Hace algunos años traje un grupo de estudiantes rabínicos para
ayudarnos durante las fiestas de Rosh Hashaná y Iom Kipur. Eran
estudiantes de una Ieshivá de Jabad en Brooklyn y se ofrecieron a pasar
las festividades asistiendo a sinagogas y enriqueciendo comunidades.
Un sábado de tarde, después de su llegada, estaban sentados en la
sinagoga descansando después de un largo día dirigiendo programas para
niños, cuando se dieron cuenta que un camión de mudanza se estacionaba
frente a la casa vecina.
Con vestimentas típicas de Jabad, dejando de lado el concepto:
“ocúpate de tus propios asuntos”, y la idea: “has hecho suficiente por
un día”, salieron y entablaron conversación con la gente que se estaba
mudando, un hombre y su hija. Resulta que los recién llegados eran
judíos, y el padre, el director musical y coral de un templo reformista
de las inmediaciones.
El director se ruboriza disponiéndose a recibir una charla de estos
barbudos, obviamente estudiantes muy ortodoxos, sobre que un judío no
debería estar mudándose durante el sagrado sábado, que está siendo un
terrible ejemplo para su hija… En su lugar, los muchachos le brindan una
gran sonrisa y lo invitan a tomar un lejaim y un bocadillo.
Antes de darse cuenta, está sentado con su hija en una mesa de Shabat
comiendo cholent (una comida típica de Shabat), cantando canciones
sabáticas junto con un grupo de jasidim que apenas conoce.
Pero no termina ahí, porque los trabajadores de la compañía de
mudanza son todos israelíes y pronto están también sentados alrededor de
una mesa en California del Sur, comiendo Jumus y cantando Am Israel
Jai…
A medida que se acerca el final del Shabat, los estudiantes se dan
cuenta que tienen allí mismo un Minián. Entonces rezan las oraciones
vespertinas con sus nuevos amigos y recitan la Havdalá (servicio después
de Shabat). Los israelíes comienzan a cantar Eliahu Hanaví y Osé Shalom
y pronto se forma un círculo, están bailando -los israelíes de la
compañía de mudanza en camisetas de manga corta, un director de coro
reformista y un grupo de jasidim de Jabad, que fueron criados en la
enseñanza de nunca juzgar a los otros sino aceptarlos a todos, amarlos, y
aprovechar cada oportunidad para traer más luz, más alegría al mundo.
Tiempo mas tarde en una clase titulada “Fe y Sufrimiento”. Es una
clase muy difícil, emotiva, angustiante.Un hombre se me acerca después
de la clase. Estaba llorando, y me cuenta la historia más triste pero
más inspiradora que haya escuchado durante largo tiempo: “un año antes
de mudarme aquí perdí a mi esposa y dos de mis tres hijos en un
accidente de auto. Estaba devastado. No podía luchar contra el dolor. No
podía hacer frente a la pérdida. Estaba enojado con D-os. Odiaba vivir.
El pensamiento del suicidio venía a mí constantemente. Pero yo lo
apartaba debido a mi hija. ¿Cómo podría ella enfrentarlo sin mí? Pero la
pena era tan grande que yo no podía respirar. Razonaba conmigo mismo
que ella estaría mejor con un padre muerto que con uno como yo. Sé que
ahora suena ridículo, pero en ese momento mi corazón estaba destrozado y
mi mente estaba atormentada.
Odiaba mi vida y decidí ponerle fin. Planifiqué una última noche con
mi hija. Ella adora ir al cine conmigo. La llevaría al cine una última
vez, luego la llevaría a casa, y después que se durmiera le diría adiós a
este mundo miserable.
Una noche la llevé al cine Mountain Gate Plaza, en Simi Valley. Una
última película para padre e hija. Como se podrá imaginar, caminaba por
el shopping como un sonámbulo. De repente escucho algo así como música
judía. Al principio pensé que estaba oyendo cosas, o que ya estaba
oyendo las notas del más allá. Pero cuando dimos vuelta la esquina,
entendí. Era Janucá, y algún grupo judío estaba realizando el festival
de Janucá justo frente al cine.
Antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo, fuimos arrastrados
a un círculo de rabinos que bailaban. Primero protesté, pero
eventualmente me di por vencido. Miré a mi hija y estaba sonriendo. Miré
alrededor a las caras que me rodeaban y había alegría. Miré la Menorá y
vi la llama eterna del pueblo judío. Un pequeño murmullo de alegría
entró en mi corazón y comencé a llorar y a reír al mismo tiempo. La luz
de la Menorá estaba derritiendo la espesa oscuridad y la niebla que me
rodeaba.
Esa noche, en casa, acosté a mi hija y me senté en la mesa de la
cocina. Las llamas de la Menorá titilaban en mi mente. Decidí darle otra
oportunidad a la vida. Decidí mudarme a una nueva comunidad y comenzar
una nueva vida. Al día siguiente empecé a buscar otra comunidad y
bastante pronto me estaba mudando a Agoura.
El día que nos mudamos, mientras me aproximaba a nuestro nuevo hogar,
una ola de tristeza me invadió. Dudas, pesar, pesimismo. Estaba
abrumado por el pensamiento de que todo era inútil, que mi vida era un
error, que yo era un error. Dirigí una plegaria a D-os en silencio y le
pedí que me enviara una señal para saber que El estaba allí, en algún
lugar, para tranquilizarme que esto iba a ser algo realmente nuevo y
diferente.
Mientras llegábamos a la casa, me sorprendió ver unos pocos jasidim
parados cerca. Muy pronto me estaban invitando y estábamos comiendo la
comida de Shabat más rica, cantando y bailando. No pude haber pedido una
bienvenida más tranquilizadora a mi nueva vida. Agradezco a D-os por
esta señal y por bendecirme con fuerza y bienestar”.
Escucho este relato y estoy llorando. Le pido que se quede justo donde está y corro a mi oficina. Reviso algunos álbumes… Janucá… Janucá en Simi Valley... ¡allí está! Una foto. Una instantánea de D-os en acción.
El año en que fue sacada esa foto habíamos decidido agregar otro
lugar a nuestra lista de festivales de Janucá. Elegimos Simi Valley.
¿Por qué Simi Valley? ¿Por qué el cine Mountain Gate Plaza? No lo sé.
¿Por qué pusimos la Menorá allí mismo? No lo sé. ¿Por qué abrazamos a un
extraño total y le pedimos bailar? ¿Por qué no? Es Janucá, ¿deberíamos
ser los únicos bailando? El Rebe nos dijo que trajéramos a todos la
alegría y la luz de Janucá, para que todos supieran que la luz
prevalecerá sobre la oscuridad, que el bien triunfará sobre el mal. Así
lo hicimos. Y allí estaba, en ese álbum. Una foto del director del coro y
su hija bailando frente a la Menorá. Una instantánea de una vida
salvada.
Probablemente esa noche, después del festival de Janucá, me
fui a casa pensando: ¿Fue bueno? Pensé que tendríamos una multitud
mayor… El año que viene lo haremos mejor… Cuando mi esposa me preguntó
cómo estuvo, probablemente le dije: “estuvo bien”. Poco sabíamos que una
vida se había salvado esa noche...
-----FIN------
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