La sexualidad humana ofrece una enorme complejidad. Sin embargo, su impulso fundamental es de tipo instintivo. Es la personalidad, formada por la inteligencia racional, la educación, la voluntad y el espíritu la que diferencia la sexualidad humana de la de los animales. La sexualidad es un elemento básico de nuestras vidas, y forma parte, de manera intrincada e inseparable, del más grande de los sentimientos: el amor.
Aunque el estallido de la sexualidad se produce a partir de la pubertad, en realidad nos acompaña desde nuestro mismo nacimiento. Como Freud y otros estudiosos descubrieron, el niño presenta ya una faceta sexual desarrollada, que influye en la evolución de su personalidad y que puede determinar, al menos en parte, su vida adulta.
Por todo ello es conveniente asumir la sexualidad como algo perfectamente natural, pero también como un factor vital que, relacionado con el deseo, debe ser educado y controlado. Como ya se ha comentado, y así se supo desde los mismos comienzos de la psiquiatría moderna, la represión de la sexualidad en la edad infantil puede producir trastornos; igualmente, la entrega a una sexualidad descontrolada –a un deseo descontrolado- da lugar a una vida insatisfactoria e infeliz dominada por los impulsos hedonistas.
Las teorías sobre la sexualidad humana son numerosísimas, y tal vez no haya otro tema sobre el que se haya escrito tanto a lo largo de la historia. Desde Ovidio hasta el propio Freud, o desde el Kama Sutra hasta Havelock Ellis, la literatura sobre el tema ha ido desde el puro erotismo hasta los tratados científicos, pasando por catálogos de posturas y hasta libros que relacionan el sexo y la mística.
En realidad no fue hasta finales del siglo XIX que la sexología se convirtió en una ciencia gracias al libro Estudios sobre psicología sexual, del mencionado Ellis. En esta obra se analizaba por primera vez la sexualidad desde un punto de vista general, desvinculado del erotismo. Ellis estudió la relación de pareja, la respuesta sexual de hombres y mujeres, o problemas como la frigidez y la impotencia. Desde entonces ha habido multitud de autores que se han dedicado a este tema que, sin duda, atrae, sorprende y fascina al ser humano: Kinsey, Master, Johnson, Pellegrini, Giese, Lorando... En casi todos los países de Europa, así como en los Estados Unidos, se han publicado trabajos de mayor o menor rigor que han tenido la sexualidad humana como tema central.
El planteamiento ha sido distinto en cada caso. Unos han preferido concentrarse en detalles técnicos; otros han buscado una mejor expresión de las necesidades sexuales; algunos han querido desmitificar el sexo, restándole importancia como cosa natural que es; y otros han preferido indagar en los medios para incrementar el placer. Todos ellos, sin embargo, han coincidido en un punto: la sexualidad humana es variada, exclusiva de nuestra especie, pero guarda un poso animal en su impulso de base. Independientemente del punto de vista, casi todos los autores señalan, por una razón o por otra, que hay que evitar dejarse dominar por ese impulso instintivo que priva a la sexualidad de sus mejores facetas y convierte la relación de pareja en un mero choque sexual para satisfacer un apetito apremiante.
Por desgracia, estas sugerencias no parecen haber prendido en la sociedad moderna, agobiada por la inmediatez, el hedonismo y el consumismo. El sexo se ha convertido, desde la década de 1980, en un artículo más de consumo masivo y por eso proliferan todo tipo de negocios relacionados con el sexo puro, en su vertiente animal, sin entrar a considerar aspectos superiores. Pornografía, prostitución, teléfonos eróticos... Son formas de sexualidad en las que no existe una verdadera relación humana (a veces ni siquiera hay un contacto físico), sino sólo la descarga de una necesidad gobernada por el instinto. Alcanzado el placer físico, la persona se siente vacía -como siempre que se realiza un deseo de manera impulsiva- y esto produce sentimientos de culpa, obsesión y neurosis.
Convertir el sexo en una «religión», lo que parece ser una de las normas de la modernidad, es un error. La sexualidad es sólo una parte del ser humano, importante, pero no la más importante, ni tampoco la única.
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