Algunas cosas que acarrea el amar a una mujer
Las relaciones sentimentales son tan comunes como trascendentes para quien las vive. Suelen desarrollarse siguiendo un patrón más o menos similar: la “normalidad”.
Enamorarse de una mujer es un milagro que sucede a menudo, que nos pone frente al espejo tan vulnerables, desnudas y solas que sentimos miedo, pero ese frío, esa soledad escalofriante, sólo terminan cuando te vistes de esa piel, la otra.
De pronto te encuentras ya involucrada, has hecho de ella un dios alrededor del cual echar a girar tu universo: tienen planes, viajan juntas, se ven diario, se llaman, se preocupan una por la otra, te pregunta de tu familia, sabe de ti, te echa la mano cuando estás en problemas y aún más te quiere, te hace sentir tanto su amor y en tantas formas que no buscas más en otros, en ellos.
Tú misma vas a decir que estás loca, a lo mejor intentas reafirmarte saliendo con hombres, teniendo un novio, pero será peor porque te darás cuenta de todo lo que te falta. Y volverás a ella para contarle entristecida todo lo que el mundo te lastima y violenta cuando no están juntas. Se besarán tibio y después tan caliente que hervirán todas y te consumirás en el sinsentido de ese sentido único encontrado en sus ojos.
Y después el sexo que acrecienta el amor y el amor que acrecienta el sexo y el amor y el sexo unidos poniéndote en el rostro la evidencia: te enamoraste de tu amiga.
De ahí, las historias son todavía más impredecibles. Unas salen del clóset gritando a los cuatro vientos esa lección que no se calla, otras se reprimen, se separan, otras prefieren el secreto y viven a escondidas lo que los demás sospechan.
Luego el laberinto; perderse a una misma para encontrarse con ella (que ya es una misma) decidir lo que se es, lo que se quiere ser: la maravilla, el karma, el infiernillo doméstico, el fuego todo que consume como cordero en un altar de diosa.
Amar a una mujer —como dice la escritora Rosamaría Roffiel— nos permite descubrir nuestra propia capacidad de amar y de sufrir; muchas otras capacidades, discapacidades. Retos que, al decirte a ti misma “la amo”, apenas comienzan.
Imagino, invento, pero hago un esfuerzo sobrehumano para retener fotografiado el milagro y sólo puedo decir: así me pasó a mí.
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