Las relaciones sexuales no se reducen a la mera obtención de placer: la prisa es el peor enemigo de una relación sexual. Para que ésta sea satisfactoria es imprescindible cumplir con gin ritual, efectuar unos preparativos que, en sí mismos, constituyen una forma de comunicación y contribuyen a hacer que el encuentro sexual llegue a su desenlace de manera absolutamente satisfactoria.
Cada cultura ha desarrollado sus propios ritos previos al encuentro sexual, aunque, como no podía ser de otra manera, hay algunas notas comunes, entre ellas la solemnidad tiene el acto tiene en sus primeras fases. La repetición de las relaciones y el paso del tiempo hace que se pierda algo de este carácter un tanto mayestático, pero si el amor es sano y completo, se gana en espontaneidad y frescura lo que se pierde en protocolos.
Espontaneidad es, como se verá en otro epígrafe, un término clave. La pareja debe expresarse, comunicarse de forma abierta y directa, utilizando los recursos verbales y no verbales de que dispone. De este modo se establece un diálogo íntimo, espiritual, cuyo primer gesto es el beso. Es la más importante de las caricias, la que implica un mayor contacto mutuo, y sin duda la más excitante de todas. Después vendrán las caricias manuales, a continuación el coito, que desemboca en el orgasmo y, tras éste, la expresión final de ternura y cariño que debe ser el culmen de un acto sexual completo y saludable.
El ritual, siga el orden que siga, es importante porque permite realizar una adaptación previa de la pareja. La sexualidad requiere tiempo, y el hombre y la mujer deben conocerse poco a poco para mejorar en este campo. La familiaridad, el hecho de conocerse, mejora la sexualidad y es parte fundamental en la necesaria adquisición de experiencia.
Si no hay ritual, el encuentro sexual se reduce al coito. La penetración, sin nada más, no es verdadera sexualidad, sino sólo una descarga animal en pos del placer. Este tipo de acto es un mero desahogo que nada tiene que ver con el amor.
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