La proliferación de una forma de deseo sexual carente de amor se ha traducido en una desorientación afectiva intensa para muchas personas. No sabemos a qué atenernos, qué reglas seguir. La entronización de la idea de la eterna juventud y la belleza física como únicos valores dominantes ha dado en la figura del «eterno adolescente», en la imagen penosa de gentes adultas que siguen comportándose de manera inmadura, dando tumbo, sin saber cuál es la dirección adecuada.
Sólo las novedades, lo sorprendente, tienen algún interés, en cuanto sirven para al-mentar una sed constante de deseo. El deseo fácilmente satisfecho deja una sensación desagradable que sólo puede llenarse con más deseos, y de ahí el esfuerzo por ofrecer cada vez mayores y más diversas posibilidades de consumo, ocio vacío y erotismo deshumanizador.
Hemos creado una sociedad del desafecto, en la que el cariño y el compromiso entre las personas no son valorados, en la que no hay ningún proyecto, ni tampoco futuro. Sólo existe el yo y el ahora y eso sólo lleva al egoísmo. Pero el yo, dirigido por una marea abrumadora de posibilidades de diversión hueca, se desestabiliza y desorienta. El ser humano perdido en esta tempestad se vuelve débil e influenciable, carece de voluntad e iniciativa: pierde su humanidad.
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