En este mes en el que se
celebra un nuevo aniversario de la Navidad de nuestro señor Jesucristo, sería
muy pertinente recordar cómo surgió y se expandió la religión cristiana en el
mundo; religión que es profesada por la inmensa mayoría de los bolivianos y
americanos.
Las primeras
referencias procedentes de los primitivos cristianos fueron transmitidas por
vía oral, y sólo cuando se necesitó precisar algún punto del “Nuevo testamento”
(el nuevo pacto con Dios) se usó el idioma griego en su forma más sencilla,
pero una sencillez incrementada por un estilo concreto, lleno de imágenes
realistas de la vida y pasión de Jesús, de lenguaje tan simple que podía ser
entendido por todos. Con el tiempo, este “libro popular” se convirtió en el
“Libro” de todos los pueblos, ya que de ningún otro en el mundo se ha editado
tantos ejemplares ni se ha traducido a tantos idiomas.
Después de Cristo
se debe destacar a otra figura extraordinaria como lo fue Saulo, el cual tomó
el nombre de Pablo, y quien fuera el principal propagador del cristianismo en
el mundo y gestor de la ruptura con la antigua ley mosaica. Para Pablo, “el
justo se salva por la fe”, y por tanto, el cumplimiento de la ley antigua
no era fundamental. En consecuencia, no se debía exigir la circuncisión a los
feligreses pertenecientes al mundo de los gentiles. Esto dio lugar a que los
judíos ortodoxos, que consideraban esta ceremonia como base del pacto de Dios
con los hombres, rechazaran definitivamente toda relación con Jesús y su
doctrina.
Desde entonces, el
cristianismo se convirtió en una religión autónoma y, con el tiempo, hasta
antagónica a la judía, lo cual produjo una histórica aversión entre ellas que
duró hasta el siglo pasado. Y fue la labor de los últimos papas, sobre todo de
Juan Pablo II, lo que determinó que la religión judía y la cristiana se
reconciliaran.
Corresponde, por
último, hacer referencia a la rápida propagación del cristianismo por todo el
mundo romano. Aparte de la organización centralista del imperio, que permitía
circular libremente por todo su extenso territorio, la principal causa fue que
sus súbditos esperaban de la religión algo más que las ceremonias de un culto
oficial en que no creían ni siquiera los que lo celebraban. Y el cristianismo
respondió precisamente a las aspiraciones del alma humana, porque propugnaba la
igualdad de los hombres ante Dios, la solidaridad entre ellos, el perdón de los
pecados, y la promesa de una felicidad eterna siguiendo una doctrina sencilla y
maravillosa, condensada en un solo mandamiento: amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a uno mismo. Se podría decir que los primitivos
cristianos tenían conciencia de que mientras el mundo romano daba el
espectáculo de vicios degradantes, se había operado en el Calvario la redención
del género humano. Jesús había anunciado la buena nueva, el “evangelio”,
a todos los hombres de buena voluntad, reconciliando a costa de su sangre a la
humanidad con Dios.
Al continente
americano llegó el cristianismo junto al conquistador español. Sirvió para
atemperar la violenta conquista y explotación. Sacerdotes como Las Casas y
Mariana hicieron determinar a la corona española que los indios eran hijos de
Dios y, por tanto, no susceptibles a ser esclavizados. Por ello, los nativos
recibieron con entusiasmo a esa nueva doctrina que los libraba de la esclavitud
y de las religiones autóctonas, que ponderaban los sacrificios humanos y la
vigencia de una extrema desigualdad. Y fueron indios, como Juan Diego y Tito
Yupanqui, con la creación de las vírgenes de Guadalupe y Copacabana, quienes
influyeron en la propagación del cristianismo e hicieron que el campesino
indígena se convirtiera en el baluarte del cristianismo en América.
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