sábado, 5 de abril de 2014

Primera Cita

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Cruzó rápido por la calle semi-desierta, saltándose la luz roja del semáforo, y entró raudo al campus que comenzaba a llenarse de solitarios estudiantes con caras somnolientas. Iba atrasado, lo sabía, y aunque una emoción largamente ansiada lo embriagaba, no podía dejar de pensar que quizás Camilo ya se había ido. Manuel siguió corriendo aunque comenzaba a sentir una punzada en el costado, y cuando por fin vio la terraza del café y una silueta menuda sentada en una de las mesas, se tranquilizó y sonrió: Camilo estaba ahí. Sus  inconfundibles pantalones rojos hacían juego con el morral especialmente seleccionado para ese atuendo. Miraba su celular con inusitada atención, y sus dedos rápidos escribían un mensaje a gran velocidad. El celular de Manuel vibró: “Llegas tarde. Te ves guapo :)”. Manuel levantó la mirada y vio como Camilo lo miraba con una sonrisa que contagiaba cada facción de su cara. Una sonrisa diáfana, cálida, naturalmente contagiosa. Manuel sonrió de vuelta y se acercó, jadeando aún por la caminata.
Se saludaron con un breve abrazo y un beso nervioso en la mejilla. “Aún no abren” dijo Camilo señalando la cafetería a su espalda. “¿Sentémonos en la terraza mientras esperamos?” Manuel asintió. Se sonrió unos milímetros más al pensar que esa voz era tal cual como se la imaginaba: varonil, profunda, acogedora. Como abrazo fraternal antes de salir de casa por las mañanas. “…¿Manuel?” Se había desconectado. “Sorry, no escuché lo que me dijiste…” Camilo sonrió: “jajaja… te pregunté de por qué estás tan temprano aquí”. Era una buena pregunta… Manuel parpadeó un par de veces, algo desorientado, y comenzó a poner en orden sus ideas. Esa mañana tenía clases, si, pero no había lecturas o control o prueba. ¿Por qué estába allí tan temprano, entonces? “Por ti” respondió impulsivamente. Camilo abrió un poco más los ojos, algo sorprendido, y se sonrojó a la vez que soltaba una carcajada: “jajaja. Que tierno, pero no tenías que hacerlo”. Sin dejar de sonreir se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Manuel. Al tomarse de las manos, un portal se abrió entre ellos.
Nacía desde el centro de la mesa, girando en ambas direcciones al mismo tiempo y diluyendo la luz del alba que apenas nacía en un prisma de multicolores silenciosos que se comenzaba a hundir en la superficie de metal. Parecía un espejo, pero uno que distribuía la luz y los colores en todas sus dimensiones. Manuel miró con alegría, Camilo, con un poco de sorpresa. Se miraron allí mientras comenzaba a salir una brisa cálida del vórtex. Las hojas de los árboles respondieron al súbito cambio de presión con una sonata suave y melancólica, la campanilla de la entrada al local tintineó unos minutos para apagarse en un eco sordo. Manuel y Camilo seguían mirándose, entendiendo tras pocos segundo lo que aquello significaba. Se tomaron de las manos y rieron con ganas, mientras la mesa desaparecía absorbida por el arcoiris enrollado. Finalmente se detuvo y flotó allí entre ellos como un cristal precioso. El tiempo se detuvo en todo alrededor, a excepción por sus miradas y parpadeos. Sus manos, firmemente apretadas, comenzaron a transpirar por los nervios, hasta que el cristal en el aire comenzó a girar en sentido opuesto. Primero lento, subiendo la velocidad conforme pasaban los segundos, hasta que una cascada de mariposas cayó desde aquel objeto. “El momento de la verdad” Pensó el barista que seguía la escena desde el café a punto de abrir. Si era dorada… que fuese dorada, por favor, pensaba. La cascada de mariposas seguía cayendo, al tiempo que volaban en todas direcciones con sus diversos colores, formas y dibujos. De rojos, amarillos, violetas, blancos y negros puros. Rayadas y atigradas, con círculos y escamadas. grandes como la palma extendida de un hombre adulto y otras pequeñas como uñas. Todas cayendo y volando, desapareciendo en el cielo que comenzaba a teñirse de azul luego del amarillo propio del amanecer.
El prisma se volcó sobre si misma y desapareció en dos punto brillantes que cayeron entre el montículo de mariposas que aún luchaba por volar hacia su libertad. Manuel y Camilo seguían mirándose, tomados de la mano. Algunas mariposas posadas en ellos: “las mariposas le sientan muy bien allí, posadas entre su pelo enmarañado” pensó Camilo, perdiéndose en los ojos de ese otro ser extraño y que acababa de conocer. Con un ademán incitó a su compañero a mirar hacia abajo, allí donde una sola mariposa debería estar posada junto a algún objeto. “Es roja” Dijo Manuel. Camilo, con un poco de decepción, miró también aquellas alas carmesí que se batían lentamente contra el suelo, antes que volaran raudas con sus compañeras que ya se habían perdido entre las nubes de otoño. Solo dos anillos dorados quedaron. Manuel y Camilo los tomaron y el barista pensó “Bueno, al menos lo pasarán bien. Rojo pasión, no está mal”. Estas cuestiones de la alquimia seguirían siendo un misterio para todos.

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