viernes, 6 de diciembre de 2013

VIDA PÚBLICA Y PRIVADA




La actividad del ser humano muestra dos vertientes bien definidas y conocidas: la privada o interior y la pública o exterior. La vida y la personalidad se definen en gran medida por el grado de equilibrio que seamos capaces de fijar entre estas dos facetas. Una de ellas se desplaza hacia dentro, hacia el mundo interior, mientras que la otra se expresa hacia fuera por medio de la conducta.
Los profesionales de la psiquiatría tratamos de acceder a los espacios ocultos de la personalidad para descubrir lo que guardan. Penetramos en los recovecos más íntimos con la intención de descubrir ese mundo interior oculto que tiene una geografía precisa, pero cuyas fronteras generalmente están mal definidas. Es un lugar a menudo confuso, escondido tras una espesa bruma.
Esto implica, en nuestro trabajo, la necesidad de «hacer un inventario de esta faceta oculta» no sólo por el deseo de desvelarla, sino también para tratar de ordenarla, para acabar con el caos y así lograr entender y comprender quién es en verdad una persona. Antes de seguir adelante hay que explicar los términos. Recordemos que en nuestra terminología particular, entender significa «ir hacia», saber acercarse al otro. Comprender implica un sentido más amplio, pues representa el hecho de ponerse en el lugar del otro y ver las cosas desde si punto de vista.
Hay dos cuestiones básicas que no debemos olvidar a la hora de iniciar el camino de descubrimientos por el interior de nuestra propia naturaleza. En primer lugar hay que tener en cuenta la visión estática, el estado de ánimo y opinión que una persona presenta hacia sí misma y hacia los demás. Es un punto de vista actual, sincrónico. En segundo lugar hay que considerar la visión dinámica, el análisis histórico, diacrónico, de una trayectoria personal. No se puede pasar por alto que la vida es algo que progresa hacia el porvenir, y cada persona realiza su propia travesía, la cual puede ser analizada por medio de un estudio amplio que considere varios puntos de vista. Esto es, a fin de cuentas, una biografía, la vida vista paso a paso y, en lo que nos ocupa, desde dentro.
Para poder hacer esto con éxito es necesario un método. El interior humano es un laberinto sin fin, y resulta imposible tratar de desvelar y analizar todas sus facetas. Con una visión de conjunto se pueden ir localizando las parcelas y segmentos básicos, los que conviene aclarar para manifestar su significado. A pesar de las dificultades y confusiones aparentes, casi siempre nuestra dinámica interior sigue un hilo conductor, un argumento. Este tejido, si está bien entramado, es el que hace que la vida se desarrolle correctamente y progrese.
Cuando el especialista y su paciente se mueven juntos a través de estos paisajes ocultos se descubre un espacio organizado: hay una puerta de entrada, un patio, una escalera que sube hacia estancias situadas en un piso más alto. Pero la intimidad también tiene sótanos y buhardillas, estancias más oscuras y desordenadas... La metáfora de la casa interior es verdaderamente acertada, pues toda personalidad muestra también una fachada que se abre a la calle, mientras otros espacios se cierran hacia el interior y resultan invisibles desde fuera.
Todo lo negativo, lo que nos duele, nos avergüenza o nos preocupa suele guardarse en el interior. Para asegurar el equilibrio, sin embargo, es necesario que las alegrías se muevan también por el espacio interior, iluminando esas estancias que los demás no ven. Saber proteger la propia intimidad es muy importante. ¡Son dignas de lástima esas vidas en las que todo se proyecta hacia fuera!
En la actualidad se vive en exceso cara al exterior, con un deseo exagerado de mostrar una imagen determinada de nosotros mismos, olvidando otros importantes aspectos de la vida. A menudo la persona queda atrapada en una lucha constante y obsesiva por dar buena impresión a los demás.
En el ámbito de la intimidad la persona se encuentra consigo misma, lo que le permite simultáneamente mejorar su relación con los demás. El diálogo fluye mejor y se torna más rico y sereno. Esta mejora hecha desde el interior abarca desde las relaciones familiares hasta las amistosas o laborales, aunque resulta especialmente beneficiosa para las primeras, sobre todo en las relaciones de padres e hijos. Así, aunque pueda resultar paradójico, conocer bien la propia intimidad es algo básico para alcanzar unas relaciones sanas y completas, sobre todo con los que nos son más próximos. En una época de crisis como la que estamos viviendo, la familia unida tiende a convertirse en uno de los tesoros más valiosos.
Ahora bien, llegados a este punto es necesario tener en cuenta un aspecto importante de la personalidad humana: la mujer vive centrada en su cuerpo, su vida gira principalmente alrededor de este aspecto. El hombre, sin embargo, vive más hacia el exterior, desconociendo en gran medida su intimidad. Esto se produce por varias razones, entre ellas una fundamentalmente fisiológica: la mujer es el receptáculo de cada nueva vida, el hombre no.
La persona moderna carece en gran medida de intimidad. Pensemos en el desnudo o semidesnudo en las playas, como ya hemos comentado. Todo está a la vista. Hay en ello contagio y superficialidad, la imitación de la moda y el quedarse uno en la fachada. Esto hace que viva centrado en la imagen que ofrece, olvidando el desarrollo de su vida interior. Para escapar del triste destino que tejen estas redes, en las que uno se ve envuelto con tanta facilidad, hay que esforzarse por corregir el error que supone permitir que lo social, exclusivamente, sirva para vertebrar nuestra existencia. Las relaciones exteriores parten del interior, de una intimidad sana. Organizando nuestra personalidad es posible mejorar nuestra forma de ser y, al mismo tiempo, funcionar mejor en sociedad. La soledad es importante para esto, pues nos permite comprenderla y reorganizarla si es necesario.
Además, en nuestro interior hay lugares secretos que conviene tener en cuenta, pero que no hay que revelar. Esta es la esencia de la intimidad: encontrarse con uno mismo, cultivar lo que hace que nos entendamos mejor y de este modo, mejorar nuestra relación con el entorno, con las demás personas

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