, encierra deleites
maravillosos por su pureza y por su firmeza, y por supuesto, el
saber adquirido, produce un goce mayor que el de su mera
indagación. Además, la sabiduría la contiene
como propio un placer que aumenta con la actividad
(15).
En conclusión, la felicidad consiste en la
actividad de la inteligencia
según la virtud que le es propia. Como Aristóteles
es ante todo un hombre realista, presupone que para que un
individuo pueda dedicarse a la actividad contemplativa debe
disponer de bienes exteriores que le permitan satisfacer sus
propias necesidades, porque por ejemplo, un hombre que viva en la
miseria jamás podrá tenerse por feliz.
Capítulo 7. En qué consiste la
Felicidad Perfecta
Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la
virtud, es razonable (que sea una actividad) de acuerdo con la
virtud más excelsa, y ésta será una
actividad de la parte mejor del hombre. Ya sea, pues, el
intelecto ya otra cosa lo que, por naturaleza, parece mandar y
dirigir y poseer el conocimiento
de los objetos nobles y divinos, siendo esto mismo divino o la
parte más divina que hay en nosotros, su actividad de
acuerdo con la virtud propia será la felicidad perfecta. Y
esta actividad es contemplativa, como ya hemos dicho.
Esto parece estar de acuerdo con lo que hemos dicho y
con la verdad. En efecto, esta actividad es la más
excelente (pues el intelecto es lo mejor de lo que hay en
nosotros y está en relación con lo mejor de los
objetos cognoscibles); también es la más continua,
pues somos más capaces de contemplar continuamente que de
realizar cualquier otra actividad. Y pensamos que el placer debe
estar mezclado con la felicidad, y todo el mundo está de
acuerdo en que la más agradable de nuestras actividades
virtuosas es la actividad en concordancia con la
sabiduría. Ciertamente, se considera que la
filosofía posee placeres admirables en pureza y en
firmeza, y es razonable que los hombres que saben, pasen su
tiempo
más agradablemente que los que investigan. Además,
la dicha autarquía se aplicará, sobre todo, a la
actividad contemplativa, aunque el sabio y el justo necesiten,
como los demás, de las cosas necesarias para la vida;
pero, a pesar de estar suficientemente provistos de ellas, el
justo necesita de otras personas hacia las cuales y con las
cuales practicar la justicia, y lo mismo el hombre moderado, el
valiente y todos los demás; en cambio, el sabio, aun
estando sólo, puede teorizar, y cuanto más sabio,
más; quizá sea mejor para él tener colegas,
pero con todo, es el que más se basta a sí
mismo.
Esta actividad es la única que parece ser amada
por sí misma, pus nada se saca de ella excepto la
contemplación, mientras que de las actividades
prácticas obtenemos, más o menos, otras cosas,
además de la acción misma. Se cree, también,
que la felicidad radica en el ocio, pus trabajamos para tener
ocio y hacemos la guerra para
tener paz. Ahora bien, la actividad de las virtudes
prácticas se ejercita en la política o en las
acciones militares, y las acciones relativas a estas materias se
consideran penosas; las guerras, en
absoluto ( pues nadie elige el guerrear por el guerrear mismo, ni
se prepara sin más para la guerra; pues un hombre que
hiciera enemigos de sus amigos para que hubiera batallas y
matanzas, sería considerado un completo asesino);
también es penosa la actividad de político, y,
aparte de la propia actividad, aspira a algo más, o sea, a
poderes y honores, o en todo caso, a su propia felicidad o a la
de los ciudadanos, que es distinta de la actividad
política y que es claramente buscada como una actividad
distinta. Sí, pues, entre las acciones virtuosas
sobresalen las políticas
y guerreras por su gloria y grandeza, y, siendo penosas, aspiran
a algún fin y no se eligen por si mismas, mientras que la
actividad de la mente, que es contemplativa, parece ser superior
en seriedad, y no aspira a otro fin que a sí misma y a
tener su propio placer ( que aumenta la actividad), entonces la
autarquía, el ocio y la ausencia de fatiga, humanamente
posibles, y todas las demás cosas que se atribuyen al
hombre dichoso, parecen existir, evidentemente, en esta
actividad.
Ésta, entonces, será la perfecta felicidad
del hombre, si ocupa todo el espacio de su vida, porque ninguno
de los atributos de la felicidad es incompleto.
Tal vida, sin embargo, sería superior a la de un
hombre, pues el hombre viviría de esta manera no en cuanto
hombre, sino en cuanto que hay algo divino en él; y la
actividad de esta parte divina del alma es tan superior al
compuesto humano como lo es su actividad respecto de la actividad
de las otras virtudes. Sí, pues, la mente es divina
respecto del hombre, también la vida según ella
será divina respecto de la vida humana. Pero no hemos de
seguir los consejos de algunos que dicen que, siendo hombres,
debemos pensar sólo humanamente y, siendo mortales,
ocuparnos sólo de las cosas mortales, sino que debemos, en
la medida de lo posible, inmortalizarnos y hacer todo esfuerzo
para vivir de acuerdo con lo más excelente que hay en
nosotros; pues, aun cuando esta parte sea pequeña en
volumen,
sobrepasa a todas las otras en poder y dignidad. Y
parecía también, que todo hombre es esta parte, si,
en verdad, ésta es la parte dominante y la mejor; por
consiguiente, sería absurdo que un hombre no eligiera su
propia vida sino la de otro. Y lo que dijimos antes es apropiado
también ahora: lo que es propio de cada uno por naturaleza
es lo mejor y lo más agradable para cada uno. Así,
para el hombre, lo será la vida conforme a la mente, si,
en verdad, un hombre es primariamente su mente. Y esta vida
será también la más feliz.
Capítulo 8. Superioridad de la Vida
Contemplativa
La vida, de acuerdo con la otra especie de virtud, es
feliz de una manera secundaria, ya que las actividades conforme a
esta virtud son humanas. En efecto, la justicia, la
valentía, y las demás virtudes las practicamos
recíprocamente en los contratos,
servicios y
acciones de todas clases, observando en cada caso lo que conviene
con respecto a nuestras pasiones. Y es evidente que todas esas
cosas son humanas. Algunas de ellas parece que incluso proceden
del cuerpo, y la virtud ética está de muchas
maneras asociada íntimamente con las pasiones.
También la prudencia está unida a la virtud
ética, y ésta a la prudencia, sí, en verdad,
los principios de la prudencia están de acuerdo con las
virtudes éticas, y la rectitud de la virtud ética
con la prudencia.
Puesto que estas virtudes éticas están
también unidas a las pasiones, estarán, asimismo,
en relación con el compuesto humano, y las virtudes de
este compuesto son humanas; y, así, la vida y la
felicidad, de acuerdo con estas virtudes, serán
también humanas.
La virtud de la mente, por otra parte, está
separada, y baste con lo dicho a propósito de esto, ya que
en una detallada investigación iría más
allá de nuestro propósito. Parecería, con
todo, que esta virtud requiere recursos externos
sólo en pequeña medida o menos que la virtud
ética. Concedamos que ambas virtudes requieran por igual
las cosas necesarias, aún cuando el político se
afane más por las cosas del cuerpo y otras tales cosas (
pues poco difieren estas cosas); pero hay mucha diferencia en lo
que atañe a las actividades. En efecto, el hombre liberal
necesita riqueza para ejercer su liberalidad, y el justo para
poder corresponder a los servicios ( porque los deseos no son
visibles y aún los injustos fingen querer obrar
justamente), y el valiente necesita fuerzas, si es que ha de
realizar alguna acción de acuerdo con la virtud, y el
hombre moderado necesita los medios, pues ¿cómo
podrá manifestar que lo es o que es diferente de los
otros?.
Se discute si lo más importante de la virtud es
la elección o las acciones, ya que la virtud depende de
ambas. Ciertamente, la perfección de la virtud radica en
ambas, y para las acciones se necesitan muchas cosas, y cuanto
más grandes y más hermosas sean, más se
requieren. Pero el hombre contemplativo no tiene necesidad de
nada de ello, al menos para su actividad, y se podría
decir que incluso estas cosas son un obstáculo para la
contemplación; pero en cuanto que es hombre y vive con
muchos otros, elige actuar de acuerdo con la virtud, y por
consiguiente necesitará de tales cosas para vivir como
hombre.
Que la felicidad perfecta es una actividad contemplativa
será evidente también por lo siguiente.
Consideramos que los dioses son en grado sumo bienaventurados y
felices, pero ¿qué genero de acciones hemos de
atribuirles? ¿Acaso las acciones justas? ¿No
parecerá ridículo ver a los dioses haciendo
contratos, devolviendo depósitos y otras cosas semejantes?
¿O deben ser contemplados afrontando peligros, arriesgando
su vida para algo noble? ¿O acciones generosas?. Pero,
¿a quién darán? Sería absurdo que
también que también ellos tuvieran dinero o algo
semejante. Y ¿cuáles serían sus acciones
moderadas? ¿No será esto una alabanza vulgar,
puesto que los dioses no tienen deseos malos?. Aunque
recorriéramos todas estas virtudes, todas las alabanzas
relativas a las acciones nos parecerían pequeñas e
indignas de los dioses.
Sin embargo, todos creemos que los dioses viven y que
ejercen alguna actividad, no que duermen, como Edimión.
Pues bien, si a un ser vivo se le quita la acción y,
aún más, la actividad producción, ¿qué le queda,
sino la contemplación?. De suerte que la actividad divina
que sobrepasa a todas las actividades en beatitud, será
contemplativa, y, en consecuencia, la actividad humana que
está más íntimamente unida a está
actividad, será la más feliz. Una señal de
ello es también el hecho de que los demás animales no
participan de la felicidad por estar del todo privados de la
actividad. Pues, mientras toda la vida de los dioses es feliz, la
de los hombres lo es en cuanto que existe una cierta semejanza
con la actividad divina; pero ninguno de los demás seres
vivos es feliz, porque no participan, en modo alguno, de la
contemplación. Por consiguiente, hasta donde se extiende
la contemplación, también la felicidad, y aquellos
que pueden contemplar más son también más
felices no por accidente, sino en virtud de la
contemplación. Pues ésta es, por naturaleza,
honorable.
De suerte que la felicidad será una especie de
contemplación.
Sin embargo, siendo humano, el hombre contemplativo
necesitará del bienestar externo, ya que nuestra
naturaleza no se basta a sí misma para la
contemplación, sino que necesita de la salud corporal, del
alimento y de los demás cuidados. Por cierto, no debemos
pensar que el hombre para ser feliz necesitará muchos y
grandes bienes externos, si no puede ser bienaventurado si ellos,
pues la autarquía y la acción no dependen de una
superabundancia de estos bienes, y sin dominar el mar y la tierra se
pueden hacer acciones nobles, ya que uno puede actuar de acuerdo
con la virtud aun con recursos moderados. Esto puede verse
claramente por el hecho de que los particulares, no menos que los
poderosos, pueden realizar acciones honrosas y aún
más; así es bastante, si uno dispone de tales
recursos, ya que la vida feliz será la del que
actúe de acuerdo con la virtud. Quizá
también Solón se expresaba bien cuando decía
que, a su juicio, el hombre feliz era aquel que, provisto
moderadamente de bienes exteriores, hubiera realizado las
más nobles acciones y hubiera vivido una vida moderada,
pues es posible practicar lo que se debe con bienes moderados.
También parece que Anaxágoras no atribuía al
hombre feliz ni riqueza ni poder, al decir que no le
extrañaría que el hombre feliz pareciera un
extravagante al vulgo, pues éste juzga por los signos
externos, que son los únicos que percibe. Las opiniones de
los sabios, entonces, parecen estar en armonía con
nuestros argumentos. Pero, mientras estas opiniones merecen
crédito, la verdad es que, en los asuntos
prácticos, se juzga por los hechos y por la vida, ya que
en éstos son lo principal. Así debemos examinar lo
dicho refiriéndolo a los hechos y a la vida, y aceptarlo,
si armoniza con los hechos, pero considerándolo como
simple teoría,
si choca con ellos. Además, el que procede en sus
actividades de acuerdo con su intelecto y lo cultiva, parece ser
el mejor dispuesto y el más querido de los dioses. En
efecto, si los dioses tienen algún cuidado de las cosas
humanas, como se cree, será también razonable que
se complazcan en lo mejor y más afín a ellos ( y
esto sería el intelecto), y que recompensen a los que
más lo aman y honran, como si ellos se preocuparan de sus
amigos y actuaran recta y noblemente. Es manifiesto que todas
estas actividades pertenecen al hombre sabio principalmente; y
así, será el más amado de los dioses y es
verosímil que sea también el más feliz. De
modo que, considerado de este modo, el sabio será el
más feliz de todos los hombres.
Volvamos de nuevo al bien que buscamos para preguntarnos
qué es. Porque parece que es distinto en cada actividad y
en cada arte; en efecto, es uno en la medicina, otro en la
estrategia, y así en las demás. Pero
¿qué es el bien de cada uno de ellas? ¿no es
aquello en virtud de lo cual se hacen las demás cosas?. En
la medicina es la salud, en la estrategia, la victoria; en la
arquitectura,
la casa; en otros casos otras cosas, y en toda acción y
decisión es el fin, pues todos hacen las demás
cosas en vista, de él. De modo de que si hay algún
fin de todos los actos, éste será el bien
realizable, y éstos si hay varios. Nuestro razonamiento,
después de muchos rodeos, vuelve al mismo punto; pero
intentemos aclarar más esto puesto que parece que los
fines son varios y algunos de estos los elegimos por otros; como
la riqueza, las flautas y en general los instrumentos, es
evidente que no todos son perfectos, pero lo mejor parece ser
algo perfecto; de suerte que si solo hay un bien perfecto,
ése será el que buscamos, y si hay varios, el
más perfecto de ellos. Llamamos perfecto al que se
persigue por si mismo al que se busca por otra cosa, y al que
nunca se elige por otra cosa, más que a los que se eligen
a la vez por sí mismos y por otro fin, y en general
consideramos perfecto lo que se elige siempre por sí mismo
y nunca por otra cosa. Tal parece ser eminentemente la felicidad,
pues la elegimos siempre por ella misma y nunca por otra cosa,
mientras que los honores, el placer, el entendimiento y toda
virtud los deseamos ciertamente por sí mismos (pues aunque
nada resultara de ellas, desearíamos todas estas cosas),
pero también los deseamos en vista de la felicidad. En
definitiva, puesto que todo conocimiento y toda elección
tienden a algún bien, digamos que aquel a que la
política aspira por ser el supremo entre todos los bienes
que pueden realizarse...es la Felicidad, de tal modo que vivir y
obrar bien es ser feliz. Ahora bien, acerca de que sea la
felicidad todos dudan y no lo explican del mismo modo el bulbo y
los sabios.
(Aristóteles: Ética a
Nicomaco)
ACERCA DE LA NATURALEZA DE LA
FELICIDAD
Y LA FUNCIÓN ESPECÍFICA
DEL HOMBRE
Pero tal vez parece cierto y reconocido que la felicidad
es lo mejo y, sin embargo, sería deseable mostrar con
mayor claridad qué es. Acaso se lograría esto si se
comprendiera la función del hombre. En efecto, del mismo
modo que en el caso de un flautista de un escultor y de todo
artífice, y en general de los que hacen alguna obra o
actividad parece que lo bueno y el bien están en la
función, así parecerá también en el
caso del hombre si hay alguna función que le sea propia.
¿Habrá algunas obras y actividades propias del
carpintero y del zapatero, pero ninguna del hombre, sino que
será éste naturalmente inactivo?. O bien,
así como parece que hay alguna función propia del
ojo y de la mano y del pie, y en general de cada uno de los
miembros ¿se atribuirá al hombre alguna
función aparte de esta? ¿y cuál será
esta finalmente?. Porque el vivir parece también
común a las plantas y se
busca lo propio. Hay que dejar de lado, por tanto, la vida de
nutrición
y crecimiento. Vendría después la sensitiva pero
parece que también ésta, es común al
caballo, al buey y a todos los animales. Queda por último
cierta vida activa propia del ente que tiene razón. Y
éste por una parte, obedece a la razón; por otra
parte, la posee y piensa. Y como esta actividad se dice de dos
maneras, hay que tomarla en acto, pues parece que se dice
primariamente esta. Y si la función propia del hombre es
una actividad del alma según la razón o no
desprovista de razón, y por otra parte decimos que esta
función es específicamente propia del hombre y del
hombre bueno, como el tocar la cita es propio de un citarista y
de un buen citarista, y así en todas las cosas,
añadiéndose a la obra la excelencia de la virtud
(pues es propio del citarista tocar la cítara, y del buen
citarista tocarla bien), siendo esto así decimos que la
función del hombre es una cierta vida y en esta una
actividad del lama y acciones razonables, y la del hombre bueno
estas mismas cosas bien y primorosamente y cada una se realiza
bien según la virtud adecuada; y, si esto es así,
el bien humano es una actividad del alma según virtud, y
si las virtudes son varias, conforme a la mejor y más
perfecta y además en una vida entera. Porque una
golondrina no hace verano, ni un solo día y así
tampoco hace venturoso y feliz un solo día o un poco
tiempo.
(Aristóteles: Ética a
Nicomaco)
Puesto que la felicidad es una actividad del alma
según la virtud perfecta, hay que tratar de la virtud pues
acaso así consideraremos mejor lo referente a la
felicidad. Y parece también que el que es de veras
político se ocupa, sobre todo de ella, pues quiere hacer a
los ciudadanos buenos y obedientes a las leyes. Y esta
investigación pertenece a la política, es evidente
que esta indagación estará de acuerdo con nuestro
proyecto
inicial. Acerca de la virtud es evidente que hemos de investigar
la humana, ya que también buscamos el bien humano y la
felicidad humana. Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, si
no a la del alma; y decimos que la felicidad es una actividad del
alma. Y esto es así que el político debe conocer en
cierto modo lo referente al alma, como el que cura, los ojos
también todo el cuerpo, y tanto más cuanto que la
política es más estimable y mejor que la medicina;
y los médicos distinguidos se ocupan mucho del
conocimiento del cuerpo, también ha de considerar el alma
pero la ha, de considerar en vista de estas cosas. Además
en los tratos exotéricos se estudian suficientemente
algunos puntos acerca del alma y hay que servirse de ellos; por
ejemplo, que una parte de ella es irracional y la otra tiene
razón... lo irracional en parte parece común y
vegetativo, quiero decir la causa de la nutrición y del
crecimiento pues esta facultad del alma puede admitirse en todos
los seres que se nutren. Es claro, pues, que su virtud es
común y no humana... pero sobre estas cosas vasta, y
dejemos también aparte la nutritiva, puesto que es
naturalmente ajena a la virtud humana. Pero parece que hay
además otro principio irracional en el alma, que
participa, sin embargo, de la razón. Pues tanto en el
continente como en el incontinente elogiamos la razón y la
parte del alma que tiene razón o porque exhorta
también a lo mejor, pero también aparece en ellos
algo más, ajeno que lucha y contiende con la razón.
Exactamente como los miembros paralíticos del cuerpo,
queremos moverlo hacia la derecha y se van al contrario (hacia la
izquierda), y así ocurre también con el alma, pues
las tendencias de los incontinentes se mueven en sentido
contrario. Pero en los cuerpos vemos lo que se desvía, en
el alma no lo vemos; pero probablemente no por eso ha de creerse
que en el alma hay algo ajeno a la razón que se le opone y
le es adverso.
Resulta, por tanto, que también lo irracional es
doble, pues lo vegetativo no participa en modo alguno de la
razón, pero lo apetito, y en general, desiderativo,
participa de algún modo en cuanto lo es dócil y
obediente, que lo racional se deja en cierto modo persuadir por
la razón, lo cual indica también advertencia y toda
reprensión y exhortación. Y si hay que decir que
esto también tiene razón, lo que tiene razón
será doble, de un lado primariamente y en sí mismo,
y de otra parte como el hacer caso del padre. También la
virtud se divide de acuerdo con esta diferencia: pues decimos que
una son dianoéticas y otras éticas y así la
sabiduría, la inteligencia y la prudencia son
dianoéticas, la libertad y la templanza éticas:
pues si hablamos del carácter no decimos que alguien es
sabio o inteligente sino que es amable o morigerado, y
también elogiamos al sabio por su hábito, y los
hábitos dignos de elogio los llamamos virtudes.
(Aristóteles: Ética a
Nicomaco)
En la ética, que tiene por objeto el estudio el
accionar individual humano, Aristóteles parte de la
consideración del hombre como ser natural, que en cuanto
tal, debe dirigirse algún fin. Por lo tanto se trata de
descubrir cual es ese fin. Dicho fin, en cuanto debe llevar a la
autorrealización, puede ser definido como bien, puesto que
para Aristóteles el bien es "aquello a que todas las cosas
tienden", de tal manera que bien y fin coinciden. Pero así
como unos fines se subordinan a otros, también unos bienes
se subordinan a otros. La discusión se establece entonces
en torno a cuál es el bien al que deban subordinarse los
demás bienes.
Para determinar las normas del comportamiento
humano es preciso conocer en qué consiste el bien del
hombre y cómo puede éste alcanzarlo. Para
éste (para el hombre), el bien supremo es la felicidad,
por ser ésta fin en sí misma.
Todas las acciones del hombre van encaminadas a lograrla
y se encuentran subordinadas a ellas; pero determinar qué
es la felicidad no es tan fácil.
Si la felicidad es el bien del hombre, toda actividad
que contribuya a su consecución será virtuosa; por
tales motivos, virtud y felicidad aparecen claramente
relacionadas, de ahí la importancia de la discusión
sobre qué es la virtud.
Aristóteles entiende que hay dos tipos de
virtudes: dianoéticas, que se refiere al entendimiento (el
arte, el saber, la sabiduría práctica, la
sabiduría teórica y la inteligencia) y las
propiamente éticas, que van encaminadas a dirigir las
acciones humanas (la valentía, el dominio de sí, la
libertad, la magnanimidad, la mansedumbre, la veracidad, la
amistad, la justicia, entre otras).
Para dar una definición específica de la
virtud ética Aristóteles considera necesario la
explicación de la noción de término medio.
El termino medio puede entenderse en relación con la cosa
o en relación con el sujeto de la acción. Este
segundo sentido es el que toma Aristóteles para definir la
virtud:
"Llamo término medio de la cosa
al que dista lo mismo de ambos extremos, y éste es uno y
el mismo para todos; y relativamente a nosotros, al que ni es
demasiado poco, y éste no es ni uno ni el mismo para
todos. Por ejemplo, si diez es mucho y dos es poco, se toma el
seis como término medio en cuanto a la cosa, pues
sobrepasa y es sobrepasado en una cantidad igual, y en esto
consiste el medio según la percepción
aritmética. Pero respecto de nosotros no ha de entenderse
así, pues si para uno es mucho comer diez libras y poco
comer dos, el entrenador no prescribirá seis libras,
porque probablemente esa cantidad será también
mucho para el que ha de tomarla, o por poco: para Milón
poco (Milón era un famoso atleta del siglo VI a.C., que
comía una ración diaria de más de 8 Kilos de
carne, otros tantos de pan, y casi 10 litros de vino); para el
gimnasta principalmente, mucho. Y lo mismo si se trata de la
carrera y de la lucha. Así pues, todo conocedor rehuye el
exceso y el defecto, y busca y busca el término medio y lo
prefiere; pero el término medio no de la cosa, sino el
relativo a nosotros[ ...] .
Es, por tanto la virtud un hábito
selectivo que consiste en un término medio relativo a
nosotros determinado por la razón y por aquella por la
cual decidiría el hombre prudente. El término medio
lo es entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y
también por no alcanzar en un caso y sobrepasar en otro el
justo límite en las pasiones y acciones, mientras que la
virtud encuentra y elige el término medio."
Definida la virtud como un hábito,
Aristóteles define también la vida feliz como
aquella que es "conforme a la virtud"
Para Aristóteles, la felicidad, aunque no se
identifique con el placer, tampoco es incompatible con el
disfrute de bienes como la salud, el bienestar, etc. Al
contrario, no parece que una vida feliz sea plenamente posible
sin las circunstancias positivas que favorezcan su
realización. En su Ética discute diversos ideales
de felicidad, en relación con distintas formas de vida,
considerando la autarquía (capacidad de bastarse a
sí mismo) como piedra de toque de la felicidad. Feliz, en
último término, sería aquel que como un dios
"no necesita de nada ni de nadie".
El sentido práctico que inspira finalmente la
ética aristotélica aparece así coronado por
esta inspiración que llevará a Aristóteles a
postular el ideal del sabio dedicado a la actividad
teorética ( lo más elevado y "divino" que hay en el
hombre) como forma suprema de felicidad:
"Puesto que todo conocimiento y toda
elección tienden a algún bien, digamos cuál
es aquel a que la política aspira y cuál es el
supremo entre todos los bienes que pueden realizarse. Casi todo
el mundo está de acuerdo en cuanto a su nombre, pues tanto
la multitud como los refinados dicen que es la felicidad, y
admiten que vivir y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero
acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del
mismo modo el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna
de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza
o los honores; y otros, otra cosa; a menudo, incluso una misma
persona opina cosas distintas: si está enfermo, la salud;
si es pobre, la riqueza; los que tienen conciencia de su
ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está
por encima de su alcance. Pero algunos creen que, aparte de toda
esta multitud de bienes, hay algún otro que es bueno por
sí mismo y que es la causa de que todos aquellos sean
bienes [ ...] . No parecería sin razón entender el bien
y la felidad según las diferentes vidas. La masa y los
más groseros los identifican con el placer, y por eso aman
la vida voluptuosa –pues son tres los principales modos de
vida: la que acabamos de decir, la política y en tercer
lugar la teorética-. Los hombres vulgares se muestran
completamente serviles al preferir una vida de bestias, pero
tienen derecho a hablar porque muchos de los que están en
puestos elevados se asemejan en sus pasiones a Sardanápalo
(rey de Asiria, del siglo IX a.C., famoso por sus vicios). En
cambio, los hombres refinados y activos ponen el
bien en los honores, pues tal viene a ser el fin de la vida
política. Pero parece que es más trivial que lo que
buscamos, pues parece que está más en los que
conceden los honores que en el honrado, y adivinamos que el bien
es algo propio y difícil de arrebatar. Por otra parte,
parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos
de que tienen mérito, pues buscan la estimación de
los hombres sensatos y de los que los conocen, y fundada en la
virtud; es evidente, por tanto, que incluso para estos hombres la
virtud es superior [ ...] .
El tercer modo de vida es el
teorético, que examinaremos más adelante. En cuanto
a la vida de negocios,
tiene cierto carácter violento, y es evidente que la
riqueza no es el bien que buscamos, pues sólo es
útil para otras cosas.
[ ...] (a la felicidad)
pensamos que más bien se la debe considerar como una
actividad, como hemos dicho anteriormente, y si de las
actividades unas son necesarias y se escogen por causa de otras,
y otras son deseables por sí mismas, es evidente que la
felicidad se ha de contar entre las deseables por sí
mismas y no por causa de otra cosa, porque la felicidad no
necesita de nada, sino que se basta a sí misma. Ahora
bien, se eligen por sí mismas aquellas actividades en que
no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser
las acciones virtuosas, pues el hacer lo que es honesto y bueno
pertenece al número de las cosas deseables por sí
mismas [ ...] .
Si la felicidad es una actividad
conforma a la virtud, es razonable que sea conforme a la virtud
más excelente, y ésta será la virtud de lo
mejor que hay en el hombre. Sea, pues, el entendimiento o sea
alguna otra cosa lo que por naturaleza parece mandar y dirigir y
poseer intelección de las cosas bellas y divinas, siendo
divino ello mismo o lo más divino que hay en nosotros, su
actividad de acuerdo con la virtud que le es propia será
la felicidad perfecta. Que es una actividad
contemplativa."
En definitiva, pues, la felicidad acabada consiste en el
ejercicio de la más perfecta actividad de la más
elevada de las facultades del hombre: la actividad contemplativa.
Pero mientras no alcancemos esta perfección y para quienes
no sea posible alcanzarla, no son despreciables niveles
intermedios de perfección o de felicidad.
Además, esta situación ideal de la vida
del hombre a la que apunta Aristóteles haría de
él un ser más que humano y, por lo mismo, el
hombre, en cuanto ser natural, es un animal político, es
decir, social por naturaleza. Esto hace que la felicidad humana
sólo sea alcanzable en la polis.
(1225 – 1274) Nacido en las proximidades de
Aquino, teólogo dominico, alumno y luego profesor en la
Universidad de
París, adhirió a la tendencia de apertura al
conocimiento racional y científico que marcó el
siglo XIII.
Algunos colaboradores de Santo Tomas le proporcionaron
la traducción del Corpus Aristotelicum,
aún de las partes que estaban prohibidas por haber sido
introducidas en el mundo occidental por los pensadores
árabes, entre ellos Averroes. Allí encontró
la base óptima para conciliar el conocimiento revelado de
Dios y la investigación científica de los hechos
naturales, sin negar la supremacía de la fe. Santo
Tomás reivindicó el valor de la razón como
facultad cognoscitiva.
Esta nueva filosofía se encuentra comprendida en
la Suma Teológica, obra que abarca desde reflexiones
acerca de la naturaleza hasta el tema de Dios, pasando por la
metafísica en general, el hombre y la moral, y
donde podemos ver cómo, en términos de eco, Santo
Tomás "cristianizó a Aristóteles" y
"proporcionó a la iglesia un
sistema doctrinal
que la puso de acuerdo con el mundo natural".
La ética o filosofía práctica que
propone Santo Tomás se encuentra enmarcada por el sistema
arquitectónico que constituye su doctrina, donde cada
disciplina se
encuentra íntimamente relacionada con las otras, por lo
que aislar una de ellas y pretender describirla sin aludir a las
demás, es sumamente difícil.
Tal como lo hizo Aristóteles, Santo Tomás
sostiene que todos los hombres oran por un fin, y que los
diversos fines pueden ser, a su vez, medios para la
obtención de otro fin, formando una cadena o una serie de
cadenas que se unen en una cúspide constituida por el fin
último, que es para todos los hombres, tal como
sostenía Aristóteles, la Felicidad.
Santo Tomás, partiendo de la revolución
cristiana, afirma que todo el universo,
incluido el hombre, ha sido creado por un ser perfecto, eterno,
infinitamente poderoso e inteligente, que da la razón de
ser al orden natural del cosmos, de los seres animados y del
hombre.
Dios es la causa primera de todas las criaturas, y
ésta son orientadas, en conformidad con su propia
naturaleza, a su perfección, es decir, a Dios, quien se
constituye de este modo, en causa primera y fin último de
la creación, alfa y omega de todos los seres.
¿Podemos afirmar que todos los hombres alcanzan
su propia perfección, tal como lo hacen los demás
seres naturales?
No, porque el hombre, por ser la criatura más
elevada en la jerarquía natural, está dotado de
libertad, de modo que tenderá hacia su fin último o
se apartará de él con cada una de sus acciones
libres. El hombre, el ser creado más importante en el
orden natural, puede decir "no" a su propia perfección, a
su fin último, hacia Dios.
Santo Tomás analiza los distintos tipos de bienes
en los cuales el hombre puede buscar la felicidad, los clasifica,
y va marcando para cada uno porqué no pueden brindar al
hombre la bio-venturanza.
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gráfico seleccione la opción "Descargar" del
menú superior
* "Potencia" está tomada como "Facultad", es
decir "capacidad para". Estas potencias se definen por sus actos
(así, por ejemplo, la potencia auditiva no es lo mismo que
la potencia visual, porque el acto de oír no es lo mismo
que el acto de ver). Las potencias anímicas son dos: la
inteligencia y la voluntad, y son "instrumentos" que posee el
alma para realizar sus actos.
El ir descartando los distintos bienes, para afirmar
como conclusión que sólo Dios puede constituir la
felicidad para el hombre, es sólo el primer camino que
emprende Santo Tomás.
Este filósofo enraya una segunda vía para
afirmar la misma conclusión, y es el siguiente:
El alma tiene dos potencias o facultades: la
inteligencia y la voluntad. La voluntad es el apetito que tiende
al bien, pero no es capaz de conocer por sí mismo sino que
aparece aquello que la razón muestra.
La razón es un aspecto teórico, es capaz
de conocer o aprender la esencia de las cosas, y por conocer la
esencia, conoce en forma universal. La razón
práctica, a su vez, es aquella capaz de conocer el bien;
por lo tanto, puede conocer el bien universal, y éste es
el objeto de la voluntad.
"La bondad de la voluntad depende de su
objeto, el cual le es propuesto por la razón. Por esto la
bondad de la voluntad depende de la razón, según el
modo mismo en que ella depende del objeto"
Los diversos bienes naturales, por ser limitados, no
constituyen ese Bien Universal, sino que participan, en mayor o
menor medida, del bien. Nuestra voluntad apetece el bien, pero, a
nuestro alrededores, no encontramos el bien, sino distintos
bienes, algunos mejores que otros. Y nosotros no deseamos estos
bienes por lo que tienen de limitados, sino porque, en cierta
medida tienen algo bueno.
La voluntad desea el bien ilimitado, y no lo encuentra
en el orden natural. No obstante, ese bien existe, y es Dios.
Podemos diferenciar entonces dos tipos de felicidad, una
imperfecta y natural, propia de esta vida; y otra perfecta y
sobrenatural, inaccesible durante nuestra actual
existencia.
Debemos obrar bien siempre, y al obrar bien
repetidamente, adquiriremos las virtudes, que son disposiciones
que se establecen para obrar bien, es decir, "refuerzos" que
reciben nuestras facultades que les facilitan el obrar
recto.
"Hay en el hombre una aptitud natural
hacia la virtud, pero la perfección misma de la virtud
requiere necesariamente una cierta disciplina para quien quiere
adquirirla".
Santo Tomás clasifica las virtudes en dos grandes
grupos: las virtudes intelectuales
y las morales. Las primeras perfeccionan el intelecto,; los
segundos, la voluntad y a los apetitos. Las virtudes morales, tal
como sostenía Aristóteles, constituyen un
término medio, diferenciándose en tres: la justicia
(lleva el obrar bien dando a cada uno lo suyo), la fortaleza
(modera el temor y la audacia), y la templanza (modera los
apetitos de la parte concupiscible).
La virtud principal es la prudencia, que nos permite
determinar, en cada situación concreta, dónde
está el término medio. Esta virtud, por lo tanto,
rige a las otras, de manera que, cuando se obra rectamente los
apetitos sensibles se encuentran guiados por la
razón.
"El hombre disponible, para luchar
contra sus impulsos, de las armas de la
razón, de las que no disponen los otros
animales".
"El bien del hombre consiste en
conformes a la razón, y el mal, por el contrario, en lo
que es fuera de ella".
Al obrar guiados por la razón, estaremos obrando
también conforme a la ley natural que
orienta nuestros actos hacia el fin último, es decir,
Dios, el cual nos permite alcanzar la felicidad, puesto que la
ley natural participa de la ley eterna, de la providencia divina,
que rige el curso de toda la creación.
"La bondad de la voluntad, propiamente
hablando, depende de su objeto, el cual le es propuesto por la
razón. La bondad de la voluntad depende de la
razón"
"Hay en el hombre una actitud natural
hacia la virtud pero la perfección misma de la virtud
depende de una cierta disciplina para quien quiera
adquirirla"
"El hombre dispone para luchar contra
los instintos de las armas de la razón de que no disponen
los otros animales"
"El bien consiste en conformarse a la
razón y el mal queda fuera de ello"
El hombre está dotado de la capacidad de
trascender, esto es, ir más allá de sí
mismo, tanto para conocer como para alcanzar la meta que lo
invita su naturaleza: la felicidad.
Al conocer que solo el bien absoluto, Dios mismo, la
perfección misma, puede colmar el ansia profunda de
felicidad de la persona, ello a su vez plantea algunas
cuestiones:
¿Quién es realmente el ser humano?
¿Cómo puede cada persona alcanzar la correcta y
definitiva relación con ese bien perfecto que es
Dios?.
Tales asuntos, sin duda alguna, están entre los
más importantes que puedan plantearse los seres humanos.
Los llamados grandes pensadores suelen plantearse estas altas
cuestiones, porque afectan profundamente la vida de cada
persona.
Hay la apariencia y la realidad; lo que pasa y lo que
queda; lo transitorio y lo permanente.
En medio de estas cuestiones, cada ser humano ha de
apreciar el valor y dignidad que le son propios; que cada persona
constituye el valor más elevado del Universo.
Vimos que el ser humano trasciende porque tiene una
inteligencia que todo lo puede conocer, unas cosas hoy, otras
mañana; con facilidad unas, con empeño y venciendo
dificultades otras; y el anhelo de conocer, llegar a hacer de
algún modo todas las cosas, no tiene
límite.
También es ser humano, cuando apartándose
un poco de las cosas que, siendo buenas, valen menos que
él, se pregunta por sí mismo, debe aprender a
descubrir la gran verdad de que cada persona es y vale mucho
más de lo que cada una pueda saber, apreciar de sí
misma. Ello requiere reflexión, consideración
atenta de lo que significa ser persona. Entonces paulatinamente
podrá llegarse a comprender el alto valor de cada ser
humano.
El ser humano descubre que hay en él, junto a la
inteligencia, junto a la voluntad libre, al carácter
único e irrepetible de cada persona, un anhelo de ser
feliz de modo pleno, colmado...
En esta reflexión puede captar la persona que hay
hondura en su ser, que lo externo siendo grande y hermoso, sin
embargo puede resultar casi limitado comparado con la profundidad
del espíritu humano.
Descubre así que el ser humano que puede ejercer
una sostenida reflexión sobre sí mismo, mediante la
llamada conciencia refleja, es un voltearse del espíritu
sobre sí mismo para conocerse.
Tal forma de ser del intelecto humano lo que pone de
manifiesto es el carácter espiritual, precisamente, de
esta manifestación superior de la persona.
De ello han sacado conclusiones los pensadores: siendo
como es el espíritu humano capaz de reflexionar sobre
sí mismo, ello denota que es espiritual; si es espiritual,
es por lo tanto inmortal.
La conclusión es que hay en las personas una
dimensión que no puede ser terminada, destruida con
la muerte,
sino que por su propia manera de ser, se mantiene aunque el
cuerpo se destruya. Entonces ese espíritu humano
está llamado a alcanzar su meta, la felicidad, con la
posesión del bien absoluto que es Dios.
De esa manera la persona descubre la necesidad de Dios,
hacia quién tiende. Al mismo tiempo, por la
reflexión, halla el carácter espiritual, por ende
simple y en consecuencia inmortal de su propio
espíritu.
La otra gran cuestión es: ¿Cómo
alcanzar a Dios, en quién se halla toda
perfección?
A lo largo de los siglos podemos enterarnos de las
formas en que muchas personas se han relacionado con Dios, objeto
de la felicidad humana.
Los pueblos le han rendido culto, al Ser Supremo, de
diversas maneras: en forma pública y privada; con
sacrificios diversos y con oraciones; con la práctica de
la virtud y con el cumplimiento de normas de vida fundadas en lo
que se considera que ha de ser agradable a Dios.
Otros seres humanos, a la par de actos como los
mencionados, han indagado sobre Dios con más
dedicación, con el objeto de saber más sobre
Él y el de conocer cuál ha sido en el origen, es al
presente y será en lo futuro la relación con
Él.
En estas reflexiones sobre Dios, único objeto
auténtico de la felicidad humana, podemos enterarnos de lo
que decía un tan antiguo pensador como Cicerón (del
año 106 al 43 a.C.):
"Ninguna nación, por atrasada y
salvaje que haya sido, ha negado la existencia de los dioses,
aún cuando tenga un concepto
equivocado de su naturaleza".
Otro antiguo pensador, llamado Plutarco
(año 46 al 120) llegó a escribir:
"Recorriendo la Tierra,
vosotros podréis encontrar ciudades privadas de muros, de
palacios, de escuelas, de teatros, de leyes, de arte y de
monedas...pero una ciudad sin templos, una nación sin
dioses, un pueblo que no ore...nadie lo ha visto
jamás".
Estos testimonios constituyen la expresión de un
consenso del género
humano que ha tenido y tiene una constancia a lo largo de los
siglos. Muestra la relación de los hombres con Dios y la
importancia que para dar sentido a su vida tiene tal
relación.
Así como tratar el tema de la felicidad y el ser
Dios el objeto idóneo de ella para los seres humanos, nos
lleva a recordar testimonios del pasado sobre el consenso del
género humano al relacionarse con Dios,
manifestándose, por su parte,:
"Obligado por mi enseñanza a pasar revista de
todas las razas humanas, busqué el ateísmo tanto en
los pueblos más bárbaros como en los más
cultos. No lo encontré en ninguno, sino solo en uno que
otro individuo" (De Quatrefages. Citado por Dezza,
Introducción a la Filosofía). Porque
siempre la muchedumbre de las poblaciones es esquiva al
ateísmo y aún llega a rechazarlo con violencia si
tratan de imponérselo.
La propaganda
atea, acompañada de incentivos, puede
hacer aumentar en una nación el número aparente de
los ateos y hasta dar la impresión externa de un pueblo
ateo. Pero apenas cesa la violencia, reflorecen las
manifestaciones religiosas, lo que demuestra cómo la
muchedumbre es contraria al ateísmo.
Lo que acontece al presente en los países donde
ha desaparecido la impresión oficial del comunismo ateo,
es revelador de esa verdad.
Los sabios que han reflexionado sobre la
condición humana, la felicidad que necesita la persona y
Dios como el ser más principal, constituyen un
impresionante y elocuente testimonio de la importancia del
asunto.
Hay consenso entre los grandes hombres de todos los
tiempos sobre el reconocimiento y creencia en el Ser Supremo que
es Dios y su importancia inconmensurable en la vida de los
hombres. En la antigüedad puede recordarse a Sócrates,
Platón, Aristóteles y Cicerón, cuyas paginas
sobre la divinidad son verdaderamente inmortales.
En la era cristiana, todos los Padres de la Iglesia,
todos los doctores, todos los filósofos y teólogos
cristianos genios sublimes por su vida recta y por sus estudios
profundos, no concebían el sentido de la vida humana sin
Dios.
Más adelante, hacia los tiempos modernos, lo
mismo estimaron Copérnico, Galileo, Descartes,
Kepler, Newton,
Laplace,
Ampere, Faraday, Pasteur, Marconi y muchos otros.
En la reflexión que hacemos sobre Dios, objeto
propio de la felicidad humana, es necesario poner la debida
atención a la importancia que tiene para cada persona su
relación con Dios. Diciéndolo en forma resumida, en
gracia de la brevedad, considerando los hechos reales que caen
bajo nuestra experiencia sensible, veremos que no existe modo de
interpretarlos racionalmente sin admitir a Dios,
porque:
- La naturaleza de las cosas que constituyen el mundo exige un Dios Creador.
- El orden que reina en todo el Universo exige un Dios Sabio Ordenador.
- La voz de la conciencia, junto con la de todos los pueblos, proclama unánimemente un Dios, Supremo Señor.
Estos argumentos, estudiados y desarrollados en el curso
de los siglos, han convencido a las mentes más selectas de
la humanidad sobre la existencia y grandeza de Dios, en quien han
visto, asimismo, el objeto de la felicidad de las
personas.
Puestos en el camino de considerar el anhelo de
felicidad de cada persona y el poder ser sólo Dios el
objeto adecuado de tal ansia de felicidad, ya podemos comprender
en las siguientes expresiones de los sabios muchas
cosas.
Escribió el gran naturalista Linneo:
"El Dios eterno, el Dios inmenso,
sapientísimo y omnipotente ha pasado delante de mí.
Yo no lo he visto de bulto, pero el brillo de su luz ha llenado de
estupor mi alma. Yo he observado que están allí su
huellas de su paso en las criaturas y en todas sus obras,
aún en las más pequeñas, las más
impredecibles; ¡Qué fuerza, qué
sabiduría, que inmensa perfección!".
Y Newton manifestó: "La astronomía encuentra a cada paso la huella
de los actos de Dios".
Fácil es decir, a la luz de esas expresiones, que
si tales sabios se maravillaron de las obras de Dios, con toda
razón, ¿Qué no debemos decir del autor mismo
de ellas?
Hacia Él, en consecuencia debe la persona
encaminarse, como a la fuente de la felicidad.
En relación con el tema de la felicidad humana,
después de reflexionar sobre la persona humana y sobre
Dios como objeto idóneo de la felicidad del hombre, vimos
textos de sabios que se maravillaban de las obras de Dios. Otro
de ellos, el gran astrónomo y matemático Kepler,
éste insigne descubridor del movimiento de
las estrellas, termina así unas de sus obras:
"Te agradezco, Creador y Señor
mío, todas las alegrías que me has hecho gustar en
el éxtasis, hacia el cual me ha arrebatado la
contemplación de las obras de tu mano. La grandeza de
éstas he procurado proclamarla delante de los hombres, y
he puesto cuidado de hacer conocer cuánta es tu
sabiduría, tu potencia y tu bondad".
Si tanta admiración y hasta éxtasis puede
producir la contemplación de las obras de Dios vistas con
la mirada del sabio, ¿cuánto más no
significará para el hombre poder ver, conocer, contemplar
a Dios mismo?
Por ello la felicidad de los seres humanos solo puede
hallar su satisfacción en una estrecha relación con
Dios mismo. Esto debe llevar a organizar, a vivir la vida entera
en razón de tan alto fin, para que adquiera desde ahora el
sentido pleno que se hará patente al venir la muerte terrena
como puerta de esperanza que se abre a la eternidad
feliz.
Epicuro nació en 341 y murió en el 270
a.C. Fundó una doctrina de prolongada y profunda
influencia, por la cual considera que una teoría
materialista de la vida es posible y preferible. Despreció
las creencias orfico-pitagóricas y quiso demostrar que los
hombres no cuentan más que con su propia vida, sus propios
fines y razón personal, que hay que rechazar por falaz, la
idea de un Universo sometido a causas finales de acuerdo a una
providencia o Razón Universal. Contra Aristóteles,
Epicuro vuelve a Demócrito: la única realidad es la
de los átomos y el vacío. El alma (que no se
distingue del cuerpo más que por su sutileza mayor de los
elementos que la componen) posee una actividad espontánea
que le permite ejercer sobre el cuerpo la acción que
supone la Técnica Moral de los Epicúreos: el
recurso apaciguador de los momentos de sufrimiento dado por el
recuerdo de los momentos felices la proscripción de los
pensamientos deprimentes, la conquista de esa calma que es la
Ataraxia que implica la liberación del temor a lo Dioses y
a la muerte, así como de las preocupaciones relativas a
una finalidad cualquiera del Universo.
Podemos decir, que el eje de la doctrina epicúrea
es su Ética, basada en una concepción del Bien como
placer sereno y duradero, "Principio y Fin de Vivir Feliz", a
cuya consecución debe servir la filosofía como
ejercicio de Sabiduría Práctica.
Esta doctrina apareció cuando la Polis griega
agonizaba en una época en que la nostalgia de una
salvación personal tendía a imponerse al gusto de
la especulación por sí misma. Epicuro era
adolescente cuando murió Alejandro. Con la muerte de
éste, sobrevino una lucha encarnizada entre sus generales
para repartirse la herencia imperial
y Gracia quedó desgarrada por luchas internas, de las que
habrían de surgir monarquías militares,
absolutistas y burocráticas.
En este marco histórico el surgimiento del
Epicureismo (así como el del cinismo y el estoicismo)
pueden revertir un sentido de oposición a la
disolución y crueldad de los tiempos, por parte de
espíritus lúcidos y desengañados.
EL BIEN COMO PLACER: HEDONISMO
El Helenismo es
un período histórico que abarca desde la derrota de
Atenas por Filipo de Macedonia en el 338 a.C. hasta la conquista
de Egipto por
Octavio Augusto en el año 30 a.C. Los filósofos de
esta época sin abandonar su tradición racionalista
no ofrecieron cuerpos teóricos de doctrinas o revoluciones
políticas como los ambiciosos planes de reforma de la
Polis de Platón y Aristóteles, entre otros, sino
que se presentaron como maestros y experimentadores conocedores
del arte de ser feliz.
La escuelas filosófica epicúrea y estoica,
que responden, respectivamente, al modelo de ética
material y ética formal, son las escuelas más
destacadas y que tuvieron mayor influencia
posteriormente.
La primera de ellas fue fundada por Epicuro, de quien
toma su nombre, abriendo su escuela en Atenas.
Epicuro sostiene que la realidad es exclusivamente
material. Para éste las cosas están formadas de
"átomos" de variadas formas que se mueven incesantemente
en el vacío y que se reúnen para constituir los
distintos cuerpos. Sus movimientos no están
rígidamente definidos, sino que describen ligeros
movimientos desviatorios, lo que da margen para el azar y la
variedad ("libertad"). Dicha circunstancia tiene suma importancia
para la teoría ética de porque le da pie para negar
el fatalismo y el destino, admitidos comúnmente en la
Grecia
clásica. Según él, no existe nada fuera del
hombre que rija o dirija su vida a un fin determinado.
Para Epicuro, los Dioses existen pero para nada se
ocupan del mundo, y una de las pruebas
más seguras de esto es lo mal que éste marcha.
Ellos disfrutan de su felicidad, inmortales y satisfechos, ajenos
a la marcha del mundo y de los hombres.
Nuestro conocimiento es puramente sensorial y es llevado
a cabo a través del contacto de los átomos de las
cosas con los del alma. Inseparable del cuerpo y material como
éste, también el alma está formada de
átomos, aunque más sutiles, que se desintegran con
la muerte, con la cual todo se acaba y a la que no se le tiene
sentido temerle:
"Acostúmbrate a pensar que la
muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal residen
en la sensación, y la muerte es privación de
los sentidos.
Por lo cual, el recto conocimiento de que la muerte nada es para
nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque
añada una temporalidad infinita, sino porque elimina el
ansia de inmortalidad. Nada temible hay, en efecto, en el vivir
para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no
vivir. De suerte que es necio quien dice temer la muerte, no
porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir su
demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba, en
vano aflige con su espera. Así pues, el más temible
de los males, la muerte, nada es para nosotros porque, cuando
nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la
muerte está presente, entonces ya no somos nosotros. En
nada afecta, pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para
aquellos no está y éstos ya no son. Pero la
mayoría unas veces huye de la muerte como del mayor mal y
otras veces la prefiere como descanso de las miserias de la vida.
El sabio, por el contrario, ni rehúsa la vida n teme a la
muerte; pues ni el vivir es para él una carga ni considera
que es un mal el no vivir."
(Epicuro: Carta a Meneceo,
D.L., X, 123)
Liberado, pues, el hombre de estos temores, puede buscar
la felicidad y lo que puede procurarla, ya que "cuando
está presente, todo lo tenemos y, cuando nos falta, todo
lo hacemos por poseerla".
La felicidad supone una ausencia total de miedos como
condición para un estado de equilibrio
interior. La ataraxia es el estado de
quien no teme a los dioses ni a la muerte.
Pero además, la felicidad, el bien, se consigue
positivamente mediante el placer. De ahí la
denominación de "hedonismo" que recibe su doctrina (del
griego "hedone"= placer). Pero no se entienda como una
búsqueda desenfrenada de placeres. Es cierto que existen
muchos y no todos son buenos, y se hace preciso elegir: es
necesario preferir los duraderos y estables a los fugaces y
pasajeros, con el fin de...
...no tener dolor en el cuerpo ni
turbación del alma...Al placer, en efecto, reconocemos
como el bien primero, a nosotros connatural; de él
partimos para toda elección y rechazo, y a él
llegamos juzgando todo bien con la sensación como norma. Y
como éste es el bien primero y connatural, precisamente
por ello no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasiones
en que soslayamos muchos, cuando de ellos se sigue para nosotros
una molestia mayor... Conviene juzgar todas estas cosas con el
cálculo
y la consideración de lo útil y de lo
inconveniente, porque en algunas circunstancias nos servimos del
bien como de un mal y, viceversa, del mal como de un
bien.
(Epicuro: Carta a Meneceo)
En el caso del hedonismo, la unidad entre felicidad
personal y felicidad social, entre ética y
política, que sostenían los griegos anteriores,
queda desechada. La felicidad del hombre no está en el
ejercicio de la vida pública sino en una vida retirada,
libre de falsos temores, donde el individuo, rodeado de los
suyos, se dedica a la salud del cuerpo y a la paz del alma. De
aquí que vienen a este tipo de morales la
denominación de "morales interesadas", en cuanto que
contemplan el bien del individuo, a diferencia de las "morales
altruistas", que plantean el asunto en términos de
colectividad.
La influencia del hedonismo fue muy importante hasta el
siglo II. Poco a poco fue cayendo su influencia hasta quedar
relegada por la preponderancia del cristianismo.
Epicuro en su carta a Meneceo, uno de sus
discípulos en la "Escuela del Jardín" y siendo una
de sus cuatro cartas que se
conservan, constituye un breve pero acabado compendio de su
pensamiento ético, escrito en un estilo sencillo y
cálido, como corresponde al filósofo que hizo de la
amistad un fin en sí misma, de igual rango que la
sabiduría. Porque como dice:
"El hombre bien nacido se dedica
principalmente a la sabiduría y a la amistad; de
éstas, una es un bien mortal; la otra, un bien
inmortal".
(De "Sentencias Capitales")
EL BIEN
COMO UTILIDAD:
UTILITARISMO
El utilitarismo tiene su origen en Inglaterra por
los siglos XVIII – XIX, muy influido por las ideas de
progreso que inspira la
ilustración. Concibe la felicidad como "bienestar" o
satisfacción de necesidades; es la aplicación del
espíritu liberal que anima la primera Revolución
Industrial, basado en el convencimiento burgués de que
la producción de bienes útiles, al mismo tiempo que
mejora sus ganancias y logra su prosperidad, proporciona
bienestar a los demás ("mejora su nivel de vida",
diríamos hoy).
La utilidad o el interés se
convierten en el objeto de la actividad moral, de tal manera que
se puede decir que el utilitarismo es aquella doctrina
ética que considera la utilidad como valor supremo y norma
de conducta a la que está sometido, como medio a fin,
cualquier otro deber norma o virtud.
Los utilitaristas más destacados son los ingleses
Jeremy Bentham (1748 – 1832), a quien al parecer, se debe
el término "utilitarismo", y John Stuart Mill (1806
– 1876), a quien se le atribuye haber dado una vertiente
más social a ésta teoría.
J. BENTHAM: LA ARIMÉTICA DE LOS
PLACERES
Éste formula como primera ley de la ética
el llamado principio de interés, según el cual el
hombre actúa siempre movido por sus propios intereses, se
manifiestan en la búsqueda del placer y en la huida del
dolor, los dos maestro soberanos que la naturaleza a impuesto al
hombre. Promover el placer, el bien o la felicidad es la misma
cosa y es la meta de toda actuación humana.
"El principio de utilidad reconoce esta
sujeción y la asume para fundar el sistema cuyo objeto es
crear felicidad mediante la razón y el derecho.
Por el principio de utilidad se entiende
aquel que aprueba o desaprueba cualquier acción
según la tendencia que muestre en aumentar o disminuir la
felicidad de aquel cuyo interés este en cuestión; o
en otras palabras según promueva la felicidad o se oponga
a ella."
J. Bentham
Por otra parte, la recta actuación moral no es el
fruto espontáneo y habilidad automática, por todos
conseguida. Para actuar moralmente es necesario establecer la
arimética de los placeres, en la que el bien son los
ingresos y el
mal los gastos. Es decir,
es necesario saber hacer un cálculo entre placeres y
dolores de tal manera que el balance resulte siempre
positivo.
J. STUART MILL: PRIORIDAD EL INTERÉS
GENERAL
Por su parte, defiende la prioridad de los aspectos
cualitativos sobre los cuantitativos. El tema no es la cantidad
de sensaciones sino la cualidad de las mismas. En su más
conocida obra, "Utilitarismo", escribe:
Es enteramente compatible con el principio de utilidad
reconocer el hecho de que algunas clases de placer son más
deseables y más valiosas que otras. Sería absurdo
que mientras en todas las demás cosas la cualidad fuese
tenida en cuenta tanto como la cantidad, en estimación del
placer se teniese en cuenta sólo la
última.
En J. Ferrater Mora: Dic.
Filosofía, Utilitarismo
Se opone así a la identificación del
utilitarismo con la búsqueda de los placeres bajo
defendiendo la superioridad de los placeres intelectuales sobre
los sensoriales.
Se distancia también de su predecesor al afirmar
que el interés general se ha de buscar por sí mismo
y no por las ventajas que trae al interés particular. No
se trata, como quería Bentham, de que haya que buscar el
interés de los más posibles porque eso asegura el
mío, sino que es la sociedad la que tiene prioridad y la
que es destinataria de la felicidad. En definitiva y en
último término, es la felicidad de la humanidad la
que se percibe.
Resulta inevitable reconocer en estas doctrinas morales
la influencia del carácter hedonista de las mismas; pero
es necesario admitir que se trata de un hedonismo social o
colectivo que también las diferencia.
Pregunta Nº
1
|
Porcentajes
|
Una experiencia |
10%
|
Momentos espontáneos |
6,6%
|
Valores |
50%
|
Estados de ánimo |
20%
|
Sentimientos |
6,6%
|
Etapas de la vida |
6,6%
|
Para ver los
demás gráficos y tablas seleccione la
opción "Descargar" del menú superior
De acuerdo a nuestra investigación podemos
concluir que el tema tratado, la felicidad, es muy personal de
cada ser, ya que para lo que para unos puede ser felicidad, para
otros, es tan solo un medio que ayuda a su obtención pero
que no es felicidad en sí.
Al indagar en distintas personas, de diversas edades y
sexos, un 50% de ellas coinciden en que la felicidad está
determinada por los valores
que cada individuo adquiere desde su infancia, en
donde muchos de ellos son implicados por su familia, amigos y
su entorno; mientras que otros son construidos por él
mismo en una forma de crear su propio ser. El otro 50% de los
encuestados se subdividió en distintas opiniones como
estados de ánimo (20%), que dependen de las situaciones
que rodean a la persona siendo distintos para cada uno; la
experiencia (10%), es aquella que va marcando la vida de cada
individuo, dejándole huellas de todos los momentos vividos
y principalmente de aquellos vividos con mayor plenitud; los
momentos espontáneos (6,6%), en los que vimos que estas
personas consideran que la felicidad consiste sólo de
momentos pasajeros en sus vidas, o sea que no hay una felicidad
duradera. Y el 6,6% restante de éstos consideran a la
felicidad como etapas de sus vidas, las cuales viven
conformemente.
En relación a si es posible que el hombre sea
feliz, el 96,6% de los encuestados consideran que SI es posible
dicho propósito, pero sólo si se conoce a sí
mismo, es decir, descubriendo su propio ser. Por otro lado,
sólo el 3,4% de ellos respondió que NO, ya que una
felicidad completa no es posible y tampoco deseable porque si
así fuera se podría terminar confundiendo con la
tontera, puesto que la búsqueda de la felicidad es parte
inherente del ser humano, como también lo son una serie de
valores y de
luchas que hacen que se complique el tema de la
felicidad.
En cuanto a la siguiente interrogante: si ha alcanzado
la felicidad, el 63,3% consideran que si, ya que ésta
siempre se encuentra aunque su búsqueda no sea una tarea
fácil, porque todos los días vamos alcanzando algo
de ella. Un 16,6% creen no haber alcanzado la felicidad como un
estado al que se llegue y nunca más se salga de él,
pero que si todos los hombres alcanzan a través de su vida
distintos momentos en los cuales son felices. El 13,3%
respondieron que en parte han obtenido su felicidad; y el otro
6,6% restante depende del momento en que se encuentren ya que hoy
pueden encontrarse bien y estar felices, pero mañana se
pueden encontrar con una bronca terrible y no estar
felices.
Analizando los factores influyentes sobre la felicidad
humana nos encontramos que el amor es
más influyente (con un 76,6%), puesto que creen que vivir
sin un ser querido, cualquiera sea ese amor (de un
hijo, de un compañero, de un vecino), es difícil ya
que éste es el que nos conlleva a formar y llevar adelante
distintas relaciones, como por ejemplo: familiares. En segundo
lugar la familia (con un 70%), es considerada como otros de los
factores más importantes, porque da mucha felicidad estar
todos juntos, el compartir juntos y vivir la familia juntos,
pudiendo gozar en lo positivo y dentro de lo negativo, tratar
todos juntos de sobrellevarlo. En tercer lugar consideran a la
salud (con un 50%) como otros de los factores que determinan la
felicidad del individuo, ya que si carecemos de ésta no
podemos aprovechar de las demás cosas que nos brinda la
vida, ya sean desde las más simples hasta las más
complejas.
El dinero (con un 40%) constituye el cuarto factor
más influyente puesto que evidentemente sin éste no
podemos acceder a algunas cosas, incluso básicas (como la
alimentación), que tienen que ver con la
felicidad.
El quinto de los factores contribuyentes a la felicidad
es la sociedad (con un 33,3%), porque ésta es una de las
fuentes más determinantes de la cual adquirimos valores, o
transformamos otros, que después terminamos manejando para
ser feliz o no.
Con un 30%, el siguiente factor es el trabajo, el
cual es muy importante para sentir nuestra autoestima
considerada, puesto que él nos proporciona un medio de
distracción a otras problemáticas.
La religión, con un
23,3%, es el factor que la sociedad cree menos influyente, pero
para algunos no menos importante, ya que piensan que Dios los
libra de muchas aficiones, y dicha fe en él les
proporciona una vida feliz y les asigna el camino para cada
uno.
Un 3,3% de las personas encuestadas consideraron que
existen otros factores que influyen sobre la felicidad, tales
como el esfuerzo, el sacrificio, la entrega, el respeto y la
solidaridad.
Al considerar que el hombre busca ser feliz por
naturaleza, hemos indagado cuál bien podrá
constituir el fundamento de la felicidad humana.
Vimos que el placer no puede serlo por su
carácter efímero y otros aspectos.
Hay quien ha dicho que lo que constituye el objeto de la
felicidad humana es el progreso civil del género humano.
En esta idea, estiman que los asuntos de la medicina, de las
comunicaciones, de la vida urbana, de la
enseñanza, del desarrollo de las instituciones,
de las diversiones... todo ello en conjunto, constituye el
fundamento de la felicidad de los hombres.
Ha sido grande el progreso civil, sin duda, y suele
constituir un motivo de admiración de los hombres y una
forma de hacer muy grata la vida humana en este
planeta.
Pero tal progreso civil trae aparejado algunos males
como la
contaminación del ambiente, los
peligros de accidentes;
también a la par del progreso suelen darse miserias
espirituales y físicas muy notorias. Muchísimas
personas no tienen acceso a esos bienes del progreso civil. Es
decir, que tal progreso ni incluye los males ni significa la
posesión de todos los bienes ni asegura una perpetuidad de
felicidad. Por lo tanto, siendo algo bueno el progreso civil, no
constituye, el fundamento de la felicidad.
En la indagación que hacemos sobre la felicidad
humana, a que toda persona aspira, y el objeto de ella, algunas
personas han postulado la idea de que tal felicidad será
dada por la aspiración de algunos hombres superiores. De
manera que los seres humanos corrientes, por así decir,
son incapaces de hallar la felicidad. De modo que será
necesario impulsar a la especie humana a deshacerse de los
individuos corrientes y a procurar la aspiración de
superhombre, de hijo de una raza superior, de una clase
única, que por su carácter sublime serán
quienes puedan alcanzar la felicidad que los demás que no
sean de ellos, no podrán lograr por ningún
concepto.
La historia ya vio a quienes, por pretender una raza
superior, cometieron crímenes incontables. Ni lograron la
raza superior, ni la felicidad y sí causaron infinitos
males.
Al indagar sobre el objeto de la felicidad humana,
algunos pensadores, como los estoicos, pretendieron que la virtud
constituyera el objeto de la felicidad. Más la virtud, tan
importante en la vida de la persona que desarrolla sus
perfecciones, es camino para la felicidad, pero no la
constituye.
Otros pensadores consideraron que la felicidad la
constituye "la santidad" entendida por la perfecta conformidad
con la ley moral, como una perfección que estiman
inaccesible, pero a la cual hay que aspirar de manera
continua.
Sin duda es importante conformar la vida personal con la
ley moral y ha de decirse que éste es un camino de
perfección. Pero no constituye el objeto de la felicidad,
sino un medio para alcanzarla.
Como el tema de la felicidad humana ha sido importante
para los seres humanos desde siempre, la historia recoge la
opinión de Aristóteles de que el objeto de la
felicidad es el conjunto de los bienes de la naturaleza, tanto
del alma como del cuerpo, más solamente considerados en la
presente vida terrena.
Es cierto que el conjunto de bienes de la naturaleza nos
son de gran utilidad y sirven para satisfacer muchas necesidades
humanas, pero no constituye el objeto de la felicidad. Ello por
cuanto los bienes corporales son inestables, mezclados con muchos
males. Además su mayor valor es que están
subordinados al alma, a la parte superior del ser humano, por lo
que resultan útiles, es decir, solo buenos para otra cosa,
no son, por lo tanto, en sí mismos el objeto de la
felicidad. Los vienes del alma y el alma misma necesitan
contemplarse, perfeccionarse. Es el alma misma la que debe ser
feliz, por lo que ella misma no puede ser el objeto de la
felicidad.
Personalmente, con este trabajo en el cual tuvimos que
relacionarnos con personas de diferentes edades, sexos y
condiciones socio-económicas determinadas por sus
ocupaciones, pudimos rescatar que la felicidad son momentos en la
vida de las personas en los que se expresan sus máximos
sentimientos, los cuales, a su vez, están determinados por
los valores adquiridos y formados por cada individuo, y por las
circunstancias en que estén trascendiendo en sus vidas.
Dicha felicidad no trasciende más allá de un
determinado tiempo, puesto que si fuera una felicidad "eterna",
duradera, el individuo no aprendería de sus tropiezos, ya
que no existirían, para lograr nuevamente o perfeccionar
nuevamente sus momentos felices.
También se nos reveló que es posible que
el hombre sea feliz, porque su felicidad es un meta, un deseo
innato, es una búsqueda continua, por la que ésta
lucha enfrentando situaciones traumáticas ( como puede ser
la bronca, la tristeza) hasta lograr llegar a esos momentos de
felicidad.
De los factores más influyentes sobre la
felicidad es el amor, en el cual, para nosotros, éste
conlleva a fortalecer factores como la familia, la sociedad.
Además, al igual que el amor otro de los factores es la
salud, que es imprescindible para disfrutar de estos momentos tan
anhelados, aunque hay personas que carecen de ella e igualmente
se consideran felices. En cambio, el dinero, que fue otro de los
factores que los encuestados consideraron influyentes, nosotros
creemos que éste es uno de los factores que menos
influencia tendría que tener, a pesar de que sea un medio
que nos puede permitir alcanzar nuestra felicidad al ayudarnos a
conseguir lo que con éste podemos obtener. En sí,
el dinero no es un factor determinante de la felicidad humana, ya
que hay personas con mucho dinero que se encuentran tristes,
angustiadas, debido a otros problemas que éste trae
consigo; mientras que hay personas más humildes, que
carecen de él, y realmente se consideran
felices.
En el recorrido que hemos hecho sobre la gran
cuestión de la felicidad humana, podemos considerar
éstos factores:
- el ser humano está destinado sin duda alguna a la felicidad;
- debe existir el objeto de la felicidad humana porque la naturaleza no hace nada en vano y de manera natural, siguiendo las más ondas exigencias de su ser, cada ser humano aspira a la felicidad;
- los más grandes pensadores se han ocupado del tema de la felicidad humana y hemos podido conocer de manera resumida, la manera como unos y otros se han referido a la gran cuestión de cuál debe ser ese objeto, ese bien mayor, que constituye el objeto de la felicidad humana;
- los seres humanos, movidos por el atractivo que los bienes en general ejercen sobre la voluntad, han buscado en el placer, en las riquezas, en el poder, en la fe, en la dignidad y en la fama ese objeto. Pero como no lo es, han cosechado la frustración de pretender hallar la felicidad en la posesión de bienes que son transitorios, que están mezclados con males, cuando la felicidad es el estado perfecto por el conjunto de todo el bien o de todos los bienes, sin males y de manera permanente.
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