Los sentidos son un elemento fundamental en el encuentro sexual, pues actúan como canalización de los estímulos que van incrementando la excitación. La intensidad con la que actúan varía en cada caso, pero siempre son importantes, todos ellos, aunque para el ser humano los dos sentidos principales a la hora del encuentro sexual son el tacto y la vista (complementados con el oído, básico en el proceso de comunicación verbal que nos permite conocernos unos a otros).
Los sentidos son la vía para la seducción, que se basa en nuestra percepción de la imagen de la otra persona. La vista actúa en primer lugar: nos presenta con claridad los rasgos, el aspecto general. En el hombre predomina sobre todo lo visual, la mujer se centra más en la imaginación y el oído.
En general, los demás sentidos van ofreciendo información suplementaria para completar lo que denominamos el atractivo estático, la imagen aparente. En una observación más detallada y prolongada en el tiempo comenzamos a descubrir la belleza dinámica, interior, más rica y satisfactoria. Es en esta fase cuando las palabras -el ámbito del sentido de la audición- abren un nuevo camino para conocer a alguien y nos ofrecen una panorámica más amplia, no sólo física. Sobre la comunicación, no obstante, hablaremos algo más adelante.
Los cánones de belleza han variado a lo largo del tiempo, y en general la concepción de la estética humana se ha centrado más en la mujer que en el hombre. Es cierto que en los últimos años, con el desarrollo de la moda masculina, la oferta estética para hombres ha crecido enormemente, pero todavía sigue el mundo de la imagen (moda, cosméticos, etc...) centrado en la figura femenina, y se sigue ofertando un modelo femenino mucho más preocupado que el masculino por la imagen.
Esta preocupación natural por el aspecto, que se da tanto en el hombre como en la mujer, es un preámbulo -a veces inconsciente- del encuentro sexual, ya que, como hemos indicado, es a través de los sentidos y de ese atractivo estético que se va a producir el primer contacto.
Sin embargo, el acto sexual pleno va más allá y debe basarse en la afectividad y la ternura, y también en poner atención y dedicación en el otro. A partir de aquí puede llegarse a una relación sexual completa. Y el principal elemento de la afectividad, que sirve para expresar la ternura, son las caricias. Entramos en el dominio del tacto.
En la especie humana las caricias, el primer paso activo del acto sexual, se expresan de muchas maneras: besos, gestos mimosos, masajes suaves... Todo ello empieza de un modo lento y cuidadoso para ir dando paso, a medida que crece la excitación, a un ritmo más apasionado.
Si lo primero en una relación fueron la imagen y las palabras, las caricias se convierten ahora en un nuevo lenguaje muy expresivo que facilita una intensa intercomunicación y un mayor acercamiento. Hay que actuar siempre sin prisa, con cierta ceremonia incluso para desnudarse. Esto es muy importante, particularmente para el hombre, al que le resulta más excitante una mujer vestida que desnuda del todo.
Una vez que la ropa ha caído, e incluso antes, ya se ha establecido el contacto a través de las caricias y dado que éstas tienen un papel básico en el proceso de excitación sexual, es muy importante saber cómo estimular la piel de nuestra pareja. La boca y los órganos genitales constituyen los puntos de atención clave. Las zonas erógenas pueden variar de una persona a otra, pero las principales son siempre las mismas: en el hombre el glande y el escroto son las áreas de mayor sensibilidad; en la mujer, la vulva, el clítoris, el cuello del útero y los pechos son las zonas más excitables.
En ambos, la boca y la lengua, que se acarician mutuamente por medio de los besos, representan la otra gran región erógena del cuerpo. Sin embargo, no hay que limitarse sólo a esto. En primer lugar porque cada persona vibra de una manera distinta, y en segundo lugar porque a medida que la excitación aumenta, mayores parcelas del cuerpo van ganando en sensibilidad.
Las caricias serán primero suaves y generales, y luego se irá pasando a lo concreto. El objetivo final es alcanzar el grado de excitación necesario para que el pene entre sin dificultades en la vagina. Sobre el tipo de caricias a practicar, resulta imposible hacer un inventario, ya que dependen en última instancia de los gustos y particularidades de cada uno. Hay que evitar, eso sí, caer en lo maniático o patológico. Lo importante es tener en cuenta que la caricia es ante todo una expresión del amor. La espontaneidad es fundamental. La ternura es el ungüento del amor.
Además, este proceso, que ha de ser progresivo, no tiene que centrarse sólo en lo meramente erótico. Para que el acto sexual resulte pleno, el intercambio de la pareja debe alcanzar, aparte del plano físico, también el mental, el cultural y el del diálogo. El encuentro del hombre y la mujer supone una experiencia relajante, que les libera de las tensiones y problemas cotidianos, pero es algo más: una forma de comunicación mutua al máximo nivel.
Cuando la relación se centra sólo en lo físico, el deterioro es inevitable con el paso del tiempo, entre otras razones porque se suele actuar de forma superficial, y el contacto acaba siendo insatisfactorio, sobre todo para la mujer, cuya sexualidad requiere más tiempo y dedicación, ser cuidada con esmero. Sin embargo, si se produce una conexión interior y profunda, entonces las calidades humanas se suman y la relación puede durar toda la vida.
El intercambio de caricias culmina en unos instantes de profundo contacto psicofísico: es mediante esta comunicación tan particular que las dos personas llegan a verse verdaderamente desnudas una frente a otra, y alcanzan el grado de unión necesario para alcanzar ese «nosotros» en el que se funden dos seres que se aman.
La importancia de los sentidos radica en el hecho de que es durante la fase de aproximación (contacto visual, comunicación verbal y, sobre todo, la comunicación a través de las caricias) cuando cada uno de los dos se muestra tal cual es: o apresurado y egoísta, o delicado y atento. Por supuesto, y como ocurre en toda actividad humana, la experiencia supone una mejora: con relaciones habituales se perfeccionan las técnicas, aunque sólo si esta repetición se ejecuta desde las premisas ya indicadas del amor atento, la dedicación y la ternura. El acto sexual es importantísimo en el proceso de perfeccionamiento y plenitud de la pareja.
Donación y pertenencia recíproca, es como si uno se escogiese a sí mismo, a través de esa otra persona: vivir-con otro y ser-para otro. Por eso debe ser cuidado con esmero, delicadeza, finura, elegancia, ya que se trata de algo misterioso e íntimo. No puede ser banalizado como algo que sirve de descarga de unas pulsiones o unos instintos. Eso sería rebajarlo de nivel.
El deseo anhela el placer sexual personalizado, en un encuentro pleno, íntegro, total: por eso deambula en ese cruce el descubrimiento e intercambio de las facetas física, psicológica, espiritual y biográfica. Las tres citadas, más la historia de cada uno que atraviesa los entresijos de esa vivencia repleta de intimidad, que comienza con la ternura y culmina con la pasión.
La palabra clave es precisamente pareja. El egoísmo y la autosatisfacción no tienen lugar: hay que pensar en el otro. Después del orgasmo, sobre todo en el hombre, tiende a producirse un veloz descenso de la excitación. Sin embargo, en el momento posterior al orgasmo el hombre y la mujer deben mantener el contacto, en todos los planos aludidos. Si tras el orgasmo se siente la necesidad de separarse con rapidez, incluso si se experimenta cierto rechazo hacia la pareja, entonces es que algo funciona de un modo deficiente.
Terminado el acto sexual propiamente dicho, el encuentro debe prolongarse, esta vez expresado por medio de la ternura, a través de un profundo abrazo que culmine verdaderamente la conexión entre las dos personas. Actuar de este modo no sólo mejora la relación, sino que induce a un estado de bienestar y relajación muy satisfactorio.
0 comentarios:
Publicar un comentario