Cuántas veces nos creemos dueños de la verdad sentados sobre un pedestal de donde nadie nos pueda bajar sin escuchar razones, con nuestro ego y nuestro falso orgullo seguros de nosotros mismos, sin un ápice de humildad creyéndonos perfectos, poderosos, semidioses viviendo en nuestro propio reino donde Dios no tiene cabida ni lugar, mirando el pecado ajeno sin revisar nuestra conciencia incapaces de perdonar....
A aquel que señalan con el dedo a aquel que cayó en desgracia, a aquel que es motivo de escándalo, aquel que hoy se arrastra por el fango a quien todos le dan la espalda de quien todos como el árbol caído harán leña.
Así podríamos estar nosotros si alguna vez cometiésemos más de un error si nos dejáramos vencer por el mal así nos habrán de crucificar haciéndonos a un lado en la más terrible soledad.
Por eso no te escandalices de ese pobre pecador que al fin todos somos iguales ante los ojos de Dios.
Dímelo ¿quién?. No seamos jueces, ni verdugos que en nuestros labios y nuestros ojos siempre asomen la misericordia y el perdón para ese hermano, ese amigo o enemigo
para ese prójimo que encontró la desdicha que en nuestro corazón solo viva, solo triunfe el amor.
para ese prójimo que encontró la desdicha que en nuestro corazón solo viva, solo triunfe el amor.
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