viernes, 6 de diciembre de 2013

EL AMOR, EL DESEO, LA PASIÓN




El amor y el deseo pueden ir juntos aunque no buscan lo mismo, pues amamos a un sujeto y deseamos un objeto. En cuanto a la pasión, ella excede al amor y lo subvierte.
Encontramos distintas categorías del amor, de manera que al abordar el tema hay que aclarar de qué tipo de amor se trata: del amor sensual, del tierno, del amor a uno mismo o al prójimo, del amor fraternal; en fin, del amor al amor mismo. Nos referiremos aquí al amor de la pareja, para acotar un tema inabarcable que facilmente se nos escapa de las manos.
Luego veremos que otros afectos, como el odio, la angustia y el dolor psíquico, son compañías tan indeseables como ineludibles del amor. Pero antes nos acercaremos a ciertos fenómenos íntimamente ligados con el amor, como son el deseo, el placer, el goce y la pasión, a los que trataremos de discernir y articular a lo largo de este texto.
El amor y el deseo tienen en común que ambos nacen de una falta y que están estrechamente relacionados, aunque sean diferentes. Decía Sócrates, en El banquete de Platón, que Eros es en primer lugar amor de algo y luego es amor de aquello de lo que se carece.
Freud estableció una distinción entre el amor sensual y el amor tierno, afirmando que en el primero el interés por el objeto está centrado en el logro de una satisfacción sexual y puede desaparecer una vez conseguido ese fin. En el amor tierno, en cambio, se trata de mantener una relación duradera, por lo que el valor afectivo del objeto es sostenido. En este caso la dependencia recíproca es mayor y puede surgir la angustia por la posible pérdida del amor o de la persona amada.
El amor no es un sentimiento innato que une a las personas, sino que se genera mediante transformaciones pulsionales. Un factor fundamental que opera en la conversión de la pulsión sexual en sentimiento amoroso es la interdicción del incesto, a partir de la cual el niño permanecerá ligado a sus padres con impulsos coartados en su fin. El amor tierno se desarrolla a expensas del impulso sexual, que es desviado de su meta y convertido en tendencias sentimentales.
Al valorar el objeto más que la satisfacción del deseo, el amor pone un límite a la sexualidad y plantea otras metas y otro tipo de satisfacciones, por lo cual forma parte de los procesos sublimatorios.
Este amor apuntalado en la pulsión sexual comienza siendo narcisista, pues toma como objeto al propio Yo o, mejor dicho, a la propia imagen, antes de dirigirse a los objetos. La elección de objeto también puede ser narcisista cuando se busca a sí mismo como objeto de amor, orientándose hacia lo que uno es, lo que ha sido o hubiera deseado ser, es decir, según el modelo de la propia persona.
Pero el amor supera los límites del narcisismo. J.Kristeva dice que el enamorado es un narcisista que tiene un objeto. (1) De manera que el amor concilia, de hecho, el narcisismo y el vínculo con el objeto, que es un otro. Debe producirse por lo tanto una brecha en el narcisismo para que el objeto pueda ser encontrado en la realidad. Tanto la búsqueda amorosa como de la satisfacción del deseo están orientadas por ciertos rasgos del objeto, que son las huellas inconcientes que ha dejado el objeto primero, que es el paradigma de todo vínculo de amor. Es por eso que Freud ha dicho que el encuentro de un objeto es en realidad un reencuentro.
El amor se despliega en ese espacio entre el objeto especular, narcisista, y el objeto reconocido en su alteridad, que por ser ajeno desencadena el impulso hacia lo que apetece tener. (2)
El deseo no es un sentimiento, como el amor; es más una aspiración o una tendencia. El amor y el deseo no buscan lo mismo, ya que el deseo procura la satisfacción, mientras que el amor privilegia la unión, el vínculo con el otro, considerado como "persona total". El deseo, en cambio, tiene una marcada preferencia por objetos parciales: una parte del cuerpo que es sobrestimada, un pañuelo de la mujer deseada, etc. Tanto la pulsión como el deseo, que es un compuesto de elementos pulsionales, fragmentan y parcializan el objeto, que toma el carácter de un fetiche cuando es el único que puede despertar el deseo sexual. En este caso, vale más por lo que vela que por lo que muestra.
Cuando el amor y el deseo van juntos, el sujeto amado es también el objeto de nuestro deseo. Cuando son antagónicos, pueden perturbar la vida amorosa y crear malestares que se observan sobre todo en pacientes neuróticos. El aporte más original del psicoanálisis al estudio del amor es lo que la experiencia clínica le ha enseñado sobre las particularidades de la vida amorosa de los neuróticos.
Refiriéndose al caso de los niños "mimados", Freud dice que una madre que pretenda satisfacer las demandas insaciables de amor de su hijo contribuirá a despertar en este la disposición para contraer una neurosis. El niño quedará fijado a la madre y a un exceso de ternura que puede sofocar el deseo e impedir su desarrollo. (3)
En el caso de la histeria, el amor es la causa fundamental del padecer neurótico, sea por su falta o por sus excesos y por los inevitables sufrimientos que ocasiona. La mujer histérica busca la confirmación de ser amada, es decir, una reivindicación narcisista. El placer sexual es para ella secundario, cuando no inexistente, debido a la frecuente frigidez histérica. Si es deseada pero no amada, se siente desvalorizada y experimenta un profundo rencor.
Si sigue buscando la confirmación de ser amada, es tal vez por haberse visto decepcionada en ese sentido. Da la impresión de haber vivido desde la infancia bajo la amenaza de la pérdida del amor, sobre todo el de la madre. El rencor y el odio por las injurias sufridas son notorios en estos casos. La separación con la madre no ha podido llevarse a cabo, porque siempre quedan cuentas por arreglar.
La confirmación de ser amada la recibe la histérica de la mirada del otro, que tiene sobre ella los mismos efectos de una droga de la que no puede prescindir. Recurre para conseguirlo al conocido exhibicionismo histérico para producir un impacto en el otro. Como se siente interiormente fragmentada, es en esa mirada que puede experimentarse momentáneamente como "una" finalmente reunida. (4)
La aparición del deseo lleva a la histérica a la angustia, ya que quiere sostenerse como objeto del amor y no del deseo. Defiende a capa y espada la causa del amor, tratando de consumir el deseo en el amor, confundiéndolos a ambos.
La disociación más notoria entre el amor y el deseo sexual se aprecia en aquellos hombres obsesivos que no pueden desear a la mujer que aman ni amar a la que desean. Cuando aman, no lo hacen de una manera propiamente sensual. La mujer amada, idealizada y excluida del campo de todo deseo posible, es la heredera de toda la carga de prohibición que pesa sobre la figura de la madre. La práctica sexual solo es posible si son mantenidas separadas las relaciones que no existen sino con miras a una satisfacción sexual, de todo lo que se llama amor.
Nuestro erotismo está condicionado por el horror y la atracción del incesto. Los neuróticos, tanto hombres como mujeres, tienen restringida su capacidad de amar debido a sus fijaciones infantiles y a su dificultad para renunciar a los objetos incestuosos. Sus amores de la vida adulta reproducen con indeseada fidelidad a sus amores de la infancia. Como la interdicción del incesto, que es protectora, no está establecida con firmeza, el neurótico debe compensar ese déficit produciendo una serie de inhibiciones, síntomas y angustias que actúan como barreras entre el sujeto y el cuerpo de la madre. Evita por todos los medios dar satisfacción a sus anhelos incestuosos, aunque sin renunciar a ellos, pues no se resigna y sueña con transgredir el límite.


Carlos Sopena


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